¿Por qué visitar Jartum, la capital de Sudán?

Los mejores secretos de Sudán están en su capital Jartum. Aquí se refleja la naturaleza humana, tan fascinante como temeraria.
 
¿Por qué visitar Jartum, la capital de Sudán?
Foto: Abdulaziz Mohammed on Unsplash
POR: 
Ángel Ricardo Martínez

Jartum no es una ciudad bonita. Ni cómoda o limpia. Ni accesible y mucho menos moderna. Técnicamente hablando, ni siquiera es una sola ciudad, porque lo que se conoce como “Jartum” es en realidad un monstruo de tres cabezas separadas por el Nilo y llamadas Jartum Norte –o Bahri– y Omdurman. Allí viven unas cinco millones de personas o, mejor dicho, se cocinan poco a poco, ya que es una de las capitales más calientes del mundo, en donde se pueden superar los 53 °C en pleno verano. Es el infierno sobre la tierra.

La realidad de Jartum

 

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En realidad, los horrores de Jartum son solo un reflejo del país al que le sirve como capital. Sudán es un desastre, un país de proporciones mastodónticas en el mapa, pero cuyos gobernantes y pueblo no han sabido convertir en un Estado con mínima coherencia.

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Después de 50 años de guerra civil, el sur se independizó hace poco más de un año. El oeste del país es tierra de nadie, un sitio en el que, según la CPI, se ha cometido un genocidio. Los pocos kilómetros de carretera asfaltada que existen están llenos de puestos militares de control, y los extranjeros requieren permisos para salir de la capital en cualquier dirección y para cualquier propósito.

Pero así como no es oro todo lo que brilla, tampoco es infierno todo lo caliente y polvoriento. Y el hecho de que Sudán no sea un Estado modelo no le resta ni una pizca de atractivo. Sudán despide ese irresistible perfume que solo usan los países fracasados, violentos, caóticos.

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Esos que solo existen en el mapa y en las mesas de la ONU. Como el rockero cuyo desenfrenado estilo vida atrae a las chicas, Sudán te conquista el corazón a base de sacudidas de adrenalina y bofetadas en la cara.

¿Qué son las montaña de Nuba en Jartum?

 

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La primera vez que lo viví fue en Bahri. Llegamos allí para presenciar las afamadas luchas de las montañas de Nuba, que se celebran en el Souq (mercado) al-Seta todos los viernes. No teníamos ni idea de cómo llegar. Un hombre se ofreció a llevarnos hasta la puerta del local donde se celebra la lucha.

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Fueron cinco minutos a pie, suficientes para que una sensación invadiera mi cuerpo: allí, por primera vez desde que entré en Marruecos hace varios meses, sentí que estaba en África. El África de las películas, la de la pobreza extrema y el calor sofocante. La de la gente negrísima y las cabras esqueléticas caminando entre la gente. La que habita, en definitiva, en la mente de todos los que nunca han pisado este continente.

Una lucha a la antigua

La “arena” donde acontece la lucha no es un local, ni siquiera un edificio. Es un círculo de tierra delimitado por telas sostenidas con palos. Una especia de biombo circular. Para entrar hay que pagar un dólar, y aparte puedes alquilar una silla por 50 centavos. O sentarte en la tierra. Dentro, líneas de cal delimitan un círculo semejante al centro de un campo de fútbol, donde acontece la lucha.

Cerca de las cinco de la tarde, un hombre con un tambor empezó a tocar en el centro de la arena. Sin darme cuenta, el lugar se había llenado y el sonido de las conversaciones solo era perturbado por el rítmico e incesante tamborileo.

Poco después aparecieron los luchadores, vestidos con uniformes de fútbol. La lucha va por equipos, y ese día se enfrentaban “los leones” y “los halcones”. Los equipos se empezaron a preparar mientras algunos luchadores se paseaban por la arena, rebosantes de orgullo, virilidad y testosterona. El ronroneo del público –todos hombres salvo dos mujeres extranjeras que habían llegado conmigo– era cada vez más alto. En eso, un hombre con una vieja camiseta roja –el árbitro– empezó a pitar en el centro de la arena. El espectáculo más popular de Jartum estaba a punto de empezar.

Las luchas de Jartum

 

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Los primeros dos luchadores comenzaron estudiándose mientras se ponían tierra en las manos. En cuestión de segundos se enzarzaron, intentando derribarse mutuamente. El árbitro observaba de cerca la acción y en el público no se escuchaba ni un murmullo. Uno de los luchadores decidió atacar los pies de su adversario y logró derribarlo. El árbitro pitó, el público aplaudió, y el ganador comenzó su particular baile de celebración.

Las próximas dos peleas fueron finiquitadas con la misma rapidez y sus protagonistas exhibieron una técnica bastante pobre. Como en el boxeo u otros deportes similares, los combates importantes se dejan para el final. Por eso, al público solo lo escuché rugir al terminar la cuarta pelea. Hasta ese momento, el ambiente no era tan animado o caótico como esperaba, y sospeché que el hecho de que no hubiera apuestas de por medio –prohibidas en el Islam– tenía mucho que ver en ello.

Vale la pena visitar Jartum

Mi teoría terminó siendo de pacotilla. Murió enterrada por las tres peleas siguientes, en las que luchadores famosos –esos que provocan murmullos al pasearse frente a la gente– demostraron qué es realmente la lucha de las montañas de Nuba.

Mientras observaba a los maestros luchar –rápidos, precisos y contundentes–, pensaba en qué tienen la lucha, el choque y la confrontación que nos tocan una fibra íntima. La vida, al fin y al cabo, es una lucha constante, y las luchas de cada uno suelen ganarse y perderse en nuestras mentes y corazones.

Pero hay algo acerca de las luchas públicas, desde las guerras hasta los deportes, pasando por las peleas callejeras, que nos arrastran irremediablemente hacia ellas. Todas las civilizaciones las han tenido. Esa combinación de fuerza bruta y estrategia, de instintos y razón, de maldad y nobleza, de neuronas y hormonas encierra gran parte de lo que somos los humanos, pobres diablos a mitad de camino entre animales y dioses.

La celebración en la arena no se hizo esperar

 

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El rugido más fuerte de toda la tarde interrumpió mis reflexiones. El ganador derribó a su oponente tomándolo magistralmente por la cintura, dándole la vuelta en el aire y estrellándolo contra la tierra. Todos estallamos en celebraciones. El lugar entero estaba en estado de absoluta catarsis.

El ganador de la última pelea, exhausto, recibía su paga de la manera más inverosímil: un hombre con un fajo enorme de dinero ponía los billetes en la palma de su mano e intentaba pegarlos, uno por uno, en la frente sudorosa del campeón.

¿Usted lucharía por honor?

En las montañas de Nuba no se lucha por dinero. Se lucha por honor. Lastimosamente, las montañas son inaccesibles en la actualidad ya que son el escenario de violentos enfrentamientos entre el gobierno sudanés y milicias rebeldes que luego de la guerra civil quedaron fuera del reparto de poder o inconformes con los términos de la paz.

Es otro ejemplo de la contradictoria realidad de Sudán. Mientras tomaba el bus, me preguntaba si la belleza en medio del desastre es realmente más bella o simplemente nos lo parece. Como una flor de loto, la diversidad cultural de este país y el espíritu de su gente flotan majestuosamente sobre el fango de su desastrosa realidad política, y eso es suficiente para enamorarse de esta tierra. La vuelta a los horrores de Jartum jamás fue más fácil que aquella noche.

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El artículo ¿Por qué visitar Jartum, la capital de Sudán? se publicó originalmente en Revista Diners de septiembre de 2012

         

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mayo
28 / 2021