Vicky Hernández: “Ninguna otra película colombiana ha recibido este reconocimiento en el Festival de Sundance”

Óscar Mena
Un niño de cinco años, aburrido porque no hay videojuegos en casa, se pasea por la sala hasta toparse con una repisa. Observa unos objetos que no entiende del todo. “Papá, ¿esto qué es?”, pregunta. “Son trofeos”, responde Fernández López, director de Memento mori. El niño se acerca a la dueña de casa, Vicky Hernández, y le comenta una propuesta de negocio: “Tú deberías vender todos esos trofeos, como hace Cristiano Ronaldo. Con eso te compras un Ferrari. O un PlayStation”.
Hernández cuenta la anécdota sin sarcasmo ni nostalgia. La escena, casi absurda, tiene la lógica de quien crece viendo el valor de las cosas no en lo simbólico, sino en lo inmediato. “Fue un buen consejo”, dice entre risas, la actriz que cambió la vida en la ciudad y ahora vive en una finca en Subachoque. Y luego, con la calma de quien ha aprendido a ver con otros ojos: “Yo agradezco los premios, no quiero parecer malagradecida. Pero en Colombia no significan gran cosa. Aquí a veces se premian cosas de muy dudosa calidad”.
Un papel histórico en La Ciénaga entre el mar y la tierra
En 2016, la ópera prima de Manolo Cruz irrumpió en el Festival de Cine de Sundance, el más importante del cine independiente en el mundo, y se llevó tres galardones: Mejor Drama Mundial, Mejor Actor (para Cruz) y Mejor Actriz (para Hernández). Era la primera vez que una película colombiana obtenía ese nivel de reconocimiento por sus actuaciones. La primera vez que La Ciénaga entre el mar y la tierra ocupaba la tapa de los principales diarios del país.
“Yo no fui a Sundance porque no había dinero”, explica la actriz. “Era una película pobre. Pero desde acá celebramos. Y sí, eso le da a uno la tranquilidad de saber que ha hecho su trabajo de forma seria, responsable”.
En ese momento, todo parecía dispuesto para que la cinta emprendiera su recorrido natural. Pero no fue así. Nueve años después de su estreno internacional, La Ciénaga entre el mar y la tierra apenas llega a salas colombianas. El camino fue largo, cruzado por procesos legales que terminaron en fallos a favor de Cruz y su productora, Mago Films, tras ganar en primera, segunda y tercera instancia. La justicia colombiana tardó, pero habilitó el estreno.
Una historia que sigue igual en Colombia
La película, ambientada en los pueblos palafitos de la Ciénaga Grande de Santa Marta, retrata la vida de Alberto, un hombre inmovilizado por una enfermedad degenerativa que lo obliga a vivir en cama, pero cuya relación con su madre, interpretada por Hernández, rebosa dignidad, afecto y resistencia. “Es una película simple, sin pretensiones. Pero logra contar su historia de forma redonda, sin artificios, sin trucos. Eso es lo que muchas películas no logran, aunque tengan explosiones, presupuestos enormes o grandes campañas de prensa”.
El rodaje duró apenas 23 días. Un equipo pequeño, de no más de 15 personas, filmó en condiciones difíciles. “Aquí no hay industria, aquí uno termina poniendo su propio vestuario, ayudando con la producción, haciendo más de lo que le toca. Pero eso mismo hizo que todos nos volcáramos con entusiasmo. La película salió así, a pulso”, recuerda Hernández.
La actriz habla con cariño, pero sin romanticismos. Su compromiso con el oficio no parece haber cambiado, pese al desencanto que a veces le produce el medio: “He estado en películas sin recursos. Ninguna de las grandes producciones colombianas me ha tocado. Pero igual me entrego. No hay otra forma de hacerlo”.
Lo atemporal para Vicky Hernández
La actriz, que este año cumple sus 80 años, tiene una voz enérgica y sus respuestas son acertadas como una lanza. Con esa determinación defiende que La Ciénaga, entre el mar y la tierra no ha envejecido en estos nueve años que estuvo en pausa.
“La hemos estado viendo con público y está absolutamente vigente. Porque la pobreza de Tasajera sigue ahí, las condiciones no han cambiado. La historia sigue doliendo porque sigue siendo cierta”, comenta.
La película sirve de testimonio del afecto como motor de vida. Y en medio de la frustración por lo que pudo haber sido y no fue durante estos nueve años, Hernández se aferra a lo único que realmente importa: “El único premio verdadero es que la obra le llegue al público. Si la reconocen ahora, perfecto. Si no, también. Ya existe. Y eso es suficiente”.