“La vaga ambición” de Antonio Ortuño: escribir desde el rencor y las voces de los muertos

El libro de cuentos del escritor mexicano tiene una voz nueva, cómica y verosímil sobre lo que implica escribir y ser un escritor.
 
“La vaga ambición” de Antonio Ortuño: escribir desde el rencor y las voces de los muertos
Foto: Daniel Mordzinski - Editorial Páginas de Espuma (Cortesía Antonio Ortuño)
POR: 
Ángela Cruz

La Vaga Ambición
Antonio Ortuño
Editorial Páginas de Espuma
120 páginas

Para quienes hemos tenido la oportunidad de seguir la carrera de Antonio Ortuño no es una sorpresa que sus libros merezcan galardones como el V Premio Ribera del Duero, con el cual se alzó este año su libro de cuentos “La vaga ambición”. Tampoco resulta sorprendente que entre su narración, precisa, cuidadosa, rigurosa en toda la extensión de la palabra, emerjan reflexiones profundas y afirmaciones contundentes sobre el modo en que se fija nuestra historia actual.

Sin embargo, “La vaga ambición” cuenta con un mérito excepcional pues reta las convenciones actuales de la autoficción —que por momentos parece inundar todo el panorama de la literatura hispanoamericana— para entregarnos una voz nueva, cómica y verosímil sobre lo que implica escribir y ser un escritor, porque no necesariamente lo uno se sigue de lo otro.

A través de Arturo Murray, un escritor en sus 40 que padece de este síndrome de “vivir por encima de las posibilidades” con el que muchos podemos sentirnos identificados, Ortuño nos muestra al rencor como una potencia creadora y a la mentira —esa que cuenta quiénes somos realmente— como un arma para vencer al tedio de la mediocre realidad.

Desde el primer relato, “Un trago de aceite”, Ortuño se encarga de golpear con fuerza al lector en esa infancia idealizada que tanto duele y define la naturaleza de Arturo, su llegada a la escritura como una herramienta para la comprensión de un mundo que se burla de la inocencia o simplemente la desprecia.

En el segundo cuento, “El caballero de los espejos” vemos que el rencor, con toda su dureza, pero también con una conciencia clara de sus efectos, permite devolver las ofensas del pasado –causadas por el ejercicio de escribir El Quijote en la infancia– con una sonrisa de desdén. No obstante, como se demuestra en las historias siguientes, no se trata de que Murray, por reír de último, ría mejor.

El retrato de la vida del escritor de mediana edad a quien el consumismo, el arribismo y la vanidad lo llevan a gastar más de lo que gana –como a la mayoría de los mortales–, se entremezcla con la reflexión sobre fenómenos por fuera de la literatura que en cierto modo atrapan, limitan la creatividad: al convertirse en escritor de la mega serie de televisión “Reinos desaparecidos” en el cuento “Quinta Temporada”, Murray reconoce que el éxito como escritor no necesariamente tiene que ver con la rigurosidad o el ideal de la escritura.

La cuarta historia, “Provocación repugnante”, llama la atención pues además de ser el único relato que no cuenta con Murray como protagonista, plantea un encuentro entre —dos grandes, dos favoritos de Ortuño—: Walter Benjamin y Mikhail Bulgakov, que salen de un teatro a fumar. El contraste entre la obra de estos dos autores, su repercusión y grandeza, y el patetismo de sus reflexiones íntimas y cotidianas, su pequeñez e indefensión, son presentadas al lector en un relato perfecto, en el que se refuerza la fragilidad de la figura del escritor.

Esta fragilidad se combina con la crueldad y la ridiculez del medio literario en el que Murray, “El príncipe de mil enemigos”, debe enfrentarse a hacer una gira literaria atravesada por la muerte de su madre.

Este evento se convierte en un obstáculo para ganar el prestigio literario y la figuración que anhela, alrededor de los cuales se construyen los grandes nombres: si algo se afirma en esta comedia absurda es que la literatura está en otra parte, es algo distinto. Tal vez una arma, seguramente un arma.

Con la afirmación de que escribir es hacerse un normando, un guerrero, el libro se cierra con “La batalla de hastings”, un cuento muy poderoso, plagado de referencias históricas que sin embargo se presentan con sutileza y respeto por el lector, sin pretenciosidad alguna.

Murray, quien en ese momento se encarga de dictar un taller de escritura a muchachos a quienes “les falta una mano” —como a todos nosotros, eventualmente, aclara—, a quienes, en medio de su propia vida mediana, acosada por la banalidad, afirma el carácter combativo, bélico del acto de escribir en el que los muertos —los antiguos guerreros, las influencias— “iluminan la ruta de los vivos”.

Este cuento final se erige como toda una definición de lo literario:
“La guerra solo puede ser trocada en belleza mediante la mentira, lo sé, pero con la vida es igual. Ustedes llámenlo crear sentido: yo lo llamo mentir. Y lo llamo, y esto debería interesarles, para que comiencen a amortizar el costo de este taller, escribir”.

Además del Premio Ribera del Duero, “La vaga ambición” ocupa en este momento todas las listas de recomendaciones literarias del año —las del New York Times y W Magazine, entre muchas otras— y se convierte en un nuevo triunfo para Ortuño quien, claro, emprende giras literarias, apariciones en diarios, entrevistas, buenas y malas reseñas con mucha mayor gracia que Murray y sin ceder un ápice, sin traicionar la precisión y meticulosidad de su escritura, cualidades que lo hacen uno de los escritores latinoamericanos más importantes de la actualidad.

         

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diciembre
21 / 2017