Escritor peruano Gustavo Rodríguez gana el Premio Alfaguara 2023
Revista Diners
Una vez anunciaron en España que el escritor peruano Gustavo Rodríguez era el ganador del reconocido premio de literatura Alfaguara 2023, la escritora argentina Claudia Piñeiro, presidenta del jurado, advirtió que es casual que el premio llegue a Perú en estos momentos de incertidumbre política y justo el día en el que miles de personas llegarán marchando a Lima, pero que es significativo que así sea. Además, concluyó diciendo: “me alegra que el título incluya la palabra cuyes, que es una palabra que desde Latinoamérica enriquece el español”.
Y es que el título de la obra que le entregó el reconocido premio de literatura Alfaguara 2023 es: Cien cuyes. Una novela que le da la mano a la soledad y el encuentro, las diferencias de clase y la capacidad de empatizar por encima de ellas, la incertidumbre ante el futuro y la tercera edad, el final de la familia y la dependencia. Y por encima de todo ello planea la necesidad humana tan esencial de encontrarle un sentido a la vida.
El autor peruano, que empezó bromeando sobre su calvicie, es el ganador del Premio Alfaguara de novela 2023 con el título Largo viaje hacia el adiós y bajo el seudónimo de Cien cuyes. Desde Santiago Roncagliolo, ganador del mismo premio en 2006 por Abril Rojo, un peruano no era reconocido con el galardon.
El jurado, presidido por la escritora argentina Claudia Piñeiro y compuesto por el periodista y escritor español Javier Rodríguez Marcos, la editora y traductora argentina Carolina Orloff, el librero de Letras Corsarias, en Salamanca, Rafael Arias García, el escritor español Juan Tallón, y la directora editorial de Alfaguara, Pilar Reyes (con voz pero sin voto), ha declarado ganadora la novela por mayoría. La novela estará a la venta en librerías el próximo 23 de marzo.
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Pese a algunos problemas de conexión, – Gustavo se encontraba en el momento del anuncio en su casa de Lima, Perú- , el autor empezó su discurso hablando de la compleja situación política que vive su país. Y explicó que la palabra cuy, este roedor simpático ha sido durante milenios parte de la dieta de Perú y de los pueblos andinos. “Me alegra que el título ayude a visibilizar su cultura”, dijo. Y señaló que “la literatura sirva para ir cerrando las grietas (sociales) en los países”.
El jurado ha destacado que “Cien cuyes es una novela tragicómica, situada en la Lima de hoy, que refleja uno de los grandes conflictos de nuestro tiempo: somos sociedades cada vez más longevas y cada vez más hostiles con la gente mayor. Paradoja que Gustavo Rodríguez aborda con destreza y humor. Un libro conmovedor cuyos protagonistas cuidan, son cuidados y defienden la dignidad hasta sus últimas consecuencias”.
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En esta convocatoria se han recibido 706 manuscritos, de los cuales 296 han sido remitidos desde España, 112 desde Argentina, 99 desde México, 81 desde Colombia, 43 desde Estados Unidos, 28 desde Chile, 27 desde Perú y 20 desde Uruguay.
¿Quién es?
Gustavo Rodríguez nació en Lima en 1968. Ha publicado las novelas La furia de Aquiles (2001), La risa de tu madre (2003), La semana tiene siete mujeres (2010), Cocinero en su tinta (2012), República de La Papaya (2016), Te escribí mañana (2016), Madrugada (2018) y Treinta kilómetros a la medianoche (2022), y el volumen de relatos Trece mentiras cortas (2006). También ha escrito libros infantiles y juveniles que se leen en escuelas. En Traducciones peruanas (2008) se compendian diez años de artículos suyos publicados en El Comercio de Lima. Ha sido finalista del Premio Herralde y del Premio Planeta-Casamérica.
¿De qué trata Cien cuyes?
En un barrio residencial de Lima con vistas al mar languidecen unos ancianos de clase acomodada. Frasia, acuciada por sus necesidades económicas, pues tiene que sacar adelante a su hijo Nico, se ha ido convirtiendo en compañía imprescindible para algunos de ellos. Si consiguiera juntar diez cuyes, el dinero para comprar diez conejillos de Indias, podría, según le dijo siempre su tío, empezar una nueva vida.
Así, todos los días cruza la ciudad en transporte público para asistir a Doña Bertha, que además de ayuda doméstica necesita un apoyo extra porque en los últimos tiempos anda baja de ánimo y casi no tiene contacto con su hija. Frasia es muy buena en eso, y es tanta la fama de su buen hacer que en poco tiempo empieza a trabajar, en el mismo edificio, para Jack Morrison, médico jubilado y viudo, aficionado al jazz y al whisky e inmerso en una soledad que le oprime el alma. Algo más tarde también lo hará en la residencia del barrio, donde un grupo de residentes han formado una familia que se hace llamar «los siete magníficos».
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Sin embargo, a pesar de los cuidados de Frasia, para todos estos personajes los días siguen cayendo pesadamente en una rutina de medicamentos, comidas sosas a horas fijas, telefilmes, achaques y alguna que otra charla, en la que con frecuencia tienen muy presente el final de sus existencias. Frasia lo sabe, y también sabe que su estrecha relación y la confianza que ha logrado establecer con ellos acabará llevándola a una encrucijada.
Así empieza
“Cuando el metro elevado fue inaugurado por fin luego de veinticinco años de construcción, los aplausos ocultaron las críticas de que su larguísima verruga marcaría para siempre a la ciudad. Es lo que ocurre ante la desesperación: poco interesa en una sala de emergencia cómo quedará la cicatriz de una cirugía. Sin embargo, aquel ciempiés de concreto que los visitantes de metrópolis más amables observaban incrédulos por encima de sus cabezas tenía en Eufrasia Vela a una pasajera especialmente agradecida con esos fotogramas vivos que le enriquecían el trayecto: hacía un rato había pescado en una azotea a una mujer de su edad, rechoncha como ella, dando vueltas sobre su eje mientras hacía girar un sostén rojo; y ahora, en plena curva antes del óvalo Los Cabitos, había descubierto el grafiti de una pinga azul, relumbrante y retorcida como un neón: sabía que la acababan de pintar en ese muro, esa misma noche quizá, pero la asociación entre el vandalismo y el tren la hizo a retroceder a una viejísima película ambientada en Nueva York.
Un policial con ese actor, Al Pacino… ¿cómo se llamaba?
Nunca tuvo buena cabeza para los títulos y, últimamente, tampoco la tenía para los encargos. Por fortuna, aquella pintura en spray se volvió témpera en su cabeza y el rostro de su hijo se volvió una urgencia.
Mientras el tren desaceleraba, buscó su teléfono en el pantalón. Y mientras marcaba las teclas, levantó su amplio trasero. Extrañamente, para ser un lunes, la gente no era mucha y avanzó con pocos roces: cuando sus zapatillas empezaban a bajar las escaleras de la estación, la voz de su hermana ya estaba en su oreja”.