Este taller en Bogotá borda las heridas que dejó la guerra

Andrea Vega
Son las dos y quince de la tarde en Bogotá. Un monolito al costado occidental del cementerio Central, a unos metros de la calle 26, marca la entrada al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Vemos a unos estudiantes de bachillerato que tratan de vencer el sueño, mientras una guía les cuenta que este monumento por la vida tiene incrustados 2.012 tubos con puñados de tierra entregados por personas de varias regiones del país afectadas por el conflicto y otros tipos de violencia.
Al bajar, llegamos al Taller de los Oficios, donde cada jueves por la tarde se reúne una veintena de personas —mujeres, en su mayoría— en el Costurero de las Verdades: Kilómetros de Vida, Memoria y Paz, un colectivo que busca reconstruir y dignificar, por medio de la costura, la memoria histórica de las víctimas del conflicto armado y de otras violencias en el país.
Un espacio para escuchar y ser escuchados
Inspiradas en diferentes ejercicios de activismo textil, como los tejidos de las mujeres de Mampuján, en los Montes de María, o la colcha que hizo Blanca Nieves Meneses con ropa de sus cuatro hijas asesinadas por paramilitares en el Putumayo, varias instituciones decidieron, en el año 2013, aprovechar el impulso del entonces recién inaugurado Centro de Memoria y crear una iniciativa propia en Bogotá. Claudia Girón, entonces directora de la Fundación Manuel Cepeda Vargas; Francisco Bustamante, de la Asociación Minga; y Ana María Ramírez, actualmente en la JEP, se unieron para dar las puntadas iniciales del Costurero.
Sus primeros ejercicios se hicieron con las diecinueve familias de los denominados “falsos positivos” de Soacha y con grupos de mujeres afrodescendientes. Hoy en día, es un espacio abierto para todos los que quieran hilvanar el tejido social que el conflicto armado ha rasgado. “La costura ayuda como metáfora a remendar lo social, a reparar, a pensar en la resignificación de cosas que de pronto están rotas”, asegura Girón, psicóloga con maestría en Derechos Humanos y una de las líderes del colectivo.
Al principio, invitaban a narradores, poetas y escritores, quienes leían apartes de libros para luego hacer dibujos y después pasar a la tela. Con los años, el trabajo textil se ha transformado en el resultado de un ejercicio pedagógico que comienza con la palabra, como una especie de hilo transparente que genera confianza y permite que los asistentes compartan sus historias con los demás. En sus doce años de vida, el Costurero ha tejido el conocimiento de numerosos profesionales, así como de estudiantes de colegios y universidades públicas y privadas.
Artistas que registran la memoria, víctimas que sanan

Este semestre, Jeimmy Acevedo, estudiante de la Universidad Pedagógica, los guía en una corpografía de las emociones. Algunos ya completaron la tarea, como Mercedes Giraldo, que asiste desde hace dos años para tratar de zurcir el dolor por el suicidio de su hijo a causa de la falta de oportunidades, o Gloria Alvarado, que hace diecinueve años cose y descose los nudos de su recuerdo mientras espera justicia por la muerte de su hijo, Luis Alejandro Concha Alvarado, a causa de una explosión en el centro de Bogotá.
Otros aparecen con su tela en proceso, como Mary Garcés, víctima de la persecución a los miembros de la Unión Patriótica, que tuvo que pasar diez años en el exilio. “El espacio es muy sanador porque al expresarnos de esta manera podemos llegar a entender más los problemas de las compañeras, de lo que está pasando en el país y en el mundo. Este es un espacio donde venimos a escuchar y que nos escuchen”, asegura.
El tejido como memoria viva

“Cuando uno hace un oficio textil, está cosiendo el pensamiento; todo eso que tienes en la cabeza lo estás expresando en las puntadas. Pero también hay que verlo como una forma de escritura. Hay otros documentos en los que quizás se registran datos muy certeros, sean en papel, en videos o en fotografías, pero estas piezas textiles como documento registran además la experiencia, porque se hicieron desde el punto de vista de quién lo vivió y eso las vuelve únicas, porque puede que no haya otro registro”, señala Sandra Viviana Rodríguez.
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Rodríguez es una artista plástica que analizó en su tesis de museología las piezas producidas por el Costurero de las Verdades, por las Tejedoras por la Memoria de Sonsón, en Antioquia, y por las arpilleristas de Chile, uno de los movimientos textiles precursores en América Latina, que denunció los abusos de la dictadura de Augusto Pinochet.
Ella asegura que cuando una tela se rompe en el medio, se puede coser para que vuelva a cerrar. “Ese zurcido repara la tela, pero deja una huella. Por supuesto que podemos repararnos como sociedad, pero lo más importante es garantizar ese derecho a la reparación y a la no repetición, y para eso hacer memoria es fundamental”, señala.

Blanca Nubia Díaz es experta en bordado y una de las costureras más antiguas del grupo. Asiste a la sesión vestida con una camiseta verde con la foto de su hija Irina del Carmen Villero Díaz, una joven wayú de quince años asesinada en 2001 por los paramilitares. De su bolsa saca un delantal blanco, decorado cuidadosamente como un símbolo de su lucha invisible en busca de justicia. “Cada vez que bordo el cactus o la fruta favorita de mi hija (la iguaraya) hago memoria. El arte es sanación, tranquilidad y paz con uno mismo; hacer todo esto y estar con todas las personas que tenemos alrededor nos da fuerza”, agrega.
Diego Cruz es un artista plástico visual y abogado interesado en temas de justicia. Desde hace mes y medio asiste al Costurero, donde ha aprendido una puntada básica suficiente para producir sus piezas. “Si bien existen documentos del pasado, como por ejemplo el video que quedó de esa noticia, o los relatos e historias que se contaron, hoy estamos acá con ellas haciendo una clase de relatos desde otro lugar, y estos textiles están conectando lo sensible con lo intelectual”, comenta.
Tejidos que hablan

El Costurero de las Verdades ha participado en varios ejercicios para tejer la verdad a través de la memoria colectiva. Uno de ellos fue cuando se unieron a otros costureros del país y rodearon el Palacio de Justicia con telas para plantear una reflexión sobre la impunidad o la construcción de Pazciencia, una especie de iglú gigante en forma de tortuga, que se armó con piezas de tela bordadas por ellas y tubos de aluminio, el cual representa el paso a paso hacia la paz y el futuro.
Ya son las seis de la tarde, y los miembros del colectivo siguen bordando y conversando. Todavía tienen que hablar de las piezas que enviarán a la COP30 en Brasil, en noviembre, y de una pieza teatral que están montando.
“En la medida en que nos relacionamos con otros mediante conversaciones, la escucha activa y acciones de incidencia política, entendiendo que lo cotidiano también es político, podemos tender puentes hacia la paz”, puntualiza Claudia Girón, coordinadora del Costurero.