Sacheri, un escritor que ama la incertidumbre

El más reciente libro del argentino, ‘Nosotros dos en la tormenta’, insiste en la necesidad de miradas diametralmente opuestas para demostrar la premisa personal del autor: que las ideologías arraigadas y los puntos de llegada sobran, por absolutos y perjudiciales.
 
Sacheri, un escritor que ama la incertidumbre
Foto: Eduardo Sacheri / Eduardo Sacheri
POR: 
Andrea Jiménez

Un escritor acaba por tener en la vida la paciencia que necesitó para escribir, dice José Saramago. Entonces Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) no es paciente por su profesión de historiador. Lo es porque, en su formación como escritor, se ha esculpido a sí mismo como el masón que se talla en piedra, como el artesano que le entrega su alma al iniciático rito de construir nuevamente, y nunca igual, la misma figura una y otra vez.

Como esos argentinos/futbolistas que le apasionan, sabe pivotear con gracia. Con gracia serena. Escoge las palabras como quien filtra pases al corazón del área para ser sentenciados. En esa ráfaga tranquila, aniquila a más de uno. No es fácil escuchar que alguien, con mesura, invite a la duda de todo en medio del fuego cruzado. Podría sonar bienpensante, además, en tiempos de Gaza bombardeada e incendiada. Pero Sacheri tiene la paciencia para explicarlo, como responde siempre, frente a su público, las mismas preguntas desde hace casi diez años.

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¿Por qué el antagonista de El secreto de sus ojos es hincha de Racing y no de Independiente, el equipo de sus amores? ¿Por qué el fútbol para fabularlo todo? ¿No es cómoda la duda ante extremismos como los de Milei y Bukele?

(Los recomendados en literatura del escritor bogotano, José Zuleta)

Sacheri lo hace ver fácil. A lo Maradona. “He he ido aprendiendo a lo largo de la vida que me ha ido mejor en la paciencia y en el esfuerzo que en el impulso, y por supuesto que todo tiene que estar equilibrado: un poco de impulso, un poco de temeridad, un poco de rojo. Me parece que está bueno desconfiar de uno, desconfiar de lo que uno cree, de lo que uno hace, tomarse menos en serio uno mismo”. 

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Los dejavús que se multiplican por culpa de su fama, bien labrada por las historias de fútbol y por haber ganado el Óscar con El secreto de sus ojos –del que fue guionista, a partir de uno de sus libros–, lo cansan, pero no por la razón aparente. Lo persigue cierta idea de no defraudar a sus ávidos interlocutores. “A mí me gusta pensar que toda esta carrera mía literaria es como una especie de feliz accidente, porque yo soy licenciado en Historia, mi vida iba a ser una carrera académica y docente exclusivamente. Si iba a escribir algo sería un paper científico para mis colegas y, de repente, se abrió este camino de escribir, y que escribir ficción a mí me guste y me haga bien, y que de un modo totalmente accidental a un montón de personas les interese leer eso y les parezca interesante o provechoso, entonces lo menos que puedo hacer si estamos conversando es entregarme a esa conversación de verdad. Me parece que es cansador, pero no por no por la repetición, sino por este deseo de tratar de decir algo pensado”.

No es que le cueste (es argentino). Con gracia y suspenso, entrega las razones históricas y sentimentales por las que decidió no hacer hincha del club de sus amores a uno de sus personajes más conocidos. Con soltura, explica por enésima vez cómo llegó a encontrar la voz de su única obra narrada en primera persona femenina, Lo mucho que te amé

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Dice que no le incomoda tal reiteración de sus lugares comunes. “Es cierto que yo en mi trabajo trataré de hacer cosas diversas porque me parece más interesante, más desafiante, más enriquecedor para mí, pero me parece que el derecho de los lectores es quedarse sobre todo con lo que más les gusta e insistir sobre eso”. Hay licencia para (ser) el cliché.

“Me parece”. Lo repetirá una y otra vez, precisamente porque desconfía. Y desconfía por escritor (otra vez). Sacheri, ese amante de la incertidumbre, de la irresolución, admite la duda porque sin ella no podría escribir. Es su impulso. “A mí los libros me sirven para interrogarme sobre cosas sobre las que no estoy seguro. No necesito estar seguro para pensar. Es más, me parece mucho más interesante la incertidumbre. Lo que pasa es que no sé por qué se le tiene tanto miedo a la incertidumbre. Yo vivo contestando: ‘Me parece’, ‘En una de esas’, ‘Creo’, ‘Considero’, ‘Me da la sensación de que….’. Toda sociedad tiende a verse como un punto de llegada. Como, ¡claro!, no se imagina el futuro en el que estaremos muertos, nos parece que el presente es perpetuo”.

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Un presente que es, por defecto, la acumulación de acciones que le preceden, pero que, según Sacheri, se desdibuja si lo convertimos en bastión ideológico. “Lo bueno de ir al pasado es entender. El pasado convertido en bandera deja ser conocimiento”. 

Quizá lo sienta en mayor medida él por ser argentino, fanático –dice– de revisitar al pasado y de no cerrar las discusiones. De no soltar. Y en ese tránsito aletargado tendido a la reversa olvidan las pugnas que ganan, lo bueno que sucede, la vida que viven. Bueno, salvo cuando el fútbol, dios de dioses en esa nación latinoamericana, puede contarse a través de reivindicaciones históricas yendo detrás de un balón. 

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Un presente que, por antojársenos perpetuo, no vemos como realidad cambiante, que avanza (aunque no nos guste su dirección). Como quien se queda viendo un reloj esperando ver caminar la manecilla del segundero. Y se desespera. 

“Vivimos plagados de inercias y de prejuicios, y no hay modo de que una cultura asimile la cantidad de cambios que intentamos que asimile. Pero la solución no es enojarse sino tener claro que la sociedad cambia lento, y hay cosas que no va a cambiar, o si las cambia hoy, mañana las va a seguir cambiando en una dirección que no necesariamente va a ser aquella que nos gusta más. Me parece que si no tenemos clara esa dinámica interminable de la sociedad humana, nos condenamos al enojo, a la perplejidad, a cómo puede ser que voten a Fulano o a Mengana, y además erosionamos las chances de que lo que más nos importa permanezca”.

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(3 libros imprescindibles de Ricardo Piglia)

En su más reciente libro, Nosotros dos en la tormenta, exhibe una simetría desdoblada de los extremos políticos de la Argentina del 75. No señala ni prefiere, no se embelesa. No cae en eso que le repele: ir a buscar, a señalar en el pasado, cuando este no está hecho para eso, sino para entenderlo y hacernos preguntas, para poder entenderlas y avanzar… Pero, ¿no sería muy desprolijo pensarlo siempre desde el centro? ¿Acaso no miramos al pasado con esas convicciones que arrastramos por la vida y cargamos dentro? ¿Cree que es posible pararnos a veces un poco más hacia un lado, un poco más hacia el otro, para poder entender y aportar algo legítimo?

“Yo creo –yo creo– que todos tenemos nuestras convicciones, creo que el asunto es cómo ejercemos, cómo actuamos esas convicciones, y qué espacio dejamos o no dejamos para los que no piensan como nosotros. El problema del monopolio de la virtud es que deja en un lugar muy incómodo al otro, y eso tiene gravísimas consecuencias en el largo plazo que estamos cosechando ahora. El siglo XXI, a diferencia del final del siglo XX, que fue como de un adormecimiento ideológico, un letargo, un individualismo bastante desganado, y como pasa siempre con la humanidad, se fue para el otro lado, y las militancias del siglo XXI volvieron a tornarse muy emocionales y muy exclusivas. Exclusivas en esto de: ‘Vos sos el mal’. No porque esté enunciado así, pero si yo tengo el monopolio del bien, vos sos el mal

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en cada cosa que estés en desacuerdo conmigo. Es muy difícil vivir así y es muy fácil generar contramovimientos absolutamente desbordados, porque así funcionamos con los mejores valores”.

Ese “monopolio de la virtud” y esa “genial corrección política” suelen zanjar discusiones ideológicas y políticas de una manera nociva: enviando al otro al ostracismo, a la imposibilidad. Al silencio. Por eso la invitación de Sacheri: “Tenemos que ponernos a pensar en qué pasa con el que no está de acuerdo. A dónde va a ir su silencio. Su silencio va a emerger en la superficie cargado de odio, pero yo lo envié ahí. No estoy diciendo que no tenga responsabilidad ni él ni quienes ni quienes le festejan el extremo, pero yo lo conduje ahí con todos mis valores y toda mi buena voluntad”.

En esa desnudez que nos expone, en esa incómoda posición de quien castra en nombre de lo más justo, o lo más correcto, se revela otro problema, señala el argentino: “Si yo no te convenzo de que algo de razón tengo, apenas puedas vas a eliminar eso que hago yo, porque vos lo vas a ver como una imposición transitoria. Apenas podamos, lo eliminamos. Si yo solo logro imponértelo, apenas puedas vos me vas a imponer otra cosa. Es muy difícil. Además, somos un bicho que lleva miles de años tratando de imponerse al resto de la especie, eso está en nuestra naturaleza, nos guste o no. Esos demonios nos habitan. Me parece que si no aceptamos nuestra oscuridad y nuestra incertidumbre, estamos perdidos”.

Sería mejor abandonar el púlpito moral de quien pontifica hasta el cansancio, la solemnidad de la corrección política y, a fin de cuentas, como invitó el autor al inicio de esta conversación, tomarnos menos en serio.

En medio de la incertidumbre que prefiere, las dudas que atesora, Sacheri también está hecho de certezas. En ese juego tejido de memoria por los lectores, resuelto fácilmente por el argentino una y otra vez en sus charlas y firmas de libros, entra la necesidad de hallarlo en la ficción, de revelarlo entre sus personajes, de adivinarlo entre epílogos que le dedica a su padre o entre protagonistas apasionados por el fútbol, como él. Sacheri, insondable, prefiere otra vez, y para siempre, una respuesta tajante, su favorita: la duda.

“Es un juego legítimo, y mi manera de jugarlo es revolverlo todo, porque es la manera de preservar mi intimidad –que no todas las personas que escriben necesitan, viste que hay gente que se exhibe–. El mundo de la literatura del yo es como: ‘Aquí estoy desnudo ante ustedes’. A mí no me gusta por pudor y por interés de los lectores. Me parece que en esa en esa mezcla entre mi biografía material, mi biografía sentimental y mi invención…  a mí me gusta que sea así. Todos mis libros están llenos de cosas mías, pero también están llenos de cosas inventadas y nunca, eso sí, no transijo en decir cuáles son cuáles, porque ahí entra lo terapéutico que es para mí escribir”.

Terapéutico como leer, o jugar fútbol, o ver a Independiente de Avellaneda. Porque cuando alguna de las anteriores ocurre, el mundo se reduce a eso. Y es absurdo e ilógico, pero absolutamente necesario. “Si gano, vivo, si pierdo, muero. Es así. Es ridículo y es falso, pero mientras acontece, necesitamos creerlo”. Lo dice Sacheri en su estado más argentino, en el que sobrevienen unos gustos que delinean el sentimiento nacional colectivo, como el fútbol y Las Malvinas, con los que –parece– todos están de acuerdo: “me gusta la discusión inútil, me gusta la exageración, me gusta el apasionamiento”.

¿Cómo no le va a gustar repetir, una y otra vez, los entresijos de sus novelas atrapantes? ¿Cómo no responder, con pasión y detalle, las preguntas infaltables sobre fútbol? Es argentino. No podría negarse.

         

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noviembre
14 / 2024