La inteligencia artificial sigue cruzando límites que hace unos meses parecían lejanos. Lo que antes requería cámaras, locaciones y equipos de producción, hoy puede realizarse desde un teclado. Sora, el nuevo modelo de OpenAI, ahora es capaz de transformar descripciones de texto bastante breves en videos realistas con una facilidad que impresiona y alarma a partes iguales. En segundos, un prompt de solo dos líneas puede convertirse en una secuencia donde todo parece real: personas, paisajes, gestos, luces. Literalmente todo. Se trata de un avance que coloca a la inteligencia artificial en un territorio inédito, en el que la línea entre lo generado y lo vivido se vuelve difusa. La promesa de democratizar la creación audiovisual convive con la inquietud de que ya no haya manera de distinguir lo real de lo fabricado. Y por eso, Sora ha abierto un dilema: ¿qué pasará cuando las imágenes dejen de ser evidencia confiable?
Qué es Sora Foto: DavideAngelini / Shutterstock.
Sora es un modelo desarrollado por OpenAI (la misma compañía que creó ChatGPT) capaz de generar videos a partir de texto, imágenes o clips existentes. Opera mediante un sistema de aprendizaje profundo que predice, fotograma a fotograma, cómo se vería una escena descrita con palabras. En ella, un usuario puede escribir “una pareja camina por Times Square bajo la lluvia” y obtener un video con personajes que se mueven, reflejos en el asfalto y tráfico de fondo. Todo se crea desde cero y con una fidelidad impresionante. La herramienta emplea una técnica de difusión similar a la que usan los generadores de imágenes, pero adaptada a secuencias en movimiento, lo cual permite controlar ángulos de cámara, ritmo de la acción y duración, con resultados que no comprometen los detalles pequeños, que solían ser el talón de Aquiles de las I.A. generativas. Además, Sora puede generar videos de hasta un minuto de duración, con resolución máxima de 1920 x 1080 píxeles. En sus versiones más recientes, Sora incluye funciones como ampliación de planos, extensión de videos y creación de fondos coherentes, lo que significa que incluso puede trabajar con videos ya existentes que pueden ser modificados sin ningún problema.
El auge de Sora y sus recreaciones virales Foto: Yalcin Sonat / Shutterstock.
Desde su lanzamiento el pasado 15 de octubre, la versión 2.0 de Sora se convirtió en fenómeno global. En redes sociales circulan miles de clips que muestran a celebridades en contextos imposibles, como Elon Musk bailando en una comparsa de carnaval, Taylor Swift caminando por un mercado latinoamericano, Barack Obama interpretando un monólogo de Shakespeare, e incluso la difunta reina Isabel II haciendo un espectáculo de lucha libre con movimientos y técnicas dignas de un experto. Todos ellos videos generados por usuarios anónimos que hoy acumulan millones de reproducciones diarias. En TikTok y X, los hashtags #MadeWithSora y #SoraAI superan ya los 450 millones de visualizaciones, lo que refleja la magnitud del fenómeno y su capacidad de expansión. Pero esa viralidad tiene una doble cara. Mientras una parte del público celebra la capacidad creativa de la herramienta, otra observa con desconcierto la precisión con que reproduce rostros y gestos reconocibles. Muchos de estos clips se confunden con grabaciones reales y circulan sin contexto, lo que en solo dos días ha multiplicado la desinformación en plataformas como X (antes Twitter) y Reddit. El riesgo de lo indistinguible Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida de Then Michael (@thenmichaelthen) La facilidad con la que Sora produce material creíble plantea esa amenaza fantasma con la que el internet lleva lidiando por lo menos un año: la fabricación masiva de deepfakes. Si bien esto ya sucedía con otras I.A. como Nano Banana, en esta ocasión las situaciones son casi indistinguibles de la realidad.
Hoy resulta posible recrear a cualquier persona en situaciones falsas con un nivel de detalle que supera los filtros tradicionales de verificación, como lo era fijarse en los dedos de las manos, las expresiones de los rostros o los personajes de relleno en el fondo. OpenAI no se ha pronunciado oficialmente sobre los peligros de esta nueva versión de Sora, pero en ocasiones anteriores ha tratado de aliviar el temor colectivo que sugieren sus herramientas explicando que la I.A. no es un invento que se pueda frenar, sino una parte esencial del internet a la que ya no se puede ignorar y a la que hay que aprender a usar. Sin embargo, la facilidad a la que se puede acceder a estas aplicaciones deja ciertas dudas sobre la mesa. Por ejemplo, expertos en seguridad digital de la Universidad de Stanford advierten que la difusión de herramientas como Sora acelera la pérdida de confianza en la imagen como prueba, pues a medida que los videos falsos se multiplican, también crece la necesidad de desarrollar sistemas de autenticación y marcos legales capaces de frenar el abuso. En Europa, el nuevo AI Act exigirá que todo contenido generado por inteligencia artificial esté claramente etiquetado, una medida que podría volverse indispensable para preservar la credibilidad visual. En todo caso, el poder creativo que promete esta inteligencia artificial podría convertirse, sin control, en el origen de una crisis de credibilidad sin precedentes. Y así, la pregunta ya no es si se podrá distinguir lo real de lo generado, sino si todavía importará hacerlo. También le puede interesar: Nano Banana: la herramienta de Gemini que edita sus fotos… ¿y también lo espía?
