Catalina Suescún nunca había soplado las velas de su cumpleaños con tanta intensidad como en aquel 21 de noviembre de 2013. Esta vez no pediría cualquier deseo. Tenía que ser selectiva, no desperdiciarlo. Ya no se trataba de cargos, ni de títulos, ni de mejores sueldos, como lo hubiera pedido en años pasados. Esta vez en realidad era importante: no tener cáncer de mama.

Días atrás había recibido una noticia. Una feliz. Después de la pérdida de un bebé a las catorce semanas, de unos meses de angustia sin ninguna razón aparente, de un nuevo trabajo y un viaje a Argentina para bajar los decibeles de la vida, tuvo una buena noticia. Diego me compró una prueba de embarazo y salí del baño con una cosita que decía positiva. No lo podía creer, así que al otro día me fui al médico a verificar y tenía ya trece semanas, recuerda.


Dice el escritor Millôr Fernandes que toda felicidad viene envuelta en el fino papel de una tristecita. Y la felicidad de esta mujer y de Diego, su esposo, era así, frágil, delicada. Un libro de oraciones para otra noticia Pocos días después de saber que estaba embarazada, Catalina fue a una cita de rutina y comenzó para ella una película de terror, cuando la médica le dijo que tenía un bulto en un seno y había que hacerle una biopsia para descartar un posible cáncer de mama.

Catalina tuvo a Alicia a las 33 semanas, luego de seis quimioterapias. La doctora me decía que había que verificar todo, porque el cuerpo de una mujer embarazada cambia mucho. Era el día de mi cumpleaños y yo estaba abrumada en la sala de espera para hacerme la biopsia, cuando una mujer se acercó y me entregó un libro de Oraciones de emergencia. Sentí que no iba a estar sola. Esa noche Catalina llegó a casa y sopló las velas con toda su fuerza. La vida no es un cubo de Rubik Hasta ese momento su vida había transcurrido de forma lineal, dentro de los márgenes de lo establecido: una carrera, un trabajo, un matrimonio, una familia, el éxito presentado en su forma más tradicional [TRUNCADO]



