Breve enciclopedia del rock de Buenos Aires

Melancolía, pasión, tradición y rebeldía se unieron en Buenos Aires para dar origen a una movida roquera tan poderosa que fue capaz de influenciar a todo el continente y rechazar los regímenes militares. Algunas joyas siguen sin ser descubiertas.
 
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POR: 
Juan Santacruz

A simple vista puedes ver
Como borrachos en la esquina de algún tango
A los jóvenes de ayer.
Seru Giran – A los jóvenes de ayer

Buenos Aires y su gente trasuntan un innegable tono de melancolía, que se expresa de muchísimas maneras: en la ciudad y los modos de vivirla, en las conversaciones de café, en los códigos y en el culto a la amistad, e incluso en las formas de amarse.
La pasión también es parte fundamental del carácter que anima a los porteños, que desde siempre parecen haberse apropiado de la urbe indómita y noctámbula, la que respira y se desahoga en cada rincón.

Con ese sustento de melancolía, pasión y ese carácter tan distintivo –un ADN citadino que les es común a todos, más allá de si se trata de gallegos, criollos, tanos o judíos, entre tantos orígenes–, los porteños también son dueños de unas manifestaciones marcadas de rotunda identidad.

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Allí están el tango y el folclore, tan argentinos, con toda su carga de tradición, que siempre se respetaron y se animaron, aunque sin tutearse, mirándose un poco de soslayo, sin poder ocultar las barreras que impone, todavía hoy, el hecho de ser porteño o ser del interior.

Y en un descuido, se les coló el rock, una música simple y estridente que al principio destempló a muchos con sus composiciones de escasos acordes y una incipiente actitud de desenfado y rebeldía que a muchos se les antojaba lejana y extravagante.

Claro, el rock llegaba desde la alejada órbita anglosajona, con sus Elvis y sus Beatles, para conquistar a una cantidad de músicos que no sólo se entusiasmaron con los nuevos sonidos y los replicaron, sino que le pusieron semilla a un movimiento de rock cantado en español, con una identidad propia y particular, con un sentimiento muy rioplatense para interpretar un blues, darle profundidad a un soul o marcar un rock ‘n roll.

Y dentro de esa proclividad tan argentina de nominarlo todo con la mayor precisión, a alguien se le ocurrió bautízalo Rock Nacional y ahí le quedó estampada su denominación de origen.

Tristeza de la ciudad

Resulta difícil hablar del rock argentino sin mencionar su fuerza como vehículo de contracultura y de rechazo hacia lo que ocurría en el medio político, con la sucesión de gobiernos militares, que iban endureciendo su visión de la sociedad y especialmente de los jóvenes y sus manifestaciones, estigmatizándolos como si se tratase de delincuentes.

Ese espíritu necesariamente influyó en mucho de lo que vino después, musicalmente hablando. Desde mediados de los sesenta hasta hoy, el rock fue un reflejo de la situación política y económica imperantes: amplio en su propuesta ideológica y cuestionadora en los sesenta, cauto y críptico frente a la violencia de los regímenes militares en los setenta; renovado, fresco y hedonista con el advenimiento de la democracia en los ochenta; crítico y áspero frente al empuje neoliberal de los noventa y, hay que decirlo, tan confundido y desorientado como el entorno que lo ha acogido en este nuevo siglo, pero de cualquier modo, nunca indiferente.

Ya está mayorcito, el rock. Sus fanáticos han debido decirle adiós –un adiós que resulta siempre temprano– a tipos como Luis Alberto Spinetta, que murió hace unas pocas semanas, verdadero ‘padre’ del rock argentino, o Gustavo Cerati, capitán de la movida ochentera al mando de Soda Stereo, y que está bajo los efectos de un coma desde hace más de un año, o a un para nuestro medio poco conocido Norberto Napolitano, Pappo, o ‘El Carpo’ para los más allegados, un guitarrista fantástico y un divertido ser humano que pasó por el hard rock, el heavy metal y el blues, y dejó una huella bastante idiosincrática en cada cosa que hizo.

Vamos a las bandas

Hablar del Rock Nacional sin mencionar sus aspectos más, precisamente, idiosincráticos, no tendría mucho sentido. Ni aportaría nada nuevo para quienes circunscriben la movida argentina a Charly García, Soda Stereo y Los Fabulosos Cadillacs.

Quienes hoy tengan el sentido arqueológico de desenterrar viejas joyas o aquellas bandas y canciones que se mantuvieron dentro de un bajo perfil hacia nuestro mercado, van aquí algunos aportes, alguna que otra perla suelta.

Década de los ochenta, con la democracia ya instalada luego de años de una de las más oscuras dictaduras militares del continente, en la ciudad de La Plata apareció Virus, que lanzó una de las propuestas más frescas e innovadoras para el momento, cargada de sonidos sintetizados y una auténtica vocación pop y bailable. Vale la pena escuchar hoy los discos de su primera época, que han sabido resistir el paso del tiempo y tienen la voz y la impronta maravillosa de Federico Moura, primer cantante de la banda, lamentablemente fallecido como víctima del VIH en 1989. ¿Una recomendación? El álbum Superficies de placer, el último con Moura en voces, aunque los primeros seis trabajos de la banda son de un gran nivel.

Entre fines de los setenta y fines de los noventa, también desde La Plata, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota (sí, ese es el nombre completo) llegó con una fórmula nueva, oscura, profunda y susurrante que mucho le debe al punk y al viejo rock’n roll. Letras de un raro histrionismo, cantadas por la voz aguardentosa de su líder, Indio Solari, crearon una verdadera mística entre las legiones de fans que los siguieron por todo el país. Independientes a ultranza, los conciertos de Los Redondos se difundían de boca en boca y, curiosamente, sus fans construyeron una histórica rivalidad con los de Soda Stereo, grupos tan opuestos en cuanto a sus apuestas y propuesta, uno del mainstream (Soda) y el otro de la más pura tradición independiente.

Y sin abandonar los ochenta, siempre vale la pena volver a Sumo, banda suburbana que tuvo como líder a un italiano, Luca Prodan, que cantaba la mayor parte de sus temas en inglés (se había educado en Inglaterra, después de todo) o en un gracioso español, y que incursionó con temas de reggae y rock que marcaron fuertemente a una generación. Luca, un ex adicto a la heroína quien hizo de la ginebra su compañía favorita en sus años porteños, resumió en su figura todo lo contracultural que significaron esos movidos años del retorno a la democracia. Murió en 1987 y aún hoy es posible encontrar pintada en las paredes de la ciudad la leyenda “Luca is not dead”.

A este repaso grosso modo de lo que ha sido el rock argentino, claro está, le faltan nombres, anécdotas, historias que reflejan la importancia de un movimiento, grande en tamaño, gigantesco en seguidores, valiosísimo desde lo artístico, lo musical y lo cultural, y que como se ha dicho, refleja fuertemente el carácter de toda una ciudad y, a esta altura, de varias generaciones de porteños.

         

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abril
17 / 2012