José María Vargas Vila, el escritor colombiano de culto
Consuelo Triviño Anzola
Diners se dio a la tarea de encontrar los diarios secretos de José María Vargas Vila. Aquí el resultado de la búsqueda.
Hay escritores a los que la posteridad ha tratado injustamente, como si la sola mención de su nombre suscitara un instintivo rechazo. Esto ha ocurrido con José María Vargas Vila, colombiano (1860-1933), ácrata, liberal, radical, anticlerical, antiimperialista, ególatra, masón, panfletario, pornógrafo, etc.
Los adjetivos de la lengua española se multiplican para definirlo, pero no logran abarcarlo en su totalidad. El personaje resulta tan complejo como sus lectores y admiradores, porque el panfletario no se explica sin aquel vasto y heterogéneo público decimonónico que súbitamente irrumpe en el mercado del libro.
Igualmente, hay que tener en cuenta amplios sectores del pueblo que, sin haberlo leído, eran capaces de repetir sus airadas sentencias. A estas gentes también se debe el prestigio de Vargas Vila.
Una atmósfera macabra y tremendista es el caldo de cultivo de su ingente producción literaria —alrededor de noventa títulos—, en la que encontramos novelas y ensayos que pretenden mostrar el sentido trágico de la existencia.
La felicidad no habita el universo de esta obra. Para el autor la vida no es más que dolor. Pero se trata de un dolor placentero en el que se regodean todos los escritores decadentistas. Este dolor, como diría Schopenhauer es engendrado por un egoísmo aniquilador y, al mismo tiempo, es origen de un pesimismo que abarca todos sus libros.
No es gratuito que los personajes vargasvilescos busquen el sufrimiento en el ejercicio del mal. Sus héroes llevan una vida llena de contradicciones No comulgan con ningún credo. Lo único que impulsa a vivir a estos espíritus decadentes es el deseo de afirmar la voluntad de poder.
Se trata de un caso de extremo individualismo que se afirma en la búsqueda del placer. Por tal razón se justifican el incesto, el suicidio, el asesinato, la necrofilia y todo tipo de perversiones.
Gozar sufriendo es una de las mayores paradojas que se desprenden de esta filosofía. Tal concepción de la vida supo entrar en lo más hondo de la conciencia de los lectores de su tiempo y esto es lo que, a mi modo de ver, hace de Vargas Vila un particularísimo escritor.
Fidel Castro tenía la llave
La primera pista apareció en la televisión. En la entrevista de María Elvira Samper a Fidel Castro. Allí el líder cubano mencionó que en La Habana se guardaba bajo llave el diario secreto de Vargas Vila. A partir de entonces Consuelo Triviño inició la búsqueda de aquellos manuscritos. En España consiguió una beca y se fue para Cuba.
Los funcionarios cubanos se hicieron los que no sabían nada. Desesperada, Consuelo le escribió a Castro. A los pocos días recibió una llamada misteriosa. Le habían concedido por fin el permiso para ver el diario.
La llevaron hasta una caja fuerte, cuya combinación sólo conoce una persona. Cuando la abrieron apareció una montaña de cuadernillos mal empastados. Ahí se inició la lectura apresurada y apasionante que se narra en este artículo.
Una página del manuscrito del famoso panfletario / Archivo Diners.
Un león que ruge
El panfletario solía afirmar con arrogancia que todas sus novelas no eran más que un reflejo de su vida. Pero aquéllas no nos sirven para edificar su biografía. Son pocos los detalles que conocemos de esta agitada existencia.
Sabemos que fue soldado de la causa liberal a los dieciséis años —por aquellos años se van perfilando sus inclinaciones políticas— y que, en 1884 se desempeñaba como profesor en el liceo “La infancia”, institución donde se educaba lo más selecto de la sociedad bogotana.
A los veinticuatro años el león dormido empieza a rugir. Esta vez protagonizando un escándalo al acusar al sacerdote Tomás Escobar director del colegio, de prácticas homosexuales con los alumnos del plantel, incidente que ocupó las páginas de los principales diarios capitalinos.
Un oscuro maestro se atrevía a tocar a un miembro de la sagrada institución, y esto era algo que no se le podía perdonar. Después de un careo en el que los alumnos fueron a declarar en favor del sacerdote —se dice que José Asunción Silva era uno de aquellos jóvenes pupilos—, Vargas Vila fue condenado por blasfemo y difamador y el cura absuelto.
Este bochornoso incidente, además de la caída del régimen liberal radical, le obliga a huir de Bogotá y más tarde de Colombia. La aureola de perseguido político contribuye a su fama. En 1900 Vargas Vila ya es una leyenda viva. Sus libros mueven a suicidio, como si el poder de sugestión del escritor se extendiera igual que una epidemia.
Tampoco es secreto para nadie que el autor de Ibis vivió durante treinta y cinco años con el poeta venezolano Ramón Palacio del Viso, con quien mantuvo una ambigua relación que dio lugar a muchas habladurías. A su hijo adoptivo, como solía llamarlo, dejó los derechos sobre sus obras, además del diario íntimo que, al ser hallado, revive hoy la figura del legendario personaje.
Un tesoro en un baúl
Hasta hace unos años se pensaba que las memorias de Vargas Vila se encontraban bajo la custodia del gobierno mexicano, pero era prácticamente imposible obtener información acerca de estos documentos. Recientemente se difundió la noticia de que tales manuscritos habían aparecido en Cuba.
Ya en 1957, en el periódico Alerta, de La Habana, se había publicado un artículo donde se confirmaba la existencia del diario. Ramón Palacio del Viso había muerto en 1953 en el asilo de Santovenia, víctima de la locura, la ceguera y en la más absoluta miseria.
Aquellas páginas advertía el autor de la nota, estaban condenadas a desaparecer en manos de personas que ignoraban el valor de las mismas. Pero nadie prestó atención a esta advertencia. Algún secreto admirador del panfletario debió recoger el material y conservarlo celosamente hasta que fue sorprendido por las autoridades cuando intentaba salir de la Isla con los valiosos manuscritos.
Los documentos fueron confiscados a fin de protegerlos de los negociantes y para que algún día fueran entregados oficialmente al gobierno colombiano. En un baúl de aproximadamente un metro de largo por sesenta centímetros de ancho y cincuenta de alto permanecen ocultos no sólo el diario de Vargas Vila, sino también cuatro novelas inéditas y un cartapacio de documentos. El tesoro se esconde en una caja fuerte cuya fórmula sólo conoce una persona.
Vargas Vila no podía merecer menos que esta atmósfera de misterio. Su “autobiografía” incluye alrededor de sesenta cuadernillos que abarcan el período comprendido entre 1918 y 1933, en los que nos informa de otros diez tomos, que van de 1860 a 1899, y que afirma haberlos entregado a la editorial Ch. Bouret.
Las páginas están escritas de su puño y letra con tintas de diversos colores: negro, rojo, verde o azul desteñidos sobre papel amarillento van construyendo, palabra a palabra, verdades íntimas de su ser.
Un homosexualismo latente
No es fácil encontrar en aquellas precarias páginas el testimonio de una época o de una generación, como ocurre con las memorias de Zamacois o de Cansinos-Assens. El autor escribe para él mismo, aunque es consciente de que será descubierto por los lectores del futuro.
Por tal razón trata de justificarse en cada momento. Vargas Vila se niega a dejarnos anécdotas de su vida. Algunas zonas de su ser continuarán siendo oscuras para nosotros. Nos permite entrar en el laberinto de su caótica intimidad para perdernos.
Su amor por Palacio del Viso queda sugerido en algunos detalles que nos muestran algo más que una simple amistad.
En sus novelas son muy frecuentes las relaciones del maestro y el discípulo. Se trata de una unión espiritual en que el sexo parece haber sido mutilado para dar paso a la expresión más elevada del sentimiento.
Hay allí una homosexualidad latente que, probablemente se mantuvo durante aquellos treinta y cinco anos sin traspasar las fronteras. No obstante, hay otros aspectos de su vida que enriquecen la visión que tenemos de él. Surge violentamente aquel odio contra el clero y contra los valores de la sociedad colombiana de su tiempo.
Lo vemos tan solitario como los héroes de sus novelas, fiel sólo a sus ideas políticas. Vargas Vila está encerrado en su mundo interior y escribe nada más que lo que allí ocurre. En alguna parte habla de la situación crítica de la España de su tiempo —asistió al golpe militar Primo de Rivera— y en otra oportunidad v su mirada sobre Cuba, sumida en la miseria por el régimen de Machado. Pero no se pronuncia contra él.
El diario es una síntesis de su obra. Allí comenta los pormenores de sus trabajos literarios, a tiempo que manifiesta su desprecio por algunos escritores como Enrique Gómez Carrillo o Pío Baroja. Del mismo modo, expresa el amor por su madre y por su hermano Antonio y su ferviente admiración por el intelectual catalán Pompeyo Gener.
Por el contrario, su hermano José Ignacio, es objeto de toda su desconfianza. Teme que el diario caiga en manos suyas y que sea capaz de adjudicárselo. La enemistad entre los dos era conocida. Algunos, para ofender al panfletario, solían afirmar que José Ignacio era mejor escritor.
Foto con su secretario Ramón Palacio del Viso / Archivo Diners.
¿Una obra perdida?
Vargas Vila nos transmite en estas conmovedoras páginas una soledad agónica que, cierta medida, se anticipa a las posturas existencialistas contemporáneas. Una fuerza aniquiladora parece emerger del fondo de su ser cuando describe mórbidamente los detalles de su enfermedad.
La cercanía de la muerte es una fuente de inspiración de donde se desprenden imágenes fatídicas. Este diario es semejante al de Froilán Pradilla en El minotauro, o al testimonio que nos deja Flavio Durán en El alma de los lirios. El autor vive y siente como los personajes de sus novelas.
Está tan compenetrado que se confunde con ellos. El hombre interior se rehúsa aparecer en estas memorias; pero, cambio, lo encontramos entero en sus libros. Tal vez porque no quiere que nos dediquemos “psicologar” a su costa. Prefiere que leamos sus obras donde, como él mismo dice, aparece “desnudo como un baño claro”.
Es verdad que estos cuadernillos añaden poco a la biografía que esperábamos hacer de él, pero sugieren a un poeta oculto entre penumbras y fantasmas, capaz de decir con entera lucidez: “Somos hechos de la misma tela de la cual fueron hechos los sueños nuestra pequeña vida se acaba en un sueño”.
Probablemente el panfletario nos ha tomado del pelo al mencionar la existencia de aquellos diez entregados en su tiempo a la editorial Ch. Bouret. Pero no sería nada extraño que al cabo de los años un oculto buscador de tesoros nos sorprendiera con el hallazgo de esta parte de su diario, reviviendo una vez más la memoria del inconfundible Vargas Vila
Diarios:
Vivir mucho es sufrir mucho…
¿Por qué entonces empeñarnos en esa forma de dolor que es la vida? Si no vivimos para el amor o por el amor de las obras, ¿tiene explicación esa cobardía?… Todo amor es sacrificio, o no es amor.
Cuaderno XII, marzo de 1918
El editor de un diccionario Bigorrafico me pide datos bibliográficos míos para incluirme en su libro, vacilo en dárselos; ¿por qué?
Por no decir el nombre del lugar en que nací. Esa confesión ha sido siempre muy penosa.
¿por qué el destino que me dio la más noble y la más santa de las madres, me dio la más pequeña y la más ruin de la patrias?
Cuaderno XII, julio de 1918
Hoy se ha posesionado de la presidencia de Colombia Marco Fidel Suárez. Es un gramático musilaginoso y mediocre, tipo perfecto de los grandes hombres de Colombia.
Para mí no tiene sino un solo mérito: su propio esfuerzo: (y el de dos cosas) haber sido el hijo de sí mismo ya que no pudo saber de quién era… hijo de una humilde lavandera… la Colombia política actual, es bien rica en esa clase de productos; fuera de Colombia la mediocridad es un accidente; en Colombia es una virtud necesaria a la victoria.
Cuaderno XIII, agosto de 1918
Ser Dios de sí mismo es la única manera de hacer tolerable Dios; sin mengua ni esclavitud; de otra manera…
imposible; Dio y la libertad se excluyen.
Cuaderno XIII, agosto 21
Yo, no concibo que después de diez años de matrimonio dos seres tengan nada que decirse a no ser que se confiesen el odio que se profesan…
Cuaderno XIII, octubre, 1918
El amor, no pasión mía
La ambición fue tal alta la mía; que desde sus primeros vuelos se perdió en el espacio y no volvió a descender jamás. Ella me abandonó mucho antes de que yo pudiera hacer el gesto de abandonarla para entrar en la soledad… el aprendizaje de la soledad no fue penoso; yo había nacido un solitario y lo fui desde mi niñez… nunca tuve amores, nunca tuve amigos, las mujeres que fatigaron mi sexo no entraron jamás en mi corazón; cuando entré en la soledad no tuve que expulsarlas de ella…
Fui solo por todas partes…por la política; por la literatura; no pertenecí a ningún partido ni a ningún cenáculo…
Cuaderno XV, enero 1919
He ahí cerca de dos meses que no salgo a la calle, que no hablo con nadie que no sean mi médico y mi hijo… y como éste no pasa las noches aquí, la zona de mi soledad y la de mi silencio se extienden desmesuradamente y, yo reino en ellas
como un soberano.
La parte más triste y más menguada de la biografía de un grande hombre es la parte anecdótica que casi siempre es la parte netamente humana y miserable.
Cuaderno xv, febrero 16
Hoy se la muerte de Amado Nervo ocurrida en Montevideo, había llegado como ministro de México. No era un gran poeta, pero era un buen poeta, uno de los poetas menores entre los que formaron el cenáculo de Darío. Fue al lado de Darío, en casa de él, que conocía Nervo, allí por los años de 1900, cuando la exposición de París.
Ocupaban los dos con Gómez Carrillo un lujoso apartamento en la vía Montmartre. Eran los tiempos en que los tres hacían profesión de bohemismo y juraban por Verlaine…
lo vi más tarde en Madrid —Yo iba ya a visitarlo a su hotel me dijo él.
Cuaderno XV
Fui el autodidacta apasionado y completo; a los veinte años la antigüedad clásica me era familiar; había leído a Homero, Tucídides, Esquilo, Xenofonte y Cicerón. Tenía pasión por Tácito y desprecio por Suetonio; traducía el Dante e imitaba a Virgilio. Todo eso aprendido y leído en la biblioteca de un cura de pueblo que había sido fraile y que poseía el don de la elocuencia. Se llamaba Leandro María Pulido y era cura de almas en el pueblo de Siachoque y luego lo fue en Ramiriquí. Murió de canónigo de la catedral de Tunja (…)
Durante las vacaciones que el profesorado que yo ejercía desde los diecinueve años, me dejaba, yo me encerraba con él que era ya sexagenario; su reclusión llena de libros me daba en una especie de manía por la lectura, aquella era mi universidad. Se nos sucedía salir a pasear por los prados aledaños al pueblo, lo cual era raro porque sus achaques le pesaban mucho.
Llevábamos siempre un libro que era tema de discusión, porque discutíamos de la noche a la mañana(…) el tenía la vocación de los oradores y lo era admirable y sonoro como una catarata; sólo que no tenía ambiciones, en aquellos pueblos de campesinos analfabetitos y castigados por la más ruda ignorancia. Era político enragé, conservador y fanático a outrance ¿Cómo pudo convivir conmigo que era el polo opuesto de sus creencias? Tal vez por la ley de los contrarios.
Cuaderno XVII, agosto 1920
En Nueva York han levantado una estatua al libertador Bolívar; el presidente Hardy ha pronunciado con este motivo un elocuente discurso apologético; fue una gloria para nuestro libertador, que no fuera Wilson, el paralítico aleve y mendaz, hoy ausente de la Casa Blanca, el que pronunciara ese discurso con su boca mentirosa, llena de todas las falsías verbales; no sé aún cómo será la actividad del presidente Hardy frente a los problemas pendientes de América Latina; me abstengo hasta entonces de opinar sobre sus palabras…
Porque solo después que haya hecho retirar sus tropas de Santo Domingo; y vuelto su libertad a la isla mártir; y su autonomía electoral a Cuba; podré decir que no es un charlatán más de la escuela desenfadado de Roosevelt.
Cuaderno XVII, agosto 1920
Nunca la libertad se ha amparado a la sombra de una espada que no haya sido degollada por ella; ¿cómo, yo, hijo y nieto de militares, habiendo sido soldado y oficial en mi adolescencia y jefe de guerrillas en mi naciente juventud, habiendo visto de cerca la muerte en las batallas ciñiendo una espada o agitándola en el aire como una bandera, he podido ser y soy tan decidido adversario de la espada? Por mi amor desenfrenado a la libertad; exactamente lo mismo que me sucede con la religión:
¿cómo yo, de raza católica, nacido en el país más católico del orbe, en el seno de una familia católica hasta la exageración educado en colegios católicos, por profesores fanáticos ebrios de catolicismo: no habiendo tenido por guías mentales sino a los guías intelectuales de las mesnadas católicas en mi país atiborrado de lecturas católicas, hasta la saciedad; he sido y soy el más encarnizado y el más enconado enemigo del catolicismo, de sus ídolos y de sus símbolos?
Cuaderno XXI, mayo de 1921
¿Cómo es posible que Pío Baroja haya fracasado en el teatro con su Adiós a la bohemia? El alma del teatro español es la vulgaridad y Pío Baroja es el alma de la vulgaridad, ha hecho el monopolio de ella. La ignorancia y la vulgaridad son sus dos musas y las es tenaz y apasionadamente fiel. Pío Baroja cree que el arte es una pianola y la toca con los pies.. por no decir que con las patas.
Cuaderno XXXI, abril de 1923
José María Vargas Vila, el escritor colombiano de culto fue publicado originalmente en Revista Diners No. 219, enero 1988
También le puede interesar: José Asunción Silva: ¿Se disparó o le dispararon?