Hiroshima y Nagasaki: ¿crimen de guerra o una acción legítima?

El 6 de agosto se conmemoran 75 años del bombardeo a Hiroshima y Nagasaki. Gabriel Iriarte Nuñez nos dejó este análisis atemporal del tema.
 
Hiroshima y Nagasaki: ¿crimen de guerra o una acción legítima?
Foto: Wikimedia Commons/ United States Army Air Force/ Public Domain
POR: 
Gabriel Iriarte Nuñez

El artículo Hiroshima y Nagasaki: ¿crimen de guerra o una acción legítima? fue publicado originalmente en Revista Diners No. 304, julio de 1995.

Uno de los hechos más trascendentales y a la vez controvertidos de la historia de la humanidad ha sido el doble bombardeo nuclear llevado a cabo por Estados Unidos en agosto de 1945, contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, no solo por el elevado número de víctimas que causaron apenas dos bombas, sino (y sobre todo) por el profundo debate moral que desencadenó el uso militar de éstas.

Todavía se discute si se trató de un crimen de guerra o de una acción legítima para poner fin a la carnicería en que se había convertido el llamado Frente del Pacífico; si los norteamericanos han debido continuar o no la contienda con medios convencionales hasta lograr la derrota de los nipones; si Truman tomó la terrible determinación con el propósito de liquidar la resistencia del Japón o , también, para enviar un mensaje a Stalin y bloquear cualquier intención expansionista que éste tuviera.

Finalmente, ¿qué habría sucedido si Alemania, Rusia o Japón hubieran perfeccionado antes que Estados Unidos la bomba atómica?

Cincuenta años después, bien vale la pena recordar algunos aspectos de la tragedia y exponer elementos de juicio que contribuyan al análisis de lo que fue la dramática iniciación de la era nuclear.

 

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El gordo y el flaco

Cuando en 1941 el presidente Roosevelt le dio luz verde al desarrollo de la bomba atómica (plan conocido como el “Proyecto Manhattan”), Alemania ya se hallaba realizando investigaciones en este campo y, al poco tiempo, harían lo propio Rusia y el Japón.

Hoy es evidente que las grandes potencias beligerantes estaban empeñadas en la consecución de un arma con un poder destructivo tan devastador que les permitiera alcanzar la victoria en el menor tiempo posible.

Únicamente Estados Unidos disponía de las condiciones tecnológicas y económicas propicias para ello. Más de dos mil millones de dólares –una cifra astronómica en ese momento- y una pléyade de científicos, encabezados por Oppenheimer, hicieron que la bomba atómica norteamericana estuviera lista antes del fin de las hostilidades en el Pacífico.

 

Una bomba a objetos civiles

En la mañana del 16 de julio de 1945, en el desierto de Alamogordo, Nuevo México, se llevó a cabo la primera prueba nuclear de la historia, cuando un artefacto de plutonio, con un poder equivalente a cerca de veinte mil toneladas de TNT, fue activado exitosamente:

“… Una salida de sol como el mundo jamás había visto, un sol gigantesco de color verde que en una fracción de segundos se elevó a una altura de más de 2.500 metros y que se alzó cada vez más hasta tocar las nubes…”, según la descripción de un testigo presencial. Como se pudo comprobar luego, en el sitio de la detonación la temperatura superó los cinco millones de grados centígrados.

A partir de ese momento empezaría el debate que aún no culmina. Si bien los científicos del “Proyecto Manhattan” y el gobierno de Washington eran conscientes de los tremendos efectos letales que lo que estaban inventando, en ese momento – en plena guerra- casi nadie se planteó la validez moral del empleo de la bomba contra objetos civiles.

Se detuvo a examinar los posibles efectos inmediatos y posteriores de este mecanismo, el más destructivo creado por el hombre.

Voces aisladas como la del Nobel de Física, Arthur H. Compton, pasaron inadvertidas. El científico anotó que el uso de la bomba podría envenenar con radioactividad la zona atacada, lo cual planteaba por primera vez en la historia la cuestión de una matanza a gran escala.

Por otra parte, Oppenheimer estimó que solo veinte mil japoneses morirían como consecuencia del bombardeo.

Hiroshima y Nagasaki

De todas maneras, en los meses anteriores a Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos había sometido a la mayoría de las ciudades japonesas a masivos bombardeos con explosivos convencionales, los que produjeron incalculable destrucción material y cientos de miles de muertos y heridos.

Aunque el Imperio del Sol Naciente cedía terreno a diario y sufría enormes pérdidas, las fuerzas norteamericanas estaban pagando un precio muy alto por su avance hacia territorio nipón. (Sólo en la batalla de Okinawa, aquellas perdieron cincuenta mil efectivos).

Todo indica, además, que en Tokio no tenían la menor intención de rendirse y realizaba importantes preparativos para defender el país hasta la última gota de sangre. Para el efecto tenía previstas diez mil kamikazes, 53 divisiones de infantería y una milicia de varios hombres.

Según Washington, la conquista del Japón, cuya invasión estaba planeada para el 1 de noviembre, le costaría a Estados Unidos medio millón de muertos, cifra que después fue reducida a menos de cien mil.

 

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Plutonio y Uranio en Hiroshima y Nagasaki

El 26 de julio de 1945, Roosevelt, Churchill y Chiang Kai-shek enviaron a Tokio un ultimátum para que se rindiera en forma incondicional, porque de lo contrario “la alternativa que le resta es la destrucción total y completa”. El rechazo de este mensaje por parte del gobierno nipón llevó a Truman a confirmar el ataque nuclear.

Dos días antes , varias ciudades japonesas fueron advertidas con octavillas, arrojadas desde aviones estadounidenses, en las que se decía que próximamente podrían ser arrasadas por “la fuerza más destructiva concebida…”

Estados Unidos solo poseía para entonces dos bombas atómicas bautizadas con los inauditos nombres clave de El Gordo y el Flaco, la primera de plutonio y la segunda de uranio, que serían lanzadas sobre Nagasaki e Hiroshima, respectivamente, desde superfortalezas B-29. Otros dos artefactos estarían preparados unas pocas semanas después.

Lo que sucedió a continuación es bastante conocido. El 6 de agosto de 1945, a las nueve y catorce minutos de la mañana, cayó El Flaco sobre Hiroshima, una ciudad costera que hasta ese instante contaba con 344.000 habitantes y un minuto después tenía cerca de cien mil menos. (Otras cien mil personas más morirían luego como consecuencia de la radiación y las quemaduras).

 

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Moscú también lo aprobó

La bomba, con una capacidad de veinte kilotones (veinte mil toneladas de TNT, mil veces más que un explosivo convencional) ocasionó una tormenta de fuego que duró seis horas y volatilizó el 60 % del área urbana.

El 9 de agosto, horas después de la URSS le declarase la guerra al Japón, el Gordo destruyó el 30 % de Nagasaki y mató a más de cincuenta mil de sus moradores.

Los aliados de Norteamérica, incluido Moscú, aprobaron los dos bombardeos, y el residente Truman advirtió que su país estaba dispuesto a utilizar más bombas de este tipo hasta poner de rodillas al Japón, lo cual ocurrió el 15 de ese mismo mes cuando el emperador Hirohito, hablando por primera vez a su pueblo, anunció la rendición incondicional. La matanza había terminado.

Una polémica sin fin

 

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Don’t forget never. This was the worst page of world war II. #hiroshimanagasaki #neverforgetneveragain

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Truman es el principal responsable de la hecatombe. Sin embargo, el padre del proyecto que se hizo realidad en Hiroshima y Nagasaki fue su antecesor. De haber estado vivo y al mando en la Casa Blanca, ¿hubiera Roosevelt ordenado el espantoso ataque? Imposible saberlo.

No obstante, es bueno tener presente que el 9 de septiembre de 1944, él y Churchill suscribieron un protocolo según el cual “cuando la bomba esté finalmente disponible , quizá sea usada contra los japoneses…”.

A la postre, no pudo ser de otra manera, puesto que en agosto de 1945, Alemania, el otro enemigo, ya se había rendido.

Ahora bien. ¿era válido el argumento de salvar cientos de miles de vidas de combatientes norteamericanos y tal vez millones de japoneses mediante el uso de la bomba atómica? La respuesta se divide en dos partes.

La excusa perfecta

Si Truman no hubiera bombardeado a Hiroshima y Nagasaki y, por el contrario, hubiera optado por la invasión al Japón teniendo a mano la bomba atómica para acabar de un golpe la guerra, sus compatriotas -¿y la historia?- seguramente lo habrían acusado de ser el responsable de una innecesaria carnicería de propios y extraños.

Por otro lado, tomando en cuenta los dantescos bombardeos a las ciudades japonesas, las continuas derrotas del ejército nipón y la declaratoria de guerra de la URSS al Japón el 9 de agosto, ¿no hubiera sido posible la rendición de Tokio antes del 1 de noviembre, fecha de la invasión norteamericana, sin necesidad de la bomba atómica?

A pesar de que en la actualidad se conocen mejor los efectos de un bombardeo nuclear, hace cincuenta años, y en medio de una guerra a muerte, lo que importaban eran las estadísticas y la efectividad de las armas.

Pérdidas cuantiosas

Esa era la moral del momento en Estados Unidos y en el resto de las naciones combatientes. (“Cuando uno tiene que vérselas con bestias, tiene que tratarlas como tales”, afirmó Truman, días después de los ataques nucleares). Prueba de ello es que los atroces bombardeos contra ciudades como Dresden, Hamburgo y Tokio, que causaron más muertos que los de Hiroshima y Nagasaki, no fueron puestos en la misma categoría de estos últimos. Es más, entre el 9 y el 13 de agosto de 1945,estados Unidos llevó a cabo ataques aéreos convencionales sobre el Japón, que provocaron pérdidas cuantiosas.

El gran interrogante es: ¿por qué Hiroshima y no Tokio? Quizá se trataba de hacer solo una demostración del poder destructivo de la nueva arma, sin tocar los centros de poder del adversario. (Algunos científicos del “Proyecto Manhattan” llegaron a proponer que el artefacto se ensayara en una zona deshabitada con el fin de mostrarles a los japoneses su poder destructivo).

Un poco de miedo de los Estados Unidos

O tal vez Truman, temeroso de las consecuencias de un arma desconocida, prefirió emplearla contra unos blancos secundarios.

De todas maneras, les enviarían a sus enemigos y al mundo el mensaje adecuado.

Hiroshima era un blanco militar y estratégico bastante secundario. Carecía de industrias bélicas, y su relativa importancia radicaba en que era la sede del Segundo Ejército japonés. Nagasaki era un objetivo básicamente civil.

Por ello es que no pocos analistas, incluidos norteamericanos, han señalado que, además del discutible objetivo de poner pronto término a la lucha.

La administración Truman escogió estas ciudades con el fin de mostrar los aterradores efectos que podían producir las bombas atómicas.

Por lo demás, ya estaban semidestruidas a causa de las bombas convencionales.

 

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Un plan nada decoroso

De otra parte, la Casa Blanca sabía que Moscú declararía la guerra al Japón en los primeros días de agosto. Con toda seguridad las tropas rusas habrían ocupado una parte del archipiélago japonés, tal como había sucedido con Alemania.

Sin embargo, Hiroshima y Nagasaki precipitaron la rendición de Tokio y las fuerzas soviéticas nunca pudieron invadir el Japón. Muchos se preguntan si en la decisión de usar las bombas atómicas se tuvo en cuenta esta perspectiva estratégica.

Lo cierto es que mediante Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos conquistó el Japón sin perder una sola vida norteamericana. Y sin tener que compartir su ocupación con otras potencias, en este caso Rusia.

Asimismo, durante cuatro años. la URSS explotó su primera bomba atómica en agosto de 1949. Mantuvo el monopolio absoluto de esta clase de armamento, lo cual contribuyó decisivamente a consolidar su liderazgo.

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agosto
6 / 2020