La encrucijada de Fidel Castro
Gabriel Iriarte
El factor político
Aparte de lo que significan para las relaciones entre Cuba y la URSS los cambios políticos que están ocurriendo en Rusia y Europa Oriental -algo sobre lo que observadores y periodistas hablan a diario- es menester llamar la atención sobre un elemento adicional no menos importante pero poco analizado. Es el hecho innegable de que Cuba es cada vez menos valiosa para el Kremlin desde el punto de vista geopolítico y propagandístico. El “modelo cubano” ha dejado de ser atractivo para los países en vías de desarrollo ante el estruendoso fracaso de su construcción económica. De otra parte, cuando proliferaron los conflictos y focos de tensión, marcados casi todos por la confrontación entre Washington y Moscú, La Habana desempeñó un papel fundamental para el avance de los intereses expansionistas de la Unión Soviética, especialmente en el Tercer Mundo. Empero, la implantación de la perestroika en la política exterior de la URSS y el consiguiente alivio de las tensiones internacionales han colocado al castrismo y su táctica de exportar la revolución, en un segundo plano. El arreglo del conflicto angoleño, el convenio para la independencia de Namibia. la distensión en Suráfrica, la caída del sandinismo. el progresivo desmantelamiento de los ”contras”, la sinsalida de la guerra en El Salvador y, en suma, la etapa de armonía o cooperación que se ha abierto entre las dos superpotencias, son todos factores que hacen ver la beligerancia de Cuba como un anacronismo, un instrumento casi inservible.
En tal sentido, bien puede interpretarse la siguiente declaración de Gorbachov. efectuada el año anterior en La Habana: “… estamos resueltamente contra cualesquiera teorías y doctrinas para justificar la exportación de la revolución y la contrarrevolución ... “. En esos mismos días, un funcionario ruso dijo a la prensa: “No apoyaremos más las guerras de clases ni las revoluciones socialistas en América Latina. (. . .) No nos vamos a implicar”.
Pese a lo anteriormente señalado, el Kremlin aún conserva importantes intereses en Cuba, representados en una brigada de combate de 2.600 efectivos, 12.000 asesores civiles y militares, una gran estación de monitoreo electrónico que cubre el este de Norteamérica y facilidades navales y aéreas. Esto sin contar que para Moscú no deja de ser interesante contar con un aliado en las barbas mismas del Tío Sam. Así las cosas, Fidel puede estar aguardando el desenlace definitivo del proceso de cambio dentro y fuera de la URSS antes de tomar una determinación en uno u otro sentido. Si Gorbachov fracasa y es remplazado por la vieja guardia opuesta a la reforma, sin duda saldrá airoso de sus actuales dificultades; si sucede lo contrario y la perestroika se afianza, Castro, quien se ha caracterizado por sus salidas imprevistas, puede optar por la confrontación o la conciliación, dependiendo, claro está, de la actitud que asuma el pueblo cubano. Desde el punto de vista interno, a favor de Castro juegan factores como la carencia de organizaciones capaces de encabezar una rebelión (en Rumania tampoco las había) y el hecho de que, a diferencia de Europa Oriental, el régimen socialista no fue el impuesto por fuerzas externas y en consecuencia posee más legitimidad. En su contra operan la crisis económica y un creciente descontento social por la situación.
Sea como fuere, queda flotando en el ambiente una inquietante consideración: si Mijail Gorbachov fue capaz de abandonar Afganistán, impulsó las transformaciones políticas entre sus clientes europeos, aplaudió el derrocamiento de Ceeaucescu, le dio el visto bueno a la reunificación de las dos Alemanias y no descarta la independencia de Lituania, todo ello dentro del perímetro de seguridad inmediata de la URSS, ¿qué le impedirá abandonar a un satélite desobediente, altanero, camorrista, costoso, y, además, situado a varios miles de kilómetros de distancia?