Foto: Revista Diners
diciembre 24, 2025
Viajes Colombia

La Medellín que floreció: 350 años de una ciudad que no para de reinventarse

La ciudad donde todo florece: el arte, la moda, la gastronomía… la alegría. Este es un recorrido íntimo por la capital que enamora a todos con su esencia y se ha convertido en un referente para el turismo internacional. Feliz cumpleaños, Medellín.
POR:
Claudia Arias

Crecí en la Medellín de la década de los ochenta. Recuerdo que nos tocaba alejar la cama de la ventana, junto con mi hermana, tras la explosión de una bomba. Muchas de mis fiestas de quince fueron té-comidas. Había toque de queda. No se me ocurría que a mi ciudad llegaran turistas. Sentía temor, pero eran más las ansias de descubrirla. 

El ímpetu no se ha ido. Como periodista, he caminado las calles de Medellín, visitado sus barrios y hallado tesoros. Hoy, que habito en una montaña cercana, salí a recorrer la ciudad entre mis recuerdos. Ávida de explorar, regresé a sitios que llevaba años sin visitar, transité por espacios nuevos y me reconecté con esa energía que no se apaga.

Anduve por zonas otrora industriales, a orillas del río, para atestiguar sus cambios. Volví a Prado y evidencié su renovación. Descubrí propuestas de moda. Me senté en restaurantes de Sabaneta y del centro e indagué en bares. Recordé por qué quiero a Medellín y escribí para los lectores de Diners. Un mimo a la ciudad que en suerte me tocó.

Arte, cultura y patrimonio: motor de cambio

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La falta de espacio en el valle de Aburrá motiva un cambio urbanístico. Zonas industriales se renuevan con el arribo de creadores de campos diversos y vivienda en altura, mientras en el centro se recuperan espacios tradicionales y se articulan colectivos para una convivencia armónica. 

Barrio Colombia

Al Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM), en Ciudad del Río, lo separan 500 metros de la galería El Coleccionista, en el barrio Colombia. Cerca del MAMM hay edificios, tiendas, restaurantes, jóvenes comiendo al aire libre y vecinos paseando sus perros. Llegando a la galería de puerta amarilla, abierta en 2023, el ambiente es industrial, pero si se presta atención queda claro que es solo uno de los varios espacios de arte del sector.

Las escaleras llevan a un amplio local de paredes y techos blancos altísimos. Alejandra Villa, artista plástica y fundadora de El Coleccionista, tiene las ventanas abiertas y el ventilador encendido. Se paga con calor alojarse en un entorno industrial, pero lo vale. Llegó a apoyar a Alejandro Tobón, también artista, quien tiene el taller allí desde el año 2017.

Un territorio que vive entre su tradicional vocación industrial y de talleres de autos y la renovación traída por los artistas. Hubo algunos antes, pero la llegada de Danilo Cuadros, Diego Díaz, Jeison Sierra, Carlos Carmona, Andrés Layos y Camilo Correa, creadores del Colectivo Barrio Colombia junto con Alejandra y Alejandro, detonó el cambio en 2019. Unos se han ido y otros llegan a una zona que comparten con personas dedicadas a oficios que complementan sus prácticas. 

Hay recorridos abiertos, pero muchos espacios son talleres de arte a puerta cerrada; es mejor programar. Hace poco pintaron un mural con la imagen de Carlos Peláez, mecánico con cincuenta años en la zona. Arte que une, que recuerda que la simbiosis es posible en las ciudades y que el cambio de uso no implica desconocer la historia.

El Perpetuo Socorro

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Cruzando la calle 30 hacia el norte, en La Candelaria, comuna 10, se llega al Perpetuo Socorro, distrito creativo pionero. La puntada inicial la dio la marca de ropa Mattelsa, que en 2014 instaló su sede en un espacio gris. Hoy su jardín, así como su primer piso con coworking, tienda, restaurante y galería de arte, son pilares de un barrio de creadores.

Aún hay zonas por intervenir, pero el eje en cercanías de la iglesia, inspirada en el gótico y que data de la década de los cincuenta, merece recorrerse: puede asistir a un plan cultural en la Bodega Comfama, comer en All Day Café en Distrito Cafetero o en Juliana’s Taquería, disfrutar de una cerveza en La Pola Records o en La Planta Cervecería, o tomar un café en La Fábrica.

Este año, la revista británica Time Out incluyó al sector en el puesto 15 del ranking de los mejores barrios del mundo por su cultura, gastronomía, así como por su vida nocturna y callejera. Esto se evidencia en el Festival del Perpetuo Socorro, establecido en 2018. Próximo paso: recuperar la vivienda y seguir apostando por “un barrio verde habitado por creadores”, plantea Érika Jaramillo, de la Corporación Perpetuo Socorro.

Distrito San Ignacio

Más al norte, en La Candelaria, está el distrito San Ignacio, patrimonio, cultura y educación. Cobra vida en torno al conjunto arquitectónico San Ignacio, compuesto por el paraninfo de la Universidad de Antioquia, el claustro Comfama, la iglesia y la plazuela de San Ignacio. 

Ajedrecistas se toman un tinto que vendedores del sector les llevan a la mesa. Para un café más engallado, pase por algún local del claustro. Un domingo por la tarde quizás vea bailarines solos o en pareja al ritmo de salsa, cumbia o porro, entre el espacio de las taquillas de atención.

Podrá escoger entre más de trescientos eventos culturales que se realizan al mes en el distrito, visitar una de sus once plazas y parques, como la placita de Flórez, donde podrá comprar arepas o yerbas. Son 62 hectáreas con joyas como el teatro Pablo Tobón Uribe, el Museo Casa de la Memoria y el Pequeño Teatro, que han sido cómplices en la consolidación de la capital antioqueña como un epicentro de la cultura en el país.

Prado 

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Cuando El Águila Descalza llegó al teatro Prado, en el año 2000, el sector estaba algo olvidado. Resistieron. Ahora dieron otro paso con la apertura del Museo Teatro Prado. Un nuevo panorama asoma para el único barrio patrimonial de Medellín. Apuestas públicas y privadas refuerzan la visión que tuvo la compañía de teatro. El cambio apenas comienza.

Fundamental el parque de Prado, establecido en 2020. Desde su esquina noroccidental, mirando hacia el oriente, se ve la centenaria iglesia de Manrique, de estilo neogótico y símbolo del barrio. Ubicado sobre la calle Barranquilla, el parque es tan fascinante como desconocido. Édgar Mazo, arquitecto, cuenta que para darle vida abrieron sitio en una manzana donde hubo casas y un parqueadero, cuyos vestigios se integran con nuevos elementos. Yarumos, mangos y un tulipán africano abrazan restos de muros y las plataformas metálicas añadidas. 

En su costado sur quedan restos de fachadas. En el interior hay muros construidos con ladrillos y tejas de las casas, paredes armadas pieza por pieza; “artesanía arquitectónica”, dice Édgar. Un parque que es, al mismo tiempo, frontera e integración entre las comunas 3 (Manrique), 4 (Aranjuez) y 10 (La Candelaria); buen inicio para un tour por el Prado centenario, por sus 74 manzanas y 265 bienes de interés cultural. El parque Olano, también intervenido, y la galería a cielo abierto de la calle Barranquilla son otros referentes.

Inversores privados compraron casas o las recibieron en comodato para proyectos de hotelería, restauración y otros. Hace poco se abrió la primera etapa de Salón Prado, espacio de gastronomía y cultura en un predio constituido por dos casas, una de 1928 y otra de 1997. Terraza exterior, bar, galería, café, coworking, librería y el Museo Ramón Vásquez, con un mural del artista. Son 1.500 metros restaurados con pericia.

Las casas de Prado recuerdan el crecimiento de Medellín en la primera parte del siglo XX. Mansiones entonces habitadas por las clases acomodadas, y luego abandonadas por los cambios urbanos, hoy encuentran nuevos usos. Otros predios restaurados son Casa Ángel, destinada a alojamientos de estadías cortas con siete apartaestudios, piscina y sala de exposiciones, y Casa Quemada, cuya remodelación tras un incendio en 2018 se abordó entendiendo su materialidad como memoria: “Una casa en crudo, lista para que el barrio diga qué puede pasar allí”, dice la arquitecta Tatiana Villegas.

Los recorridos se ajustan, pero hay unos de arquitectura e historia. “Prado es un laboratorio a cielo abierto. Existen rutas de semiótica, paisajismo o urbanismo. El barrio nos permite ver que Medellín, pese a su desorden aparente, ha sido planeada desde hace cien años. Solo hoy el mundo nos mira. La gente no venía a la ciudad porque la violencia nos tenía ocultos”, reflexiona Sergio Patiño, del distrito Candelaria.

Moda colombiana para el mundo

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De industria textil durante gran parte del siglo XX a capital de la moda desde finales de la misma centuria, Medellín ha sabido transformar uno de los sectores económicos y creativos que mayor reconocimiento le han dado.

El barrio Laureles invita a dialogar con algunas marcas que evidencian esa transformación. En la carrera 73, cerca de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), hay un núcleo de propuestas de moda colombiana que incluye marcas como Biónica, donde Catalina Bastidas y Sergio Díaz unen ilustración y vestuario, o Boral, con vestidos y sets elaborados por costureras locales de Medellín y del suroeste antioqueño. A unas cuadras hay un local de Mattelsa que, más que una marca, es una declaración de intenciones: ropa en materiales de origen natural e inversión de utilidades en la regeneración del planeta. 

Esta proliferación de marcas colombianas data de hace quince años, diez con mayor fuerza. Manuela Rubio y Paola Betancur, de Makeno, pioneras del formato concept store, son testigos del proceso. “Cuando abrimos, hace unos quince años, no había interés por la moda colombiana. Instaurar la palabra curaduría en términos de moda nos ha permitido cerrar brechas entre marcas nuevas y marcas más evolucionadas. Quien llega aquí no tiene que leer etiquetas, sabe que nosotros hacemos un trabajo curatorial que nos permite decir que esto es producto colombiano y ha pasado por unos ojos que entienden a un nicho de consumidor”, afirma Manuela.

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Su local está situado en el tercer piso de un edificio de la segunda mitad del siglo XX, en el centro de El Poblado. Su balcón esconde una selva en la jungla de cemento. Es parte del encanto de una tienda que aloja más de cien marcas: su puesta en escena para la moda colombiana. El motor de sus fundadoras fue la pasión por el sector, no solo de la moda, sino del negocio en su totalidad: “Somos herederas de la industria textil de Medellín y, antes de eso, de las mujeres que cosían”, aseguran. 

“Los festivales son hoy muy relevantes en el mundo, y Medellín, como industria de música, tiene mucho que aportar. DJ e influenciadores buscan diferenciarse con la moda”, señala Felipe “Pipa” Alzate, de Ace of Hearts, una marca que crea piezas únicas que se adaptan especialmente a este sector en ebullición en la metrópoli paisa.

Y está también La Petite Mort, la marca más especial de la tienda para Manuela. “Andrés Durán y Jonathan Cortez empezaron con trajes masculinos. Vieron que el suit es atemporal, sin género y va más allá del sastre casual. Ampliaron su concepto para crear con bordados. La colección pasada se inspiró en el maíz. No una mazorca estampada, sino bordados de los granos. Se trata de la historia que contamos y de la importancia del maíz en nuestra cultura”.

Bares que renuevan la escena

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Hasta hace unos años, el aguardiente y la cerveza eran amos y señores de los bares de Medellín, pero hoy el panorama es otro. Sin dejar de lado estas bebidas, mixólogos crean cocteles únicos a partir de destilados nacionales y de otras latitudes, al tiempo que el viche se hace omnipresente y los bares de vinos se abren camino.

Speakeasies, rooftops y bares de salsa. Recorrer la ciudad agota. Puede cerrar la jornada en Quema que Quema, un bar en El Poblado que le hace un homenaje a la “Medellín fuerte, indomable y viva”, como ellos la llaman. Allí puede pedir El Arriero, un coctel que mezcla ron Carbón, aguardiente Antioqueño, cacao, café y cítricos colombianos. “No es un trago elegante, pero sí honesto. Una respuesta a la pregunta ¿cuál es el coctel típico de Colombia?”, explican los bartenders Juan David Zapata y Joshua Guerrero. Acompañe con carimañolas rellenas o tartar de atún con patacones, mientras escucha salsa vieja guardia. 

Zapata también comparte su alma coctelera y su espíritu empresarial en Mamba Negra, elegido como el bar número 81 en la lista extendida de The World’s 50 Best Bars. Aprovechando su ubicación en el piso 22 de un edificio en la parte alta de El Poblado, podrá admirar el valle de Aburrá. Elegante y con acentos colombianos en su propuesta de cocina y bebida, cumplió tres años y cautiva con cocteles como el Esmeralda de la Montaña, con ginebra, copoazú y manzana, o el Oro Amazónico, con destilado de ají ojo de pez y tomate de árbol.

Por su parte, los fundadores del restaurante Carmen sabían de la importancia del bar desde 2009 y en aquel entonces abrieron con barra de coctelería. Dieciséis años después, llegó la confirmación de su visión: este año, la barra del bar Carmen ocupó el puesto número 100 en la lista extendida de The World’s 50 Best Bars 2025. Hoy preparan bebidas como el Funky Town, con miso de arracacha que elaboran en su biolab, mezclan con mantequilla avellanada y hacen un fat wash a bourbon. “Usamos untubérculo andino combinado con vino de yacón. Tiene un perfil umami, salino. Una mezcla de productos y técnica interesante”, dice Carmen Ángel. 

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Si lo suyo son los vinos, visite Baravan, pronunciación de la expresión francesa bar à vins. Es una apuesta de los socios de Sambombi bistró, donde la selección de vinos es esencial. En palabras de John Zárate, cocinero y socio, es un bar de vinos con cocina más sencilla. Ubicado en el segundo piso del Hotel 23 Living, en Provenza, ofrece doce variedades por copa, con novedades para que la gente descubra. Más de setenta referencias, algunas exclusivas.

Son cuarenta puestos y cocina al centro, en un espacio recogido y refinado. John destaca el crecimiento de estos conceptos en Medellín, espacios pequeños para consumir una buena bebida, aunque cree que aún hay camino por andar. Un bar de vinos sobresale, entre otras cosas, por su propuesta diferencial, no solo por sus opciones por copa. Hay que apostar por marcas, cepas y orígenes que no tengan otros sitios de la ciudad. 

El centro guarda sitios como Persona, bar y sala de conciertos en la casa que ocupó La Pascasia, centro cultural. Coctelería clásica, algunos vinos y tentempiés y un aire sumergido. “Bares y restaurantes han adoptado una perspectiva sobre la identidad colombiana. Hay una oferta amplia, interesante. Sitios más antros y otros sofisticados. Un lindo elenco de diversidad y conceptos”, dice Sorrel Moseley-Williams, sommelier inglesa radicada en Argentina, conocedora de la escena.

Cinco restaurantes en el valle de Aburrá

La oferta gastronómica en Medellín sigue creciendo. De hecho, en marzo de este año la publicación Time Out la nombró la tercera ciudad en el mundo con la mejor oferta culinaria, después de Nueva Orleans y Bangkok, al tiempo que destacó la bandeja paisa como su plato insignia.

Pero Medellín es mucho más que los típicos platos tradicionales o los casuales sabrosos. La alta cocina con producto local también ha ganado su propio espacio con propuestas diversas y bien pensadas, que hablan de una ciudad en movimiento.

Lugares para tomarle la temperatura a la escena gastronómica del valle de Aburrá hay muchos. En esta ocasión, los invito a compartir mi mesa en cinco de ellos: un restaurante escondido en el fondo de una tradicional casa de Sabaneta, preparaciones colombianas en un encantador espacio en el centro de la ciudad, la nueva sede de una propuesta ya clásica en El Poblado, la cocina sorprendente de un hotel renovado y los tesoros que guarda una terraza de primer piso rodeada de vegetación.

Gabriela Laboratorio de Cocina

Ubicado en Sabaneta, al fondo de una casa de fachada pequeña, nadie adivinaría que este lugar oculta un proyecto gastronómico con investigación y mucha historia: Gabriela Laboratorio de Cocina.

“No lo planeé”, dice su creador, Juan David Montoya. Los speakeasies no estaban en su radar cuando su abuelo Jairo le cedió el espacio del solar, y su abuela Gabriela, a regañadientes, cumplió la promesa al morir su esposo. Con cocina lista para recibir comensales, no era viable un letrero en la casa familiar. La clave de ingreso y el corredor abovedado hacia el salón, amenizado con buena música, aportan su magia.

El ambiente es de luz tenue, cocina abierta y elementos de su biblioteca de sabores. Sabrosas sus solteritas de parmesano con guiso de lentejas y shiitakes, así como la costilla de res con una ensalada fresca y crujiente.

Llegan extranjeros llevando locales, algo que a Juan David no le extraña, pues los primeros suelen ser más curiosos. Pero cada vez más paisas van al sur a sentarse a su mesa.

Salón Centro

Localizado en el Centro Hostel, en una casona recuperada junto al Palacio de Bellas Artes, Salón Centro es una grata sorpresa. Su apuesta por el país es tan fuerte como la que hace por su ubicación. Propuesta del cocinero Andrés López, quien trae pesca del Chocó y hace una cocina con producto, técnica y acento colombianos.

Ceviche sabanero con yuca y suero, chivo guajiro guisado o arepa de mote con morcilla y encurtido de cebollas son algunas de las opciones para entradas, en tanto que el tapao de pescado, boronía y chucrut o hamburguesa de atún se destacan entre los fuertes. De cierre se puede degustar un cremoso de tucupí, cacao y crema fría de mambe. Una carta corta, pero sin pierde. Para beber, quizás un coctel clarificado de borojó y viche, y uno de sus desafíos fuertes, solo vinos colombianos: blanco Isabella del Valle del Cauca y tinto y rosado Remus del valle del Magdalena.

Ocio

Laura Londoño, chef y creadora de Ocio, montó el restaurante en la que fue la casa de su abuela, pese a que ella buscaba un lugar más tranquilo, más verde. Ubicada a menos de 500 metros de su local en Provenza, donde estuvo por diez años, esta casa de los años cincuenta tiene un gran valor sentimental para la cocinera.

Central y de fácil acceso, es un oasis entre árboles con ardillas, pájaros y huerta. Es también una apuesta por su clientela local, con la que tiene mucha gratitud. La ubicación, abrir desde el mediodía y un bar más amplio han funcionado.

No han cambiado el menú, pero la verdad es que su carta no requiere revoluciones, solo matices, que Laura introduce cuando lo considera necesario. Cocciones largas y buen producto, con preparaciones sorprendentes como pesca del Pacífico, puré de plátano maduro y palmitos frescos, o la ensalada de chicharrón con toronja, hierbabuena y zanahoria encurtida, son la especialidad de este restaurante. La carta recoge su recorrido en cocina: Colombia, Europa y Australia. 

La Makha

El año que lleva David Suárez al frente de La Makha, en el Binn Hotel, le ha permitido ajustar más su propuesta: un bistró con producto próximo y técnicas de alta cocina. Apoya productores y afianza la red que había iniciado en Test Kitchen.

En el lugar se ofrece desayuno, y para el resto del día hay carta y menú de degustación, con una misma base. Arman la degustación con platos que sirven independientes, con la idea de que quien tuvo un favorito en el menú, pueda pedirlo luego solo.

Interesante su tartar de sandía al horno, consistente pero suave, servido con leche de tigre de chontaduro, al igual que la pesca del Pacífico rostizada con meunière de limón criollo y el capeleti de cordero. Exploran en coctelería, con alternativas como el coctel de viche Canao con poleo, albahaca, limón y almíbar. 

Primer Piso

Estar en Astorga, zona central pero más tranquila que otras de El Poblado, otorga una ventaja a este rico restaurante. Su terraza de primer piso, cómo no, la misma que por años ocupó La Rotonda, resulta evocadora para quienes conocieron la pizzería.

Primer Piso sobresale en un segmento con pocas opciones en Medellín: un bistró, que ellos denominan restaurante de barrio. Comida sabrosa y una propuesta líquida diferente, sin estridencias. Frente a espacios grandes y cartas desbordadas, aquí hay opciones suficientes y diversas para comer bien en un ambiente tranquilo.

Para mayores de dieciocho años, su ensalada de verdes, chontaduro, edamames, pistachos, queso madurado y vinagreta de wasabi y cítricos es deliciosa, al igual que los dumplings de sandía al horno, queso de cabra, mantequilla de azahar, soya y eneldo. Su curry, que podría ser solo otro curry de pollo, resulta memorable. Para beber, el Thai vodka, con limonaria, toronja, limón y soda, es refrescante, y su cremoso de chocolate cierra con altura.

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