‘Burundanga’, la nueva exposición de Nicolás Beltrán, que su versión más personal
Juan Andrés Serrano Sánchez
Nicolás Beltrán nació hace 30 años en Ibagué, Tolima, y desde que tuvo memoria quiso ser artista, con la misma seguridad con la que confirmó su homosexualidad. Ambas orientaciones, que moldearon definitivamente su personalidad, lo llevaron a preguntarse: “No sé si en mi familia fue peor decirles que era gay o que me quería dedicar a la pintura”.
Estas primeras vivencias sembraron en él la necesidad de expresarse con libertad. Hoy, casi 22 años después, lo ha logrado con ‘Burundanga’, su exposición más personal en la galería LGM de Bogotá.
“Cuando era niño, en mi casa había muchas enciclopedias, y en una de ellas encontré un diccionario muy grueso y lleno de pequeñas imágenes. Ahí vi una imagen de David Alfaro Siqueiros, que mucho tiempo después supe que se llamaba La nueva democracia. Es una obra espectacular: una mujer que tiene los pechos en la cara y se está liberando de unos grilletes. Dibujé esa imagen mil veces; me fascinaba, y por eso pinté ese tipo de escenas durante toda mi adolescencia”.
Durante su adolescencia, Beltrán se encontró en la encrucijada de decidir sobre sus aspiraciones profesionales. La presión familiar era constante: debido a sus buenas calificaciones y a uno de los puntajes más altos en las pruebas estatales de su colegio, todos esperaban que se inclinara por la arquitectura, la medicina o el derecho. Sin embargo, en silencio y con mucha discreción, Beltrán había decidido convertirse en artista. Fue en una de sus tantas visitas al Museo de Arte del Tolima donde conoció a quien se convertiría en su padre putativo y maestro de vida: el escritor y artista tolimense Darío Ortiz.
“Cuando contacté a Darío y le dije que quería aprender de él, me respondió despectivamente: ‘Yo no doy clases, búscate un profesor’. Después de rogarle durante un buen tiempo, me hizo una prueba. Vio en mí un potencial, aunque aún no sé exactamente qué fue lo que lo conmovió. Terminó adoptándome y empezó a enseñarme todo sobre técnicas e historia del arte. Todo esto ocurrió poco antes de que terminara el colegio”.
Al momento de graduarse, sus padres intentaron forzarlo a estudiar arquitectura. Sin embargo, Beltrán los engañó: les dijo que había aplicado a la Universidad Nacional para Arquitectura, pero en realidad había postulado a Artes Plásticas. Cuando salieron los resultados, le informaron que había sido becado, obteniendo el tercer mejor puntaje a nivel nacional. Ante esto, sus padres no pudieron hacer nada.
Su formación artística estuvo marcada por la ambigüedad. Al llegar a los talleres de la Universidad Nacional de Bogotá, Beltrán relata que la facultad atravesaba un proceso de transformación tras la reforma académica de Antanas Mockus, instaurada en 1992.
“La universidad, con la reforma Mockus, se dedicó a la enseñanza de las nuevas vanguardias y al arte contemporáneo, interpretando equivocadamente que esto equivalía a destruir todo lo anterior. Destruyeron todo lo que se había construido en un siglo de historia académica artística: esculturas, talleres, el programa… todo fue eliminado. Cambiaron a casi todos los profesores; fue una bomba. Se creyó, erróneamente, que la figuración no tenía lugar en el arte colombiano”.
Aquí se formó la ambigüedad en el proceso formativo de Beltrán: por un lado, la idea de ser un artista contemporáneo y vanguardista de la Nacional; por el otro, seguir las tradiciones y costumbres de la corriente de artistas figurativos colombianos, como Darío Ortiz, y revalidar su posición dentro de las corrientes de arte como una de las más importantes de Colombia.
Durante sus primeros años en la universidad, Beltrán tuvo una oportunidad única que dio forma a su carrera artística: ganó una bienal en el Museo de Bellas Artes de la Ciudad de México mientras aún estudiaba en la universidad y aprendía técnicas de pintura en el taller de Darío Ortiz. “Uno de los jurados que me dio el premio era el director de los museos de la Hacienda de México. Él gestionó una residencia para mí en Bellas Artes, y me fui a vivir a México”. Fue allí donde Beltrán se reencontró con la imagen de su infancia, La nueva democracia de David Siqueiros.
Además de su cercanía y proceso formativo con Darío Ortiz, Beltrán vivió una serie de experiencias tormentosas durante su infancia y mientras cursaba su carrera universitaria en Bogotá y su residencia en Ciudad de México. A los 20 años, siendo un hombre homosexual y viviendo solo por primera vez en la caótica y cosmopolita Bogotá, muchos hombres de su entorno comenzaron a sexualizarlo. Tanto así que uno de ellos intentó abusar de él. En medio de la incertidumbre, la soledad y las inseguridades, Beltrán conoció las drogas, que se convirtieron en su liberación.
“Soy víctima de una violación a los 12 años, pero a los 20 me enfrenté a un mundo que me sexualizaba en exceso, sobre todo hombres mayores. Además, como mi relación con mi papá no es la mejor, tengo todos los daddy issues del mundo. En ese momento, aparecieron una serie de hombres poderosos y pudientes, todos con un lenguaje y un actuar agresivos y violentos hacia mí”.
Estos episodios llevaron a Beltrán a inclinarse definitivamente hacia el arte figurativo. “La figuración tiene un poder: muestra situaciones familiares con la realidad. Con estas obras, estás viendo algo a lo que estás acostumbrado, lo que facilita la comunicación del mensaje”.
Uno de los propósitos de sus obras, y algo que ha logrado en esta exposición, es destruir el estereotipo de que las drogas solo las consumen personas en situación de vulnerabilidad o escasez económica. “Hoy en día, las personas que consumen drogas son hombres con cargos altos, que se visten bien y que frecuentan los lugares más exclusivos del país. La visión de que los drogadictos son los habitantes de la calle o las personas en pobreza está desactualizada, aunque esa realidad también exista”.
‘Burundanga’ es sin duda su exposición más personal, una que venía queriendo realizar desde hace muchos años. Aunque ya tenía suficientes motivos para enfrentarse a sus traumas a través del arte, su vida estaba por experimentar otro capítulo tormentoso que lo llevaría a sumergirse en lo más profundo de su ser y a dejar salir su alma creativa en cada pincelada de esta exposición en la galería LGM del barrio San Felipe de Bogotá.
“Desde el nombre en adelante, ‘Burundanga’ viene de una experiencia personal, porque a mí me escopolaminaron cuando empezó la pandemia. Lo último que recuerdo es subirme a un taxi, y para mí todo cambió. Mi cuerpo cambió mucho a nivel químico desde ese día, tanto que hasta hoy sigo resentido de muchas cosas. Me siento vulnerable. Estaba saliendo de una cena de trabajo, había personas a mi alrededor, y, sin embargo, terminé desnudo en mi casa, sin saber qué había pasado conmigo en las últimas 12 horas de mi vida. Por eso hice todas las obras de esta exposición. Pude haber contratado asistentes de pintura, pero al ser algo tan personal y tan importante para mi carrera, decidí hacerlo todo por mi cuenta, aunque me costara físicamente y emocionalmente”.
Incluso para retratar su exposición más reveladora, la cual tenía todos los argumentos para mostrar, enfrentó varios rechazos. “Me acuerdo de que la primera vez que pensé en realizar esta exposición fue cuando todavía vivía en México. Le hablé al director de los museos de Hacienda sobre mi idea de hacer una exposición sobre mujeres trans, el mundo queer, y le expliqué más o menos lo que tenía en mente. Él me dijo que no, que no me metiera en eso, que era un tema delicado y que podía rayar en el mal gusto. Ante eso, dejé la idea en stand by, pero jamás renuncié a ella”.
Después de varios años de carrera artística, de haber expuesto en París, Ciudad de México, su natal Ibagué y Bogotá, Beltrán pudo finalmente hacer realidad ‘Burundanga’. Y como él mismo lo expresa, tuvo el honor de realizarla en compañía de uno de los curadores de arte más importantes de Colombia, Jaime Cerón, curador del Museo Nacional.
Junto a Cerón, estructuraron los cinco ejes a través de los cuales se montó la exposición en la tradicional galería LGM, que con esta muestra rompe el molde de su línea editorial al entender la importancia de esta exposición en la carrera de Beltrán. Las temáticas elegidas por ambos son el cuerpo trans, el mercado de los sugar daddies, la identidad queer, el chemsex y el hedonismo por el cuerpo masculino.
“Son más de 100 pinturas ilusionistas, realizadas en su mayoría al óleo, además de un conjunto de pequeños frescos. Estas obras buscan alejarse de la convencionalidad y adquieren cuerpo, tiempo y movimiento, enmarcando esta nueva producción en la pintura expandida, el videoarte, el performance y la escultura. La exposición tiene como objetivo plantear debates que visibilicen no solo a la población queer y algunas de sus problemáticas, sino también a la pintura tradicional y sus capacidades contemporáneas”, explica Jaime Cerón en el texto curatorial de la exposición.
A sus 30 años, Nicolás Beltrán está dedicado a sobrevivir. Con el tiempo, ha reducido sus pretensiones y enfrenta las situaciones de la vida con una visión objetiva. “La figuración en el arte tiene un gran poder, y es su familiaridad con la realidad: estás viendo algo a lo que estás acostumbrado, lo que facilita una comunicación directa con quien observa la obra”, afirma.
El arte figurativo, en su técnica, se distingue de las nuevas vanguardias y de las técnicas contemporáneas por la implicación y la presencia histórica del arte figurativo en la historia de la humanidad. “Mi arte dialoga con dos milenios de historia, y en ese sentido, debes encontrar un lugar donde tu voz no sea solo un eco o una repetición de esos dos milenios, sino una respuesta. Una respuesta desde el nuevo enfoque de la pintura hacia las problemáticas de mi entorno”, añade Beltrán.
‘Burundanga’ estará disponible en la galería LGM del barrio San Felipe de Bogotá hasta mediados de septiembre.