Paolo Bortolameolli: “Debemos alentar el rito del encuentro musical”
Óscar Mena
Paolo Bortolameolli parece más una estrella de rock que un director de orquesta. Su cabello rizado se despeluca con cada movimiento de cabeza. Gesticula más con las manos que con la cara. Sonríe de oreja a oreja cada vez que puede y prefiere subirse a la tarima en jeans y camiseta -cuando la situación lo permite-. Su sola presencia cambia el imaginario que tiene la gente de un respetado director de orquesta. El público se acerca a saludarle, le piden fotos y después de terminar un movimiento alienta al público a aplaudir como si estuviera en un estadio. Cosas que rara vez se ven en los templos teatrales donde se interpreta la música clásica.
Este chileno-italiano llega a Medellín para dirigir a la Orquesta Filarmónica de Medellín y la Sinfónica EAFIT con un programa igual de intrépido que el director. Por un lado, está la composición Estallido, de su compatriota Miguel Farías, que evoca a las manifestaciones masivas y los disturbios originados en Santiago de Chile en 2019, y la Sinfonía n°. 6 de Gustav Mahler que representa la lucha desesperada del hombre contra su destino.
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La presentación tendrá lugar el próximo sábado 25 de mayo a las 6 p. m. en el Teatro Metropolitano de Medellín y estará precedido por un primer momento donde los artistas callejeros de la ciudad se toman la sala con espectáculos de clown, acrobacia y malabares, para luego dar paso a la noche orquestal.
Bortolameolli esperó este momento cuatro años, pues su concierto en Colombia se había pospuesto por la pandemia. En ese tiempo el director siguió alimentando su carrera -que empezó en 2013- hasta convertirse en uno de los hombres de batuta con más proyección de Latinoamérica, no solo por haber trabajado con Gustavo Dudamel en Europa, sino por recrear megaproyectos musicales, como la Octava Sinfonía de Mahler con 600 músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil de Chile.
En Diners conversamos sobre su visión de la música clásica en la actualidad, su concierto en Colombia y la importancia del arte en tiempos de redes sociales y tecnología:
¿Cómo enamora al público de la música clásica en estos tiempos?
De la misma forma en la que yo me enamoré a los 7 años. No con la música sino con el hecho de disfrutarla en vivo. El hecho de haber visto a la orquesta en directo interpretando la sinfonía de Beethoven y su crescendo que desemboca en un triunfo musical conmueve extraordinariamente.
Ese rito colectivo y la frecuencia que te golpea el pecho es la suma de lo que escribió Beethoven hace siglo y que vive en ese lugar. Es muy emocionante, por eso yo recomiendo ir al teatro con los niños. Llenarnos de situaciones experienciales reales, sobre todo en estos tiempos donde la vida digital nos aleja de lo humano.
Por eso nuestra urgencia como artistas y gestores culturales es alentar el rito del encuentro musical. Lo debemos proteger y cuidar a como dé lugar.
¿Cómo transmite su pasión por la música desde su puesto de director de orquesta?
Los gestos del director de orquesta es lo más humano que puede haber. Usa todo su cuerpo para comunicarse. Así la gente no sepa para qué sirve el palito, sí entienden el movimiento en sí, porque es algo tan expresivo y genuino como la danza.
Entonces la finalidad del director es usar todo su cuerpo para lograr sacar ese sonido de la orquesta en equipo en la mejor versión posible. Y que la gente se lleve este recuerdo a la casa.
De estos once años de carrera, ¿cuál es su mejor anécdota?
Lo que más destaco de estos once años es que soy muy feliz de dirigir orquestas y tener un repertorio que me fascina y sobre todo tengo la dicha de hacer lo que más amo.
Ahora para ser más específico, tengo momentos significativos como mi primer concierto como profesional en 2013 para celebrar el centenario de La Consagración de la Primavera -la obra más importante del siglo XX-. También me quedo de mis años trabajando con Gustavo Dudamel en Europa porque compartimos risas, anécdotas y un proceso creativo que para mí fue un regalo invaluable.
Y también destaco el estreno de la Octava Sinfonía de Mahler con 600 músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil de Chile, entre miembros y ex miembros, lo que significó una celebración de las generaciones pasadas, presentes y futuras de la música en Chile.
¿Considera que en estos tiempos la cultura popular permea a la música sinfónica?
No hay nada tan universal como el comportamiento de una orquesta. Dirigir a Mahler en Colombia, China o Los Ángeles tendrá algo en común, porque es abrir la partitura y ya está. Si no nos conocíamos esas notas nos ayudan a derribar fronteras y crear una intimidad única, porque tenemos que respirar, esperar e interpretar en tiempos precisos. Entonces son microcomportamientos que nos hacen tener relaciones casi inmediatas.
Por otra parte es inevitable que cada orquesta tenga su propia identidad, porque son grupos de personas permeadas por costumbres y circunstancias, hasta por lo que suelen comer. Ahora es muy difícil de objetivar en ejemplos concretos, pero hay sutilezas musicales entre un Mahler latino comparado a un Mahler vienés. Hay una decodificación que varía en cada músico y hace que este ejercicio sea algo maravilloso.
En este caso, ¿qué expectativas tiene con la Filarmed y la Sinfónica de la EAFIT en Medellín?
Estoy muy expectante porque es un concierto que lleva muchos años en proceso. Estaba programado para la pandemia y hasta ahora viene la materialización. Estoy sumamente feliz porque tengo el privilegio de llegar a Colombia con música de un compositor de mi país: Miguel Farías.
Desde la programación me emocionan estas dos interpretaciones porque tienen mucho en común. Por un lado, Farías nos cuenta cómo fue el estallido social en Chile, una reacción sensible del artista, al igual que Mahler, quien evoca a los tiempos en donde se siente un ambiente extraño de cambio negativo, como de tiempos de guerra. Y aunque él murió antes de la Primera Guerra Mundial, sabía que algo se estaba armando de mucho tiempo atrás.
En algún momento dijo que la música es un recurso liberador y un lenguaje para hablar de lo urgente, en este caso, ¿qué considera urgente en nuestros tiempos?
A nivel mundial necesitamos reconectarnos con la forma de la humanidad, con quienes somos realmente, porque la tecnología es una cosa maravillosa, pero va a una velocidad tan absurda que no tenemos capacidad para procesarla y nos convierte en seres poco reflexivos y contemplativos.
Estamos acostumbrados a volcarnos a la gratificación instantánea, como la cultura del like, los swipes, los filtros y hasta los botones del próximo episodio en Netflix.
Me preocupa que todo esto nos haya quitado la sensibilidad y el ritmo humano. Por eso lo urgente es buscar una pausa para reflexionar y asimilar lo que nos sucede como humanidad. Es ahí donde el arte se presenta como un salvador del mundo, porque es generador de belleza y motivo de encuentro. Ese momento de reunión con otros es irrepetible por eso no hay que dejar pasar la ocasión que tengamos para ir al teatro y disfrutar como humanidad.
¿Qué es lo próximo que se viene para su carrera de director?
Me encanta meterme en proyectos grandes que involucran muchas personas, porque es sinónimo del triunfo colectivo de nuestros días. Es un concepto inspirador porque hay muchas voluntades y corazones trabajando por un mismo objetivo.
Por eso lo próximo que se viene es el estreno de la Misa de Leonard Bernstein, una obra que cruza géneros, desde la música sinfónica al rock, el big band, los coros. Mejor dicho una obra enorme que no se parece a ninguna y que es una gran declaración musical transversal y conlleva mucha gente, muchos ensayos y mucha emoción.