Obregón: 100 años de uno de los artistas más influyentes de Colombia

En 2020 se celebra el centenario del nacimiento de Alejandro Obregón. Eduardo Serrano, crítico de arte, repasa su trayectoria y explica por qué su legado está más vigente que nunca.
 
Obregón: 100 años de uno de los artistas más influyentes de Colombia
Foto: Archivo Obregón
POR: 
Eduardo Serrano

Hace cien años nació Alejandro Obregón y podría afirmarse que fue un predestinado. Los logros de su obra no solo siguen vigentes, sino que cada vez es más claro que su influjo le dio alas al arte colombiano, le abrió senderos y rumbos que lo condujeron a horizontes hasta entonces inimaginados. El artista falleció hace 28 años y su magnetismo personal, su temperamento exaltado, su fuerza creativa se echan de menos, pues fue una personalidad cuya figura, talante y actitud comunicaron su genialidad.

Obregón

Alejandro Obregón en el techo de su casa en la Calle de la Factoría, en Cartagena.


Como miembro del Grupo de Barranquilla –la tertulia bohemia que reunió los nombres más destacados de la cultura costeña de mediados de siglo XX– pero debido a su ascendente fama, Obregón se convirtió en una celebridad cuyas pinturas, anécdotas, conquistas, y hasta sancochos, se comentaban con admiración; era un personaje que, como los de su pintura, Dédalo, Ícaro o Blas de Lezo, pertenecen a esa especie de seres que encarnan, de forma simbólica, aspectos de la condición humana que les aseguran una permanencia indiscutida.

La leyenda de Obregón echó a andar desde cuando estaba vivo, no solo en Barranquilla sino en todo el país y América Latina, gracias a su personalidad y, ante todo, a sus logros pictóricos.

alejandro Obregón

Amazonía: el Miritiparana, 1985.


En 1944, desde su primera presentación en Colombia, su obra fue recibida con entusiasmo por parte de la crítica y del mundo del arte en general, que vio en su producción un cambio promisorio de propósitos y contenidos.

Desastre en la ciénaga, 1980.


La fidelidad pictórica al mundo visible, que aún era un paradigma del arte nacional, solo había despertado el interés del artista como ejercicio académico, y la mirada al pasado y a la historia, el otro itinerario de la pintura colombiana en esa época, tampoco se ajustaba a sus designios. El Retrato del pintor, presentado ese mismo año en Bogotá, fue una corriente de aire fresco. Gracias a su manera de ejecución, con base en tonalidades contiguas, y a su referencia explícita a través del sombrero negro a Paul Cézanne, hizo evidente que desde sus inicios Obregón fuese consciente de la amplia libertad creativa que se abría para la pintura con la consolidación del modernismo.

Alejandro Obregón

Blas de Lezo, 1978


Por esa época el artista llevó a cabo gestiones culturales importantes, organizando salones, fungiendo como profesor y director de academias de arte e impugnando la orientación de la docencia artística en el país.

Violencia, 1962.


Luego, el artista se concentró en una particular manera de simplificación geometrizante y produjo pinturas como Nube gris y Zilueta (1948), admiradas por su concisión. Más adelante, en obras como Máscaras (1952), el rico cromatismo de triángulos, rectángulos y, sobre todo, de elipses, reitera su búsqueda de un lenguaje contemporáneo y simultáneamente propio.

Tres volcanes, 1960.


Su producción continúa a mediados de los años cincuenta con una serie de naturalezas muertas en las cuales ya es claro que su ambición de originalidad se basaba en la espacialidad, en crear espacios inexplorados pictóricamente, ambiguos, evocativos y sugerentes.

Iguana infectada, 1979.


Su trabajo no solo se convierte desde entonces y hasta mediados de la década de 1950, en epítome de enunciados modernistas. El artista se mantiene fiel a algunos de sus principios hasta el momento de su muerte, como la ruptura formal con el pasado y la invención y refinamiento de un lenguaje pictórico personal.

Torocóndor, 1960.


Pero con la obra de Obregón son imposibles las generalizaciones, y en algunas de sus naturalezas muertas se va perfilando un cambio de rumbo, tanto conceptual como estilístico. Las pinturas se tornan cada vez más espontáneas y expresionistas, y produce obras como Espanta generales (1955) y Estudiante muerto (1956), que emparentan con una obra de la década anterior acerca de los sucesos del 9 de abril de 1948, pero ahora referidas a la represión desatada por Rojas Pinilla contra los estudiantes y, en general, contra la oposición. Son obras caracterizadas por su manifiesta crítica política y social, combinada con su establecido afán de modernidad y particularidad.

La vertiente político-social de la obra de Obregón reaparecerá intermitentemente a lo largo de su trayectoria con pinturas como Violencia (1962), considerada una de sus obras cumbre y en la cual el cuerpo de una mujer grávida y herida se convierte en paisaje. Sus senos-montaña son perfecto indicio de su ubicación andina.

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Pero es claro que desde mediados de siglo Obregón había abandonado la pureza y concentración en los valores plásticos de los movimientos modernistas y que, sin echar de lado sus enseñanzas, había abierto su arte a la contaminación, a las posibilidades de incluir contenidos extraartísticos relacionados, por ejemplo, con la cultura y la naturaleza del país.

Máscaras (Primavera), 1954.


Y así, en 1956 inicia sus trabajos sobre El cóndor, tal vez la más reproducida de sus series, manteniéndose fiel a la idea de que el arte debe traslucir, además de una finalidad estética y creativa, un temperamento idiosincrático y un propósito social –en este caso el afianzamiento de un sentido de identidad latinoamericana.

A partir de ese momento se hacen aún más claros los principales rasgos de lo que será su estilo, como la combinación de elementos abstractos y figurativos; el contraste entre áreas donde se abigarran pinceladas y áreas que permanecen solitarias y vacías, y colores que varían, pero generalmente matizados por un magistral manejo del gris.

El último periodo de Alejandro Obregón

En su último periodo, Obregón se dedica a volcar en los lienzos su temperamento, su energía y en ocasiones también su ternura, y a plasmar insinuantes temas mitológicos, a reinventar la geografía nacional desde una óptica vehemente y poética, y a concientizar acerca de la peligrosa condición del planeta, como en la serie Desastre en la ciénaga (1986). Sus pinturas aluden con frecuencia al Caribe, pero también a las cordilleras, e incluyen a algunos de sus más caracterizados habitantes: cóndores, águilas, pirañas, toros, iguanas, búhos, mojarras y barracudas, así como alcatraces y otras aves caribeñas, que unas veces se descomponen en olímpica quietud y otras veces vuelan fugaces o caen al mar.

Espanta generales, 1955.


En 1968 Obregón cambia el óleo por el acrílico, lo cual se refleja necesariamente en su producción, pero sin desviarla del derrotero expresionista y nacionalista. Con este cambio de materiales su trabajo adquiere una presencia más radiante y contemporánea, un colorido más vivo y experimental, mientras se incrementa la gestualidad y, con ella, la idea de movimiento. Las pinceladas cruzan por sus lienzos como ráfagas cromáticas entre las cuales, eventualmente, empieza a aparecer la figura humana: bien en la forma de una mujer joven que se presta para especular acerca de su simbología, o bien a través de autorretratos en los que, en ocasiones, combina su fisonomía con las de sus héroes.

Retrato de un pintor, 1943.


Hoy, cuando su ausencia permite revisar su producción con otra perspectiva y ya como una obra cerrada y completa, resulta perfectamente claro que Obregón fue el primer artista colombiano en lograr que el modernismo pictórico fuera mirado con algún interés y seriedad en el país, que se convirtiera en objeto de reflexión y estudio, y que finalmente fuera aceptado, explorado con fe y entusiasmo por artistas de posteriores generaciones. También fue el primer pintor colombiano que logró crear escuela, cuyos más visibles rasgos (espontaneidad, lirismo cromático, simbología nacionalista y ambición global), pueden encontrarse en la obra de numerosos artistas de su época y hasta el presente.

Alejandro Obregón

Y más importante todavía, hoy, cuando los artistas introducen de manera permanente consideraciones sociológicas en su producción, cuando el arte político está en plena vigencia, cuando la problemática ecológica es fundamental y cuando la irreducible libertad que aflora por todos los poros de la obra de Obregón se ha ido imponiendo globalmente, su empuje creativo y su decidida vocación por lo natural y lo vital constituyen la más perdurable y positiva influencia generada en el arte colombiano de los últimos cien años, y justifican plenamente, también desde esa óptica, su aura de leyenda.

         

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junio
24 / 2020