Un viaje a Macondo, el pueblo mágico de Gabo que creó Netflix para grabar la serie de Cien años de soledad
Simón Granja Matias
Al principio, solo estaba el almendro viejo y frondoso, rodeado por un potrero de 52 hectáreas donde las vacas pastaban tranquilamente. De fondo, se perfilan las montañas que bordeaban la extensa llanura del Tolima, la cual termina al pie de la cordillera Oriental. Luego, un día de noviembre de 2022, todo alrededor del almendro empezó a cambiar. En el terreno ubicado en el municipio de Alvarado, se delimitaron 40.000 metros cuadrados para una tarea mayor. El almendro fue testigo de la llegada de un ejército de 1.100 personas que comenzaron a hacer realidad ese pueblo que nunca ha existido pero que siempre ha sido real. Un pueblo creado por un solo hombre pero imaginado por millones. Un pueblo que, como dijo su creador, Gabriel García Márquez, “más que un lugar es un estado de ánimo que le permite a uno ver lo que quiere ver, y verlo como quiere”. Un pueblo sin igual que solo podría tener un nombre: Macondo.
En este momento me encuentro en una esquina de la plaza central. Empieza a caer una leve llovizna que opaca el polvo de las calles destapadas, pero que también mantiene una humedad intensa en el aire. Detrás de mí está el almendro que llegó allí antes de que José Arcadio Buendía decidiera que por esos años se sembraran almendros en vez de acacias. Ahora el árbol es testigo de cómo un grupo de periodistas nacionales e internacionales recorren como turistas las calles de este pueblo recreado para llevar a cabo la grabación de la serie Cien años de soledad, la primera adaptación audiovisual de la novela más conocida del Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, la cual no tiene fecha de estreno pero que, se sabe, constará de quince capítulos.
Los autores de tal obra arquitectónica, entre los que se cuentan diseñadores de producción y de escenografía, directores de arte, decoradores y jefes de vestuario, servirán de guías para explicarnos cada uno de los detalles de este mágico lugar.
¿Dónde queda Macondo? El mismo José Arcadio Buendía ignoraba por completo la geografía de la región. Para muchos, la locación ideal de grabación sería Aracataca, el pueblo natal de Gabo, que lo inspiró para imaginar Macondo; sin embargo, para el equipo de producción resultaba difícil logísticamente grabar en cualquier parte de la Costa Atlántica. Lo que siempre estuvo claro fue que ese sitio debía tener un árbol con las características que describe Gabo, y fue así como llegaron a la finca Arizona.
Carolina Caicedo, productora general, cuenta que hicieron una búsqueda de locaciones por todo el país: “Fueron muchas semanas para encontrar el lugar indicado. Seleccionamos Alvarado porque era el sitio que tenía las características esenciales que buscábamos tanto en la parte creativa como por logística”, explica. Y es que Alvarado está a cuatro horas por carretera de Bogotá y a 40 minutos del aeropuerto de Ibagué.
Para retratar el paso del tiempo, más de mil personas construyeron cuatro pueblos en etapas diferentes: Macondo 1, 2, 3 y 4. Macondo 1 “era una aldea de veinte casas de barro y cañabrava, construidas a orillas de un río de aguas diáfanas…”. Macondo 2 y 3, eran pueblos más desarrollados, que se convierten en una gran multilocación, y por último, Macondo 4, el pueblo que sufrirá grandes transformaciones, desde cuando llegan los conservadores hasta cuando pasa a manos de los liberales y se inunda.
Al igual que José Arcadio Buendía vio el fantasma de Prudencio Aguilar pisar Macondo, haber leído Cien años de soledad me permite imaginar y ver, como si fueran fantasmas, a los habitantes del pueblo, recreados por los más de 20.000 extras que pasaron por las calles de los cuatro Macondos vestidos con los trajes correspondientes a cada etapa de la historia y a los 25 personajes principales que conforman las generaciones de los Buendía.
(Para saber más: Cien años de soledad: la nueva serie de Netflix)
De turista en Macondo
Estar allí es viajar en el tiempo. Estoy en la segunda mitad de la década de 1880, justo cuando los conservadores están emergiendo. A medida que recorro las calles, las paletas de colores de las fachadas de las casas van cambiando a tonos azules. Y al igual que cualquier pueblo de la época, hay una combinación en la arquitectura que se pasea entre los estilos vernáculo, colonial y republicano.
Para comenzar a construir el pueblo, primero determinaron que la calle principal debía estar de oriente a occidente, para que de esta manera la calle tuviera luz todo el día y no se generaran sombras fuertes a la hora de grabar. Luego, como las raíces del almendro, fueron surgiendo más y más calles.
El recorrido empieza en la plaza central, en la calle Margot, nombre de la hermana menor de Gabo, quien, como dato curioso, de niña comía tierra e inspiró el personaje de Rebeca. Cada una de las calles de este Macondo están nombradas como homenaje a las personas más importantes en la vida del escritor.
Giramos por la calle principal, llamada Papá Lelo, haciendo alusión al abuelo de Gabo. La mayoría de las casas son cáscaras vacías. Un ejemplo de esto es la de Rebeca, que tiene una fachada idéntica a la de una casa en Ibagué donde se hacen las grabaciones del interior, mientras que las escenas exteriores se filman en este Macondo.
Bárbara Enríquez, diseñadora de producción, y Arley Garzón, diseñadora de escenografía, explican que el pueblo continúa expandiéndose; por lo tanto, las calles crecen y cambian. Una de ellas es la calle Sara Emilia, llamada así en honor de la prima de Gabo. Continuamos nuestro recorrido hasta llegar a la casa de los Buendía.
Cuando Gabo escribió la novela pensó en llamarla “La casa”, en lugar de “Cien años de soledad”, y es que sin duda uno de los personajes principales es este espacio donde pasa el tiempo para la familia Buendía.
De esta solo se construyeron en el pueblo su fachada y un lateral, y en su interior, dos habitaciones diseñadas para proporcionar la iluminación y los volúmenes adecuados para la producción. La réplica de la casa real se encuentra a unos quince minutos de carretera.
Al estar al frente, uno no puede dejar de pensar en cómo será la escena en la que Aureliano Segundo la forra de billetes.
La Casa de los Buendía, un personaje más
En medio de la finca se alza una carpa de 10 metros de alto en la parte más baja y 20 en la más alta, con 75 metros por 45 metros de largo y de ancho; parece un hangar. Dentro de ella se encuentra una casa de 45 metros de largo por 25 metros de ancho. Es la casa de los Buendía, específicamente la de la etapa 4, en el año 1885.
La casa está rodeada por un jardín de plantas vivas que recibe a los invitados. Una vez adentro se siente, como Gabo la describió, fresca y húmeda. Podemos observar el largo salón sensiblemente semiamueblado, con dos ventanas de cuerpo entero sobre la calle.
Cada elemento está inspirado en citas textuales del libro. El comedor, por ejemplo, es el que Úrsula decoró después de lograr el éxito con sus animalitos de caramelo. Es fácil imaginarse a esta mujer con indómita energía preparar pudines, caramelos, merengues y bizcochos en esta cocina. Un dato interesante, según explica Bárbara Enríquez, diseñadora de producción, es que cada elemento que está allí, como los electrodomésticos, estufas y hornos, es completamente funcional y real.
En medio de la casa, en el patio, la mirada se detiene en el castaño, que al igual que el almendro de Macondo, se convierte en testigo del pasar del tiempo de la familia Buendía. Puedo imaginar a José Arcadio atado a él, gritando enloquecido. Sin embargo, a diferencia del almendro, este árbol se hizo con cemento y refuerzo de alambrón para resistir el trajín.
Uno de los espacios más encantadores es el cuarto de Melquíades, donde ocurre toda la magia. Mientras caminamos por esta habitación, veo a este gitano alquimista con su aura intrigante, misteriosa y mágica. Según nos describe Catherine Rodríguez, jefe de vestuario, Melquíades tiene una túnica con letras en sánscrito y hecha con una técnica que se llama dévoré, en la que se interviene un terciopelo de seda. “Si hubiéramos comprado un terciopelo devorado industrialmente, vendría perfectamente milimetrado, pero este está hecho a mano, lo cual permite ver las imperfecciones reales en cámara”, explica.
Luego está el taller de platería de Aureliano Buendía, donde hace sus pescaditos de oro. De ahí, para volver al jardín, se debe caminar por el famoso corredor de las begonias. Y así hasta llegar a las salas donde transcurre la fiesta de La Pianola, el matrimonio de Aureliano… Y para finalizar el recorrido están la pianola de Pietro Crespi y los cuadros que compra Úrsula, junto con todo el mobiliario de las sillas vienesas.
Nos vamos de la casa para seguir recorriendo Macondo. No se sabe qué pasará con ella; dicen que está en su momento de esplendor, que aún le queda mucho por vivir, pero se sabe que la lluvia la pudre, el viento la seca, y al final, colapsa.
Lo que ve el almendro
Aunque por encima parece un pueblo viejo de la Costa, detrás se esconde una obra de ingeniería que consta de una estructura metálica de 400 toneladas en hierro, 200 de cemento, 200 de madera y más de 8.000 mallas de refuerzo. “Nos enfrentamos al desafío de encontrar una solución que fuera ligera, ecológica y económica a la hora de construir el pueblo”, explica Eugenio García, director de arte.
Continúa el recorrido. Es mediodía y el sol cae implacable sobre nuestra cabeza para recordarnos que estamos viviendo la experiencia macondiana de sentir el “calor sofocante”, el mismo que imaginó Gabo.
“Por favor, eviten pisar las malezas”, señala un guía. Y es que hasta esas plantitas que parecen insignificantes son en realidad una prueba del perfeccionismo con el que se ha construido este pueblo. “La atención al detalle es sorprendente; buscamos captar cada aspecto de Macondo, que es un personaje esencial en la historia”, señala Álex García, director de la serie.
(Para seguir leyendo: Llegó el adelanto de ‘Cien años de soledad’, la adaptación de Netflix del libro de Gabo: esto es lo que se sabe)
Se utilizaron unas 16.000 plantas autóctonas de la región Caribe, que se encargan de darle al pueblo el toque de tropicalidad y sentido caribeño. La vegetación también debe ser evidencia del paso del tiempo; es así como crearon un vivero en el que tienen plantas con diferentes edades y que, como si fueran actores más, salen al set cuando es su turno.
Giramos por la calle Francisca Simodosea, la tía de Gabo que fumaba con el cigarrillo hacia dentro, y llegamos a la casa de Moscote, cuyo interior, al igual que el de la casa de Rebeca, se encuentra en otra ciudad, esta vez en Honda. Esta calle es una de las más vivas, y en ella se observa una arquitectura que les hace guiños a edificios del Caribe. De ahí se llega a la calle de los Turcos, y seguimos derecho hasta la calle Mercedes, llamada así en honor de la esposa del escritor. Esta es una de las calles más largas, donde están las tiendas y el comercio.
Una de las tiendas es la de Pietro Crespi, donde se venden juguetes que, al igual que casi todo el mobiliario, proviene de anticuarios reales que conservaban piezas de la época. Otros elementos de utilería, como canastos, sombreros, mochilas, instrumentos musicales, hamacas, telas, esteras y chinchorros, los fabricaron artesanos y comunidades indígenas.
Siguiendo el recorrido llegamos a la plaza de mercado y luego al bar de Catarino, que al fondo tiene el prostíbulo del pueblo. De ahí pasamos al Hotel Jacob, construido a la llegada de los turcos, aproximadamente en 1886. Al lado se encuentra la oficina del corregidor Moscote, en la que hay símbolos patrios como el escudo original de la República de Colombia de ese entonces.
La botica, por su parte, es uno de los lugares más interesantes por la cantidad de elementos originales. Y así pasamos al frente de la escuela, un bastión conservador destruido en la guerra y luego reconstruido. “Su diseño está planeado para poder desmontarlo y reconstruirlo”, explica Eugenio García.
De ahí el recorrido sigue hacia la calle Tranquilina, un homenaje a la abuela de Gabo, quien le contaba historias de fantasmas. Y así hasta la entrada del pueblo, donde se ve un letrero que señala que se está llegando a Macondo o saliendo de allí. Este letrero aparece por primera vez durante la peste del insomnio, cuando les ponen los nombres a todos los objetos para evitar olvidarlos.
El tour está por finalizar, pero falta un detalle que, de hecho, está en el inicio del libro: “Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Los escultores del equipo tomaron moldes completos de las piedras originales encontradas en un río cercano al terreno, y reprodujeron esos “huevos prehistóricos” para hacer de Macondo un pueblo que no existe, pero que nunca ha sido más real.
¿Qué pasará con el pueblo una vez que termine la grabación? Los guías no saben. Es posible que lo desmonten y vuelva a quedar allí un pastizal para que las vacas regresen, pero lo que sí se sabe es que el almendro quedará allí como testigo de cómo las estirpes son condenadas a cien años de soledad.