Colombia presente en el Festival de Jazz de Nueva Orleans

Diners estuvo presente en el Festival de Jazz de Nueva Orleans en Estados Unidos. Conozca los artistas colombianos que se presentaron allí.
 
Colombia presente en el Festival de Jazz de Nueva Orleans
Foto: Ryan Hodgson-Rigsbee
POR: 
Luisa Piñeros

Desde el aire, el río Mississippi podría ser el río Atrato en el Chocó, el Magdalena extendiéndose por Colombia o quizá una extensión del Amazonas. Pero no, es el gran río de Estados Unidos que une a diez estados y atraviesa el centro del país con sus 153 kilómetros. Hacia el sur, pasa por Nueva Orleans y desemboca vigorosamente en el Golfo de México.

Durante siglos, el Mississippi, ha sido el núcleo del comercio y sus aguas son utilizadas como medio de transporte y sustento para los pobladores de la región. Por allí a diario pasan barcos y buques cargados de granos, fertilizantes, maquinaria, acero, cobre y mercancías en general.

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La ciudad de Nueva Orleans guarda los vestigios de haber sido una colonia francesa fundada en 1718, luego cedida a España en 1763 y después comprada por los Estados Unidos en 1805. Esa mezcla de culturas hoy en día hace de esta imponente ciudad, una de las urbes más vibrantes del mundo. Allí mismo, desde hace 54 años se realiza el New Orleans Jazz & Heritage Fest. En su primera edición, en 1970, contó con solo 350 personas. Hoy, cinco décadas después, se calculan alrededor de medio millón de asistentes a esta gran celebración de las raíces negras y las herencias africanas, reflejadas en géneros como el jazz, el gospel, el cajun, el zydeco, el blues, R&B, rock, funk, música africana, latina y caribeña.  

De río a río 

Hasta ese gran Mississippi, llegó la agrupación colombiana Matachindé. Son herederos de una larga tradición musical que se gesta a orillas del río Yurumanguí. Su historia comienza en 2010 y tiene uno de los mejores momentos en 2023, cuando ganaron, luego de cuatro intentos, el primer lugar en el Festival Petronio Álvarez en la categoría marimba y cantos tradicionales. El festival fue su puerta de apertura a un mundo desconocido y la llave que abrió la cerradura, fueron sus potentes  bambucos, amadores, currulaos, charrangas campesinas y manacillos, los ritmos propios de su territorio, que como muchos en el litoral, han sido golpeados por el conflicto armado.

A fuerza de rezos y cantos, Matachindé ha conjurado su camino. Vivir entre las balas de una guerra que no les pertenece y la cultura que es su mayor herencia, les ha permitido trazar un camino que péndula entre lo terrenal y lo espiritual. Cada Semana Santa el ritual se repite y de allí viene su propuesta musical y estética, de esa conmemoración católica donde recrean la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La fiesta del Matachín es un ritual ancestral que se originó en el corregimiento de Juntas de Yurumanguí, Buenaventura. 

Los matachines cumplen el rol de los soldados romanos que crucificaron a Cristo y así es como a través de cantos religiosos o fúnebres, la comunidad  se reúne en torno al sincretismo, donde es mitad religión y mitad celebración. Allí el viche, aquella bebida artesanal que se destila de la caña, es protagonista, junto a los salves, las máscaras y los manacillos.

Interpretar al Pacífico colombiano en una canción

Para las comunidades afro del Pacífico, el territorio no es solo el mundo físico, por lo que portan máscaras coloridas que hacen referencia a los animales que habitan la selva,transformándose en seres sobrenaturales de la naturaleza. 

Dice uno de sus integrantes, el joven Duván Valencia Valencia, intérprete del tambor cununo: El territorio es la vida y la vida no se vende, se ama y se defiende.  Parafraseando a un amigo cercano, líder social que fue asesinado”. Luego pone su mirada en el río Mississippi, se concentra antes de musitar sin timidez “Esto no se parece en nada al río Yurumanguí, lo que pasa es que el Mississippi es un río urbano”. 

Y claro, es que ellos viven en una región a dos horas de Buenaventura donde solo se puede acceder por vía fluvial, en canalete o lancha para descubrir a una comunidad que tristemente ha sido golpeada por los diferentes grupos armados. 

“El río Yurumanguí es intenso, tiene 13 veredas. Es un territorio indescriptible y es importante para nosotros. Son ríos que venimos conservando desde hace muchos años. Si tú me preguntas si viendo el Mississippi veo el Yurumanguí, la respuesta es no”, reafirma doña Celedina Caicedo Caicedo, una de las cantadoras de Matachindé.

“Aquí estamos y si existen las comunidades negras, sí existimos y este logro también es para nuestra gente”, remata con una sonrisa de orgullo Franklin Valencia Aramburo, vocalista e intérprete del bombo golpeador.

Verlos en vivo es asistir a un ritual. Uno donde comulgan el baile y la música. Uno donde las cantadoras oran, los hombres se desdoblan tocando el cununo, el bombo y la marimba. Nueva Orleans tiene ahora impregnado algo del Yurumanguí y se llama Matanchindé. 

Colombia, el país de la belleza

El mismo día que tocaron los Rolling Stones, ya había sonado en los escenarios el golpe de las mujeres de Enkelé, la descarga de Jacobo Vélez y La Mambanegra. Los Cumbia Stars de Medellín ya habían puesto la vara muy en alto con su cumbia tropical y Batámbora nos había dado una lección de baile y percusión. 

Todo a la vez, en simultáneo y el nombre de Colombia en boca de sus miles de asistentes que no se resistieron a Joaquín Pérez y Herencia Ancestral, que entraron en un viaje de alegría con Gaita Loop o que quedaron deslumbrados frente al poder de Bomba Estéreo. 

Nueva Orleans y su festival saben a Colombia. Bejuco, Kombilesa Mí, Matachindé, Cimarrón, Lucio Feuillet, Rancho Aparte, Changó ,Gregorio Uribe, Grupo Niche y Creole Group. Todos estos grupos pusieron las notas más altas para reafirmar que somos, a pesar de tantas circunstancias, el país de la belleza.

Una belleza que se vio reflejada en las manos de los artesanos. Hombres y mujeres, muchos de ellos marcados por la guerra y que con sus manos construyen historias de paz para sus territorios. Portentosos emprendedores que viajaron desde diferentes zonas del país para exhibir con orgullo lo que sus ancestros les han enseñado a hacer. 

Edwar Acuña, fue uno de esos 18 artesanos que estuvo en Estados Unidos y hace unos meses estaba en la feria de su pueblo en Mitú, Vaupés. Este joven artesano del pueblo Piratapuyo, a través de su emprendimiento “Origen”, quiere preservar la herencia cultural de los pueblos indígenas del país. Tiene la habilidad de trabajar todo tipo de bisutería y para él haber llegado a Nueva Orleans es una respuesta del destino “porque muchas veces no sabemos qué buenas sorpresas nos depara el futuro”. 

Para Deryam Popó Amú, afrocolombiano nacido en Santander de Quilichao, Cauca, sus violines caucanos hechos de manera ecológica, son un símbolo de paz, porque según él “El Cauca no es solo violencia, somos un territorio rico”. 

Colombia en el mundo

“ Y la ciudad de New Orleans, se parece a Barranquilla”, ese verso lo cantó por allá en 1997 Carlos Vives en la canción Décimas, para hacer una analogía entre ambas ciudades. Algo tienen de parecido o por lo menos Barranquilla y otras ciudades de nuestro golpeado país pudieron llegar a ser como esta, la cuna del jazz

Una ciudad que capitalizó muy bien su historia y se la supo contar y vender al mundo. Allí la música no es un simple adorno, ni el músico un antagonista. Cada esquina, sin exagerar, suena. Las noches son vibrantes y guardan el espíritu de un Louis Armstrong en lugares como el Preservation Hall, el templo del jazz

Nueva Orleans fue testigo del cambio que la civilización del siglo XX vivió a nivel musical. El blues, el jazz, el gospel, el ragtime, sonidos de naturaleza negra nacieron en ese río Mississippi, también testigo de la segregación y el racismo. Vivir a Nueva Orleans es someterse a un cambio en el espíritu. Lo de ellos es serio. Sus cantos, acordes, notas, versos, tienen un sentido más elevado y menos terrenal. Viven la música porque saben que ella es su mayor herencia y legado, en una ciudad que tiene altos índices de violencia y una de las poblaciones afro más grandes en Estados Unidos.

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Y Colombia estuvo allí, recordándonos que alguna vez tuvimos tranvía, que los ríos eran navegables y que la música también nació como símbolo de resistencia. Seguramente no nos parecemos a New Orleans, como lo cantó vives, pero en el fondo compartimos una historia, en la distancia la memoria de un río nos une y hoy en el presente dos países se hermanaron a través de la cultura. Celebramos a Colombia, nuestro país de la belleza.

Este intercambio cultural se dio gracias al apoyo del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, la Embajada de Colombia en Estados Unidos, el Ministerio de Relaciones Exteriores, Procolombia, el Festival Petronio Álvarez, el Plan Nacional de Música,  Circulart, Bogotá Music Market y el trabajo de varios gestores culturales independientes.

         

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mayo
21 / 2024