El viaje empieza mucho antes de entrar al automóvil o el avión. De hecho, comienza apenas piensa qué va a utilizar en esos días de descanso. ¿Camisa de lino o de algodón? ¿Maleta con ruedas o sin ruedas? Luego, sigue la fila del aeropuerto, o el lento desfile de peajes hasta la costa, con la mente puesta en la llegada pero atrapada en la espera. No importa si es un vuelo trasatlántico o una travesía de doce horas por carretera, hay un punto en el que la ilusión se mezcla con el agotamiento y el cuerpo empieza a producir señales que, aunque parezcan extrañas, son conocidas como síntomas que genera viajar. Vea también: Los peores comportamientos que puede tener en un avión.
En Diners elegimos algunos de los síntomas que parecen en cualquier continente, sin importar idioma o pasaporte, y aunque no suelen ser peligrosos, pueden convertirse en una experiencia incómoda si no se detectan a tiempo. Conviene aclarar que no son trastornos avalados por manuales médicos ni diagnósticos oficiales. Son reacciones psicológicas que se activan en contextos de viaje y que, en la gran mayoría de los casos, desaparecen sin dejar rastro. Estos son los síntomas que genera viajar:
1. Síndrome de París En 1986, el psiquiatra japonés Hiroaki Ota documentó un fenómeno extraño en turistas que visitaban la capital francesa. Vértigos, transpiración excesiva, desorientación, ansiedad, angustia, fatiga emocional, insomnio, delirios e incluso alucinaciones. La causa parecía residir en el choque entre la imagen idealizada de París y la ciudad real, con su tráfico, sus multitudes y su ritmo cotidiano. La manera más efectiva de evitarlo es descansar y ajustar las expectativas antes de llegar. Entender que ninguna postal coincide del todo con la experiencia real ayuda a prevenir el golpe. En casos persistentes, un psicólogo puede ayudar a procesar la desilusión y a entender que París no siempre es la película que uno imaginó.
2. Hipnosis de carretera Conducir durante horas por rutas monótonas puede provocar lapsos de memoria. El conductor no recuerda tramos completos del recorrido porque lo hizo en piloto automático. Entre los factores que la provocan están la fatiga, la repetición de paisajes y el exceso de horas al volante. El problema es que este trance reduce la capacidad de reacción y aumenta el riesgo de accidentes. La única receta segura es dormir y descansar hasta que el cuerpo se recupere. Según el Observatorio Nacional de Seguridad Vial, en su último informe se registraron 512 accidentes graves en el país por conducción prolongada. De ellos, 107 dejaron heridos, 28 víctimas fatales y 377 daños materiales.
3. Fatiga de museo El término lo introdujo en 1916 Benjamin Ives Gilman, curador del Boston Museum of Fine Arts. Observó que los visitantes iniciaban sus recorridos con entusiasmo y, al cabo de un tiempo, pasaban de largo ante las obras, distraídos y sin atención. La sobreestimulación visual, caminatas extensas, posturas incómodas y la acumulación de información contribuyen a esta fatiga. Planificar la visita, elegir de antemano las salas más atractivas y hacer pausas frecuentes son estrategias que transforman la experiencia y evitan que el arte se vuelva un ejercicio de resistencia física.
4. Síndrome de Bullerbyn Debe su nombre a los libros infantiles de Astrid Lindgren sobre un pueblo sueco idílico donde la infancia transcurre entre naturaleza y armonía. El término describe la idealización de la vida rural como refugio perfecto frente al ruido y el caos de la ciudad. Es común en viajeros que viven en grandes capitales y ven el campo como una promesa de simplicidad y bienestar. Esa imagen puede romperse al enfrentar la escasez de transporte público, los servicios limitados de salud o educación, la precariedad laboral y el aislamiento social. Incluso los pueblos más pintorescos arrastran problemas de despoblación y envejecimiento que exigen más que un cambio de postal.