Después de 44 años, Ana Victoria se reencontró con su familia en el Cauca gracias a una foto

Esta es la historia de Miriam Paví Escué, una indígena de la comunidad nasa que encontró a su familia en el Cauca, a la cual no veía desde hace más de 40 años, gracias al libro Hijas del agua.
 
Después de 44 años, Ana Victoria se reencontró con su familia en el Cauca gracias a una foto
Foto: Foto de Julio Reyes
POR: 
Sandra Martínez

Faltan menos de 24 horas para que la vida de Ana Victoria Penagos dé un giro de 180 grados. Faltan menos de 24 horas para que ella tome un avión rumbo a Cali y se reencuentre con su familia, a la que no ve desde hace 44 años. Faltan menos de 24 horas para que abrace de nuevo a sus hermanos, conozca a una decena de sobrinos, camine por la tierra que la vio nacer y vuelva a su origen. 

Es viernes, 21 de junio. Penagos está nerviosa, no ha dormido bien durante las últimas semanas. Está emocionada. Son demasiados sentimientos a la vez. Ya está anocheciendo en Bogotá y ella está en un supermercado comprando dulces para su familia. Su vuelo saldrá al día siguiente.

El inicio

Es lunes, 17 de junio. Hace frío. En el octavo piso de un edificio en el norte de Bogotá aparece Penagos, una mujer menuda, de tez morena, pelo negro y sonrisa tenue. Para conversar, elige su espacio favorito del apartamento en el que trabaja como empleada doméstica desde hace 16 años: una mesa de madera, ubicada en medio de una robusta biblioteca, que da a la ventana de la calle y desde donde se vislumbran las siluetas de los edificios cercanos. 

Ella, que al comienzo parece tímida, va desenredando su historia con sumo cuidado, como un hilo mágico y único. Cuenta que cuando tenía ocho años se fue de su casa, en un resguardo indígena en el Cauca. No recuerda las razones precisas —ha pasado mucho tiempo—, pero afirma que se fue con un vecino, que decía que era su familiar, y no volvió jamás. “Siempre tuve miedo de regresar porque pensé que me iban a rechazar, que me iban a castigar. Así que seguí adelante”, dice mientras se le escurren las lágrimas.

Retrato de Miriam Pavi Escué. Foto de Jorge González.

Penagos llegó a un pueblo llamado Paloquemao; luego se fue a Caloto, después a Cali, y de allí se vino a Bogotá, a la casa de una de las hijas de la familia con la que trabajaba. Tenía tan solo catorce años, una camisa rosa y una falda corta. “Recuerdo que lo primero que sentí en Bogotá fue pensar que había abierto una nevera, porque hacía mucho frío y veía el humo en el aire”, afirma.

Comenzó como empleada doméstica en el barrio Castilla, en el occidente de Bogotá, hasta que la familia decidió irse a vivir a Utah, en Estados Unidos; después trabajó en otra casa cerca del barrio Venecia y de ahí partió rumbo a Sogamoso, pero no le fue tan bien y decidió regresar a Bogotá, porque siempre extrañó la capital. Una vez aquí, se empleó en otra casa en Sindamanoy, a las afueras de la ciudad, y luego llegó por recomendación de una amiga a la casa de una familia que la acogió, y donde asegura sentirse segura y tranquila. De eso hace ya 16 años.

Fue justamente hace poco más de un año, en medio de un almuerzo en el apartamento de esta familia, que la semilla de conocer sus orígenes quedó sembrada. La invitada era la artista Ana González, una de las autoras de Hijas del agua, libro publicado en 2020 por Ediciones Gamma, en el que se reúnen fotografías de 26 comunidades indígenas del país.

González le preguntó a Penagos cuáles eran sus raíces, pero ella guardó silencio y no le prestó mayor atención. “Cuando no quieres descubrir algo, te pones un caparazón y no te lo quieres quitar, porque sientes que te protege. Yo me fui y no le respondí”, dice Penagos. 

Sin embargo, confiesa que se quedó pensando en el tema, y después su novio, Juan Carlos, le dijo que parecía coreana. “A mí me causó mucha curiosidad que me dijera eso, porque yo me miraba al espejo y no veía que tuviera los ojos rasgados, como los de ellas”, cuenta entre risas. 

Los meses pasaron y en mayo de 2024 hubo otro almuerzo. Ana González, que estaba de nuevo invitada, volvió a preguntarle por sus raíces. “Le dije que a qué comunidad pertenecía, sin insistir, porque a veces hay tanto dolor dentro que uno no sabe qué puede despertar. Y le expliqué que si algún día quería saber, yo le podía ayudar”, recuerda la artista. 

Ante la pregunta, esta vez Penagos le dijo que era del Cauca y le contó la anécdota de su novio, Juan Carlos; González le dijo que sí podía ser posible, porque en esa zona del país hubo una migración asiática hace muchísimos años. “Ahí pensé de inmediato que Ana era nasa; sus rasgos hablaban por ella. Y justamente las comunidades de este departamento —como las etnias indígenas misak,  kamsá y nasa— tienen rasgos un tanto orientales, por esas mezclas que se dieron en el pasado”, explica González. 

La artista, que realizó el proyecto junto con el fotógrafo Ruven Afanador (él tomó las imágenes y González las intervino con diferentes técnicas artísticas), pudo acceder a varios territorios indígenas gracias a la firma del acuerdo de paz en 2016. “En Hijas del agua alcanzamos a retratar cerca de 26 comunidades indígenas, pero en Colombia hay más de cien. Es muy triste que nosotros mismos no identifiquemos  a las comunidades de nuestro propio país. Algunas de las más representativas son de una belleza impresionante, como las mujeres koguis, de la Sierra Nevada de Santa Marta, o las mujeres nasas, en el Cauca”, asegura. 

“Las nasas son muy aguerridas. Sus tejidos son los más ancestrales, junto a los de los koguis; además, a través del telar realizan un ejercicio de sanación, exorcizan su sufrimiento, pues ha sido una comunidad donde el alcohol ha irrumpido con fuerza entre los hombres y hay mucha violencia intrafamiliar”, complementa González. 

Misterio resuelto

Esa noche, Penagos no pudo conciliar el sueño y tomó una de las decisiones más importantes en su vida: quería saber a cuál comunidad pertenecía, qué había pasado con su familia, sus cuatro hermanas y sus tres hermanos, pero para eso primero tenía que confesarle a su jefe que su nombre real era Miriam Paví Escué (en la ciudad se registró con el otro nombre para poder sacar su cédula y tener sus papeles en orden).

“Tenía miedo de que mi jefe lo fuera a tomar a mal, que se pusiera brava y me echara; sin embargo, estaba resuelta a decirle. Sentía que era tiempo de hablar y de quitarme ese peso que cargué durante tantos años”, dice Penagos. 

La conversación, afortunadamente, resultó maravillosa. Su jefe se puso feliz y de inmediato le escribió un chat a Ana González en el que le preguntó si le podía ayudar a ubicar a la familia de Penagos. La artista se emocionó y le respondió que iba a averiguar. También le dijo a su amiga que le mostrara a Penagos la página 196 del libro Hijas del agua, donde estaba el retrato de una mujer nasa, la comunidad indígena del Cauca a la que probablemente pertenecía. 

Retrato de la indígena nasa que Miriam Pavi Escué vio en Hijas del agua. Foto de Ruven Afanador / Ana González – Hijas del agua

“Cuando vi esa imagen, me quedé muda. Me impresionó mucho porque se parecía a mí, era como una familiar. Y me dio risa pensar que ese libro llevaba más de cinco años en la mesa de centro de la sala, y aunque sí lo había hojeado y había llegado a pensar para mis adentros cuál de todas estas seré yo, jamás había llegado hasta esa página”, dice Penagos. 

González contactó a Jacinta Cuchillo Tunubulá, una lideresa y artesana de la comunidad misak, que fue fotografiada y escribió un texto en Hijas del agua y con la que ha trabajado en varias oportunidades, para que le ayudara a contactar a esa familia. 

Cuchillo cuenta desde su casa en Silvia (Cauca), que apenas le dieron el nombre supo que Penagos, es decir, Miriam Paví Escué, debía ser nasa y de Toribío. “Solo por los apellidos nosotros sabemos de qué región proviene. Me emocioné, no pude dejar de pensar en ella, y me acordé de que hace un par de años, cuando lideraba un grupo de tejedoras en cinco municipios del departamento, conocí a alguien con ese mismo apellido”, manifiesta. 

La artesana buscó el número de celular de Ofelia Paví Escué, pero no lo tenía; les preguntó a varias personas y recordó que era uno de sus contactos en Facebook. “Le escribí por ahí y le dije que la necesitaba urgentemente, con la esperanza de que me respondiera pronto”. Y así fue. “Al día siguiente hablamos, le conté la historia y me dijo que le iba a preguntar a su mamá, porque ella no recordaba a ningún familiar con ese nombre. Y mire usted, Ofelia resultó ser la sobrina de Miriam. Yo no lo podía creer. ¡En menos de 24 horas había resuelto el dilema!”. 

Jacinta Cuchillo las puso en contacto. Penagos hizo una videollamada con su sobrina, creó un grupo familiar por WhatsApp y empezó a planear un viaje de reencuentro con esa familia de la que se había separado hace tantísimos años. 

El reencuentro

El sábado, 22 de junio, Penagos se levantó muy temprano, bebió un pocillo de tinto y salió de la casa. Tomó el vuelo de las nueve de la mañana con destino a Cali, llegó a tiempo al aeropuerto Alfonso Bonilla, y tan pronto como se bajó del avión comenzó a buscar a Marleny y Margarita, las dos sobrinas que habían acordado recibirla para llevarla hasta el resguardo San Francisco, muy cerca de Toribío, un municipio del Cauca.

Un día antes, el viernes, 21 de junio, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, se encontraba en Popayán lanzando Misión Cauca, una estrategia para fortalecer las operaciones militares contra los grupos armados y delictivos que tienen al departamento en una complejísima situación de violencia; además, había un bloqueo en la carretera y un nuevo deslizamiento en la vía Panamericana por las fuertes lluvias que azotaban a la región, un panorama complejo para el viaje de Penagos. 

“Cogí mi maleta y salí por la puerta, pero no las veía por ningún lado. En algún momento pensé que no iban a venir. Las llamé y me dijeron que estaban en el segundo piso del aeropuerto; respiré aliviada, y después nos encontramos”, dice. 

Foto de Julio Reyes.

Las sobrinas decidieron contratar un carro que las llevara los cien kilómetros que, en promedio, hay desde la capital del Valle hasta Toribío, un viaje que toma alrededor de dos horas y cuarto. Sin embargo, hubo un enorme trancón y tardaron cuatro horas en llegar; solo se detuvieron a tomar un caldo de pollo en la carretera, porque el hambre apremiaba. 

Penagos aún no podía imaginar lo que estaba por vivir. En la puerta de la casa, pintada de azul cielo, en medio de las montañas, pusieron una lona blanca; detrás estaban sus sobrinos más pequeños, con bolsitas llenas de pétalos de rosas. “Los niños hicieron como una calle de honor y me iban lanzando flores”, relata emocionada. 

Luego, dos de sus hermanas, Dolores y Fedelina, la recibieron; cada una la tomó de una mano  y le dieron tres vueltas en círculo en el patio. Su sobrina, Ofelia Escué Paví, explica que las vueltas tienen un significado especial: “Es para que se acuerde de sus raíces, porque ella nació aquí, es de este territorio; es para que no se olvide de eso y de su ombligo, que está aquí enterrado”, dice. “Los niños simbolizan la alegría y la felicidad por el reencuentro de esa persona que se fue hace tanto tiempo. Para mí, que tengo 40 años y no la conocía, fue también algo muy especial”, explica.  

En el patio había un letrero de colores que decía “Bienvenida a casa” y tres ponqués. También estaba Jacinta Cuchillo esperándola para darle un abrazo; hubo lágrimas de alegría, abrazos, besos y un sancocho para festejar el regreso. 

Foto de Julio Reyes.

Cuatro días después, el 26 de junio, Penagos cuenta que pese a que tiene un fuerte dolor de garganta, está muy feliz. Conocer a tantos familiares la tiene con una felicidad que se le nota en el brillo de los ojos. “Cada vez que me dicen tía, la sangre se me mueve”, dice. Recordar con Dolores y Fedelina, sus hermanas, los viejos tiempos; a su papá, que trabajaba con el fique; a su mamá, que era tejedora; a sus abuelos, que siempre le ayudaban cada vez que hacía una pilatuna; ver el huerto donde aún siembran yuca, cilantro, papa y ajo; ir a la notaría para verificar que no tiene 47 años, como creía, sino 52, y simplemente estar en esa tierra tan sagrada y rica como el Cauca, y conocer a tantos sobrinos, no tiene ningún precio. 

“Imagínese que Wilmer, un sobrino, me dijo que si quería ser la madrina de su hija, que nace en septiembre. Y yo no puedo de la dicha. Nunca nadie me había pedido algo así. Esta es mi familia de verdad, esta es mi sangre. Soy nasa. Y la verdad, pensé que me iba a morir sin saber a qué raíces pertenecía”. 

         

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agosto
5 / 2024