Ropa interior libre de ataduras

POR: Revista Diners
 / septiembre 23 2014
POR: Revista Diners

La ropa interior es, seguramente, una de las prendas que más noticias continúa proporcionando en la historia de la moda. Sus profundos cambios siguen el ritmo de cada época. Hoy, la invisibilidad dejó de ser parte de su esencia. En Colombia, marcas y diseñadores muestran esta nueva senda.

Es un secreto a voces. La seducción inherente a esas piezas que conviven en intimidad con la piel de las mujeres traspasó las barreras de la imaginación y se instaló en primera línea visual. Lo que intuíamos que pasaba en lugares recónditos, inexplorados o desconocidos sucede ahora frente a nuestros ojos. Lo podemos tocar y sentir. Su presencia sigue resultando indómita y egoísta –quiere todos los ojos sobre ella–, pero conserva el extraño candor de quien defiende su territorio. Llama, convoca y provoca desde la intimidad y se vuelve público al pasearse sin afanes. La ropa interior dejó de ser esclava de sus propios mitos y, más bien, se mimetizó con el cuerpo. Piel sobre piel al aire. Estas piezas cobran nueva vida y la ejercen sin necesidad de luces de neón o una situación específica que las preceda. Simplemente suceden.

Si los corsés oprimieron alma y cuerpo de las mujeres durante un par de siglos, estas nuevas prendas permiten ondear la personalidad como si se tratara de una bandera. Si en la década de 1950, la ropa interior componía la silueta del “reloj de arena” bajo las blusas ajustadas y las faldas acampanadas, en el siglo XXI es fácil encontrarse con un body que viste el torso sin mayor compañía que un espléndido pantalón. El recato que resaltaba la ropa interior se hizo añicos. Ya no pretende ser la llama de la tentación. Este vestuario es más exigente que nunca porque busca hablar en igualdad de condiciones con cualquier otra prenda elegida para adornar el cuerpo. Un brasier dejó de ser una dama de compañía y ejerce su liderazgo sin preguntar.

LO TRENDY
Es tal el significado que representa la lingerie sobre la evolución de la moda, que el Fashion Institute of Technology (FIT) en Nueva York exhibe por estos días en su afamado museo una retrospectiva del pasado y presente de estas prendas esenciales. La exposición está curada por Colleen Hill y reúne setenta piezas que abarcan desde el estilo del siglo XVIII hasta una secuencia visualmente impactante de los profundos cambios que experimentó la moda durante el siglo XX y cómo resulta la ropa interior en este siglo XXI. La muestra incluye…, ¡sorpresa!, el trabajo de la joven diseñadora colombiana Sarah Cohen como ejemplo de la ruta que emprenden bodies, pantis y sostenes en la actualidad.

Desde 2008, una pequeña marca –Suky Cohen–, nacida en Bogotá, fue incorporándose al armario de mujeres que veían reflejado o exaltado ese deseo de “gustarse a sí mismas” en la ropa interior. “Esa es la idea, que mi lencería sea un accesorio, pero puede protagonizar también un sueño fetichista. Investigué a partir de pecheras y collares que forman parte de rituales para convertirlos en ropa interior. Quiero engrandecer a la mujer. El negro sirve en Bogotá porque no hay estaciones. Otros colores limitan mucho más la producción, aunque servirían para climas más cálidos”, me aclaraba en 2012 la diseñadora cuando ya contaba con trescientas clientas directas en su portafolio y se preparaba para recorrer el Soho en Nueva York ofreciendo sus piezas. Han transcurrido dos años más, el “voz a voz” de esta marca se convirtió en una exitosa vía de comercialización y hoy Sarah Cohen ingresa en otras ligas del mercado. Sin embargo, no puede olvidar que su formación técnica en Brasil y su acercamiento al mundo de la lencería en realidad se combinaron con un ingrediente fundamental: el embarazo de su primer hijo. Ese fue el detonante para investigar cómo producir piezas en lycra y algodón que le permitieran sentir cada prenda como una segunda piel, sin aros, cierres metálicos o encajes. De ahí comenzaron a surgir sus brasieres que llegan hasta el cuello con un entramado de delgadas cintas que se convierten a su vez en un adorno sobre el pecho, y sus espaldas cruzadas permiten que el aire levante blusas y tops.

En Colombia, el eco de esta tendencia liberadora de los cuerpos y que a su vez logra desplazar la funcionalidad de ciertas prendas de ropa exterior se hace sentir cada vez con mayor entusiasmo y creatividad. Tanto diseñadores en solitario como marcas de alto impacto comercial y consumidoras se encuentran en un camino cruzado por la necesidad de convivir de manera más natural con la sensualidad. Una suerte de urgencia implícita que surge paradójicamente en medio de una cultura procaz globalizada que, según analiza Ariel Levy en su agudo ensayo Chicas, cerdas, machistas, CCM (publicado en Colombia por la editorial Rey Naranjo), hace del desnudo gratuito una obsesión compartida por hombres y mujeres. Mientras Rihanna se presenta desnuda cada vez que puede en alfombras rojas de la moda y las redes sociales; mientras con mayor furor se desvisten mujeres desconocidas ante cualquiera con tal de participar en la campaña de aniversario de la revista SoHo (especializada en Colombia en esta “pornografía blanda” protagonizada por las CCM); al tiempo que ocurre esta ansiedad de hacer del cuerpo el principio y el fin de todo, se produce esta nueva línea para la ropa interior que, al contrario, muestra partes insólitas de la piel (un retazo de clavícula, la curvatura de la espalda, la oscuridad de la cintura) que prescinden exactamente de la carne gastada de pechos y colas que muestran las CCM.

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septiembre
23 / 2014