En Colombia ocurre una escena que se repite cada año y que muchos consideran parte de la idiosincrasia del país. Esto empieza con la voz de un locutor de radio que dice a los cuatro vientos que desde septiembre se siente diciembre y por el paso de los años lo podemos confirmar con mucho orgullo.
Al menos, así lo vemos por las calles de Bogotá y las principales ciudades donde los fanáticos a la Navidad transforman sus hogares desde dos meses antes de la celebración con el propósito de exprimir cada segundo festivo que les ofrece diciembre, y lo hacen con una convicción tan férrea que instalan luces, coronas, figuras inflables y cualquier detalle capaz de recordar que la temporada se acerca con paso firme.
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Sin embargo existe esa otra población que permanece alerta y que responde a un ánimo distinto, porque hay vecinos a quienes vamos a llamar Grinch que no sienten afinidad por ese torbellino de colores, villancicos o adornos, de manera que buscan cualquier mecanismo para frenar la exaltación ajena, y por esta razón es fundamental que quienes disfrutan la decoración revisen con cuidado si están en riesgo de recibir una multa motivada por el disgusto de algún residente que observe en las luces un problema más que un gesto de celebración.
Las normas que rigen a las luces de Navidad en conjuntos residenciales
El punto de partida se encuentra en la Ley 675 del 2001, que establece un marco claro respecto al manejo de fachadas y zonas comunes en propiedades horizontales, ya que determina que no está permitido realizar modificaciones estéticas o estructurales sin la autorización expresa de la asamblea o de la administración del conjunto, lo cual implica que cualquier intención de instalar elementos navideños debe partir de una consulta previa que permita conocer los límites establecidos en cada reglamento interno.
Si un residente quiere instalar decoraciones navideñas en su vivienda, la recomendación más sensata es preguntar primero qué tipo de adornos están permitidos, porque cada conjunto define de manera autónoma el nivel de flexibilidad durante estas fechas, y ese simple acto de preguntar evita malos entendidos con la administración y con los vecinos que podrían interpretar la decoración como una alteración indebida del aspecto visual del edificio.
La uniformidad estética y la seguridad por encima de las luces de Navidad
Los conjuntos residenciales tienen la responsabilidad de fijar directrices frente a la ornamentación, ya que las decoraciones modifican la apariencia general de las fachadas, e incluso generan riesgos potenciales cuando involucran instalaciones eléctricas, cables expuestos o estructuras inestables que pueden caer durante una ráfaga de viento o durante una tormenta inesperada, de manera que el reglamento está para la seguridad colectiva.
Esto quiere decir que hay límites para sus luces de Navidad en balcones, puertas y ventanas, ya que en edificios altos puede pasar un viento muy fuerte y caer sobre alguien o generar alguna afectación a la comunidad.
De no hacerlo previo a una notificación por parte del conjunto, entra directamente a en vigor el artículo 59 de la Ley 675, donde contemplar una sanción económica por incumplir las normas puede llegar a unos $416.000 pesos, aunque el monto final varie según la gravedad de la infracción y de lo que haya establecido cada administración, y aunque muchas personas creen que esta cifra es improbable, la verdad es que existen conjuntos que aplican la medida con rigor cuando sienten que un residente insiste en mantener adornos que afectan la convivencia o la seguridad.
Lo que ocurre fuera de los edificios y lo que debe saber quien vive en casa
Quienes viven en viviendas independientes suelen pensar que estas normas no les conciernen, sin embargo la situación es más compleja, porque algunas alcaldías han regulado el uso de luces que pueden generar afectaciones en el espacio público, y de hecho existen restricciones sobre luminarias estroboscópicas, luces de láser o focos de alta potencia capaces de desorientar a transeúntes, conductores o incluso pilotos que sobrevuelan la ciudad, algo que puede parecer exagerado hasta que uno entiende la sensibilidad que tienen los instrumentos de navegación aérea frente a un destello inesperado.
También conviene revisar el uso desmedido de figuras navideñas gigantes, porque aunque para algunas familias representan alegría, para otros vecinos pueden convertirse en un obstáculo visual, una fuente de ruido o un motivo de incomodidad permanente, y esto ocurre incluso en barrios tradicionales de Bogotá donde las casas con antejardines amplios invitan a instalar muñecos que por su tamaño o por su iluminación alteran la tranquilidad nocturna de quienes comparten la misma cuadra.
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