Llovizna: la fuerza sutil de la naturaleza en la obra de Ana González

La exposición de la artista Ana González, que se exhibe en la Sala de Arte Bancolombia hasta febrero de 2025, es un llamado tan sutil como potente a reflexionar sobre nuestra relación con los ecosistemas y el agua, que empieza a escasear por estos tiempos.
 
Llovizna: la fuerza sutil de la naturaleza en la obra de Ana González
Foto: Ana González expone Llovizna en la Sala de Arte Bancolombia, ubicada en el piso 4 de la Torre Atrio, calle 28 N° 13A-75 en Bogotá. Foto. Cortesía Sala de Arte Bancolombia /
POR: 
Andrea Jiménez Jiménez

Ana González Rojas se detiene a explorar lo invisible. En las fuerzas sutiles pero poderosas de la naturaleza que, como susurros, son percibidas como el puro paso del tiempo, pero que encarnan el poder de la suave persistencia. Como las gotas de agua que caen del cielo, que durante siglos han forjado concavidades en las rocas, hacen nacer plantas en recovecos impredecibles y lo cubren todo con una fuerza tan delicada como inalterable.

Es en esta interconexión de las energías y los ímpetus de la naturaleza que nace Llovizna, la más reciente exposición de la artista bogotana que acoge la Sala de Arte Bancolombia hasta el mes de febrero de 2025. Esta muestra invita a reconsiderar nuestra relación con ecosistemas como los páramos que, moldeados a lo largo de milenios, nos ilustran la sinuosa danza de la progresión protectora, lenta y constante del universo que nos abraza.

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González nos muestra cómo ese ciclo nos mantiene vivos: cómo el agua que cae del cielo nace en la tierra en lo alto de los páramos, para ir a decantarse en otros ecosistemas como los manglares, esos resistentes centinelas de las costas tropicales que son un testimonio del ingenio de la naturaleza. Sus intrincados sistemas de raíces proporcionan un santuario para la vida marina, protegen las costas de la erosión y capturan carbono con notable eficiencia.

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Y, además, la artista nos muestra cómo este ciclo está bajo amenaza con un vestido poco común. Porque, a primera vista, el arte de Ana González parece frágil. Ella lo sabe.

Cuelgan góngoras, esas orquídeas de agua moldeadas con cerámica, sobre hilos finísimos que asemejan un río blanco. Al frente, una fotografía ampliada, cóncava, de un paisaje imaginado en blanco y negro, nublado, bello y triste. Detrás de esa medialuna, lienzos de flores guardianas del agua, con un verde intenso como protagonista.

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En esa metáfora del tiempo, la belleza brota. La devastación hay que hallarla velada, como una musa dormida que se despierta de a poco en un paisaje inhóspito. No es perceptible a primera vista, pero se va revelando conforme nos adentramos en esa fotografía enorme e irreal del páramo de Chingaza, un paisaje imaginado y llamado ‘Serranías del Dios de la Noche’, construido a partir de nueve piezas textiles instaladas en forma de medialuna.

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Chingaza, incrustado en la Cordillera Oriental de los Andes colombianos, es el lugar escogido por la artista para servir de registro y contar la perdurable crónica del tiempo de la naturaleza. Al reflejarse sobre sí mismo y desvanecerse en hilos, el parque natural parece advertirnos tanto del deterioro lento como de la vulnerabilidad de nuestro planeta.

Llovizna, como toda la obra de González, refleja la fuerza femenina que habita en el mundo, y que en lugar de ser considerada como frágil y liviana, invita a pensar en su poder y profundidad. “En la vida hay un exceso de fuerza masculina, y mi obra puede confundirse con algo muy frágil o delicado, pero eso hace parte del mundo de lo femenino. En esa feminidad que hay también hay un mensaje muy poderoso. De eso trata mi obra: del despertar de esa fuerza femenina, algo que se puede ver como frágil y débil, que en el fondo es al contrario: es un poder creador, inspirador y femenino que todos tenemos”, asegura la artista.

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Lejos de lo conceptual, aunque no de lo simbólico y lo figurado, la artista acentúa su reflexión en Monte y laguna, una tela que se derrama sobre el suelo y que vuelve a ofrecer la imagen de un paisaje que se diluye en hilos abiertos y deshechos hasta borrar la escena. Hasta perderse en un río de finas fibras sobre el que se suspende Racimo, 18 cerámicas florales, góngoras, que contrastan en su misticismo con el paisaje difuso que sirve de telón de fondo.

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Y en contraste con los paisajes, solo flores: Flora de agua, una serie de nueve pinturas dedicadas a plantas que emergen como guardianas silenciosas de la calidad y la salud del agua. Que deberíamos sembrar y admirar, y emular, como si fuéramos una humanidad cuidadora y centinela, gota a gota, del agua que nos mantiene vivos.

Este espacio, en el que sobresalen árboles, arbustos y flores, se enfrenta al paisaje urbano que se puede observar desde los ventanales del recinto. Afuera, una Bogotá intervenida por las obras en construcción, los grafitis y el caos diario capitalino. Adentro, este verdor que devuelve al origen.

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Envolviendo todo el espacio, una instalación sonora que remite a los susurros del agua, al canto de los pájaros, y que nos recuerda a qué suena el mundo cuando la banda sonora de la naturaleza se superpone al paisaje sonoro artificial que le hemos instalado. La Llovizna que se cierne sobre el planeta cuando todo se apaga, dejando que sea la vida la que respira.

Horario y lugar

La exposición estará presente hasta febrero de 2025 de manera gratuita en la Sala de Arte Bancolombia, ubicada en el piso 4 de la Torre Atrio, calle 28 N° 13A-75 en Bogotá. Los horarios de visita serán de martes a viernes en horario de 10:00 a.m. a 1:00 p.m. y de 2:00 p.m. a 5:30 p.m., o los sábados, de 10:00 a.m. a 1:30 p.m.

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octubre
3 / 2024