No sé si usted es de mi generación, pero cada vez que escucho la palabra psicología positiva, no puedo dejar de pensar en mis madrugadas para ir al colegio y escuchar la frase “Actituud Positivaaa”, que solía sonar en CityTv antes de dar las malas noticias del tráfico y todo lo que sucede en Bogotá. Sin embargo, leer a Arthur Brooks y sus consejos es diferente, el profesor de la Universidad de Harvard habla de algo que realmente pocas personas están dispuestas a poner en práctica, así sea por su felicidad, esto requiere mucho trabajo, pero póngase a prueba al menos por 21 días y después nos cuenta si funcionan.
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Antes de enumerar esos hábitos conviene entender de dónde los saca este profesor que creció en Seattle dentro de un hogar donde se cruzaban las matemáticas de su padre y las artes de su madre. Brooks terminó enrolado como músico en la City Orchestra de Barcelona en sus veintes, donde tocaba el corno francés. Después de vagar durante años entre partituras y escenarios decidió regresar a los estudios cuando ya tenía treinta, se dedicó a la economía y completó un máster que lo condujo a trabajar como analista de operaciones militares en los Estados Unidos.
En ese entorno hizo pequeños experimentos sobre liderazgo y bienestar que llamaron la atención de editores y periodistas, a tal punto que el Wall Street Journal lo buscó para que explicara por qué las organizaciones se fortalecen cuando sus directores no permanecen demasiado tiempo en el poder y permiten que nuevas visiones entren en juego.
Y como cántaro que va al río, Brooks se convirtió en un orador y analista, que lejos de ofrecer palabras huecas, tiene experimentos comprobados que aumentan el bienestar de los que están a su alrededor, algo que le sirvió para tener un cupo como profesor en la universidad más importante de los Estados Unidos, como lo es Harvard.
Los consejos de la felicidad de Arthur Brooks
La columna vertebral de sus prácticas gira alrededor de la autodisciplina y el bienestar entendido como un ejercicio diario que se sostiene con pequeñas decisiones.
Él mismo reconoce que dejó de beber completamente y que ese cambio le permitió levantarse más temprano, porque su cuerpo logró descansar con mayor claridad. Asegura que la primera batalla del día ocurre en los minutos posteriores a abrir los ojos, porque allí se define si el malestar se apodera de la jornada o si uno decide encarar un amanecer con propósito.
Esa visión dialoga con estudios recientes publicados en Frontiers in Physiology que analizaron miles de adultos y mostraron que los ritmos sociales y las señales ambientales influyen en el bienestar, aunque cada persona termina encontrando su propio horario natural sin necesidad de replicar al pie de la letra la rutina de Brooks.
Los otros pilares de la felicidad
Brooks sostiene que la felicidad tiene cuatro columnas que sostienen la estructura completa de una vida con propósito y que cada una exige dedicación. En ese punto entra la fe, entendida como una búsqueda espiritual amplia que puede manifestarse a través de una religión o a través de prácticas que conectan al individuo con algo que se siente más grande que uno mismo. El profesor afirma que una vida encerrada en la propia inmediatez termina vaciándose de sentido y que la trascendencia permite ver los días con mayor amplitud, porque ofrece un horizonte que el ego nunca alcanza a abarcar. Él mismo habla con frecuencia de la importancia de la liturgia y la contemplación en su vida personal, porque siente que esas prácticas le devuelven un orden interno en medio del vértigo contemporáneo.
La familia aparece como otra de esas columnas fundamentales, ya que Brooks considera que los lazos afectivos que se cultivan en el hogar funcionan como un ancla emocional poderosa. Explica que quienes se distancian completamente de su núcleo familiar suelen enfrentar dificultades que se podrían atenuar con vínculos cuidados, porque el afecto cotidiano aporta estabilidad en medio de los ciclos imprevisibles de la vida adulta. Sus reflexiones apuntan a que la familia no opera únicamente como un grupo de origen, porque también puede transformarse en un espacio donde se aprende a servir, acompañar y escuchar.
La amistad ocupa una posición igualmente determinante. Brooks insiste en que las relaciones que permanecen se construyen sobre la sinceridad y la profundidad emocional, porque las conexiones utilitarias se desgastan con rapidez y no sostienen a una persona durante épocas de dolor o incertidumbre. Afirma que se necesita al menos un puñado de amistades que existan sin interés y que acepten la vulnerabilidad compartida como una manifestación honesta de la vida en comunidad.
El trabajo cierra el grupo de pilares, aunque Brooks no lo entiende como un lugar que define estatus ni como una escalera hacia el reconocimiento, porque para él se trata de un espacio donde uno se gana el éxito generando valor y ofreciendo un servicio real a los demás. Esa idea del éxito ganado implica una forma de excelencia serena que no busca premios ni validaciones externas, porque se alimenta del compromiso y la pasión con la que cada persona ejerce su oficio. Brooks suele decir que el significado aparece cuando uno entiende que su labor impacta a otros y que ese impacto crea una energía vital que sostiene los días difíciles.
