“Lo más difícil de convertirme al judaísmo fue negar la importancia de Jesús”

Hace treinta años, Adriana De Francisco aseguró "decido convertirme al judaísmo por amor y convicción". Esto fue lo que tuvo que dejar a un lado.
 
“Lo más difícil de convertirme al judaísmo fue negar la importancia de Jesús”
Foto: Unslash/ C.C. BY 0.0
POR: 
Maria Alexandra Cabrera

El artículo “Lo más difícil de convertirme al judaísmo fue negar la importancia de Jesús” fue publicado originalmente en Revista Diners de marzo de 2012.

Tenía 17 años cuando conocí a Saúl Schimjawicz en los estudios de Telepacífico. Estaba grabando un piloto con Margarita Rosa, mi hermana, para un programa de moda que jamás se concretó.

Ese día una amiga visitó el estudio con un hombre que había llegado de Israel para solucionar un problema con su libreta militar.

Saúl, de padre alemán y madre de origen israelí, dejó Cali a los 17 años para instalarse con su familia en Israel. Diez años después regresó al país con el único propósito de arreglar sus papeles e irse de nuevo.

Pero ese encuentro nos cambió la vida a los dos.

Me enamoré de un hombre distinto, respetuoso y con quien yo, una estudiante de filosofía de la Universidad del Valle, podía tener conversaciones profundas.

Había crecido en una familia respetuosa de credos, así que jamás me importó que fuera judío. Para la familia de él, por el contrario, fue una idea muy difícil de procesar. Pero Saúl se la jugó por mí. No regresó a Israel, consiguió un trabajo en Cali y tuvo la valentía de decirles a sus padres que no iba a dejarme.

Formar familia y convertirme al judaísmo

Cuando me pidió que nos casáramos, después de cinco años de noviazgo, yo aún no conocía a mis suegros. Así que decidí escribirles una carta para contarles quién era yo y aclararles que mis intenciones eran formar una familia bajo los valores del judaísmo.

Yo sabía que si quería seguir con Saúl mi única elección era la conversión, así que tomé la decisión de hacerlo con compromiso.

Además, era consciente de que si no me convertía el más perjudicado iba a ser él, a quien se le negaría el derecho de participar activamente en la comunidad judía.

El 9 de agosto de 1986 nos casamos por lo civil y un año después viajé a Israel a conocer, por fin, a mis suegros. En ese momento todo cambió, pues nos entendimos inmediatamente.

Recibir su apoyo fue fundamental para el paso que me esperaba: una conversión que duró tres años y que culminó con un matrimonio bajo las leyes judías.

Exámenes, oraciones y Shabbat

Mi rutina en esos años fue la siguiente: una clase semanal en Cali con una profesora que me hacía exámenes sobre el significado de las fiestas judías, las comidas de cada fiesta, las oraciones más importantes y la preparación del pan que se come cada viernes en Shabbat –el día sagrado de la semana judía–.

Una vez al mes tenía que viajar a Bogotá para encontrarme con el rabino Alfredo Goldsmith, quien me instruía sobre la historia judía y repasaba conmigo las costumbres y el papel de la mujer en la familia y la comunidad.

Completé mi conversión en una sinagoga de Miami en donde di el paso final: sumergirme en la Mikve, una especie de piscina que tienen todas las sinagogas y en donde las mujeres deben bañarse con el propósito de purificarse. Ese mismo día nos casamos.

Negar la importancia de Jesús, lo más difícil

No todo ha sido fácil. La figura de Jesús siempre me ha causado admiración y negar la importancia de ese ser tal vez ha sido lo más difícil de este proceso.

También me costó aceptar la separación de los sexos en la sinagoga. Para mí, que en ese entonces tenía ideas más feministas, fue muy duro darme cuenta de que en el judaísmo la mujer tiene un papel más secundario.

Menos traumático pero también importante fue la Navidad, un acontecimiento en mi familia. Sin embargo, con el tiempo aprendí a manejarlo: cuando nos podemos reunir con mis padres todos celebramos, pero si no se presenta la oportunidad de vernos, menos ahora que vivo en Canadá, en mi casa no se hace nada. Mis hijos –Sophia, Nathaniel y Hanna– son conscientes de que mi familia no es judía, pero eso jamás los ha distanciado.

Este año cumplí treinta años al lado de Saúl y creo que todo ha funcionado gracias a un marco familiar de profundo respeto. Y estoy convencida de que, sin duda, la principal encargada de forjar ese marco ha sido la religión.

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