Diego Guarnizo, el director de arte de la televisión colombiana

POR: Revista Diners
 / octubre 27 2014
POR: Revista Diners

La sopa de cebada se sirve espesa, humeante y olorosa a cilantro. Sin duda, un plato que recompone espíritus y fatigas. Por eso, no es extraño que sea parte del menú que se le sirve a visitantes y al esforzado equipo de producción de Esmeraldas, una nueva serie que está grabando en una enorme hacienda cercana a La Victoria (Cundinamarca) el director “Peto” Restrepo para un canal nacional de televisión.

Diego Guarnizo lleva el pelo muy corto, gafas de montura alegre que componen una sonrisa adicional en su rostro chispeante por naturaleza, habla y gesticula en una velocidad sincronizada, casi no parpadea y logra mantenerse alerta en jornadas de más de quince horas de trabajo. Estamos sentados ante una mesa tambaleante y él consume su tazón de sopa con una calma inversamente proporcional al ritmo vertiginoso con el que recupera de la memoria obstáculos y anécdotas que le permiten exclamar “¡Mira dónde he llegado!” mientras señala con la cuchara camino abajo, donde están detenidos los camiones que contienen vestidos, zapatos, sombreros, sillas, espejos, percheros, sofás, vajillas, luces, maderas, hilos, agujas, maletines. Un trasteo minucioso y enorme que espera cobrar vida en un par de casonas magníficas y devastadas por el tiempo en esta zona de cafetales y macadamias. Allí dentro está contenido el poder de contar historias. La infinita responsabilidad de interpretar un libreto a través de las prendas y del escenario donde actúan protagonistas y extras.

Es el mundo de Diego Guarnizo desde hace más de dos décadas, cuando se inició fortuitamente en la televisión. “Un día conocí al director Kepa Amuchástegui (que venía de rodar Garzas al amanecer) en unos talleres que dictó en la Universidad Jorge Tadeo Lozano donde yo estudiaba Publicidad. Nos habló del nuevo proyecto que iba a hacer, una novela llamada La casa de las dos palmas. Le pedí insistentemente que me dejara trabajar con él. Se sorprendió y me dio el teléfono de Iván Martelo, el director de arte con el que trabajaba, seguramente el mejor diseñador de moda que ha tenido el país. Lo llamé y después de la primera visita, mi vida quedó definida”.

No es una exageración oír cómo sentencia Diego Guarnizo este momento que hizo virar su destino. No, si se tiene en cuenta que “soy un hijo de mayo del 68, nacido por casualidad en Villarrica (Tolima), un pueblito anclado en una zona que fue guerrillerísima y al que no he vuelto desde los cuatro meses de edad”. Diego, el mayor de la familia formada por un juez pudiente y una hermosa ama de casa conocida como “Campanita” en Ortega (Tolima), hija a su vez del carnicero de ese pueblo. “Un amor imposible entre dos clases sociales muy distantes que lograron consumar al escaparse y casarse a las escondidas”, relata Guarnizo.

Como si este inicio no contuviera motivación dramática suficiente, al adolescente que estudió bachillerato en La Plata (Huila) y el que prestó servicio militar en la base de Larandia (Caquetá) le esperaba su primera prueba de fuego: el abandono del padre. “Nos quedamos hasta sin casa. Si almorzábamos, no comíamos. De esa época me quedaron dos traumas, los baños con agua fría y el tender camas”. Y habrían de pasar diez años más para que Guarnizo dejara de aguantar necesidades. Mientras tanto, trabajó como mensajero de Carulla durante el día y estudió, becado, por la noche en Bogotá. “Ando buscando a mis jefes de aquella época para darles las gracias”, enfatiza este hombre de mirada chispeante, húmeda a ratos.

Hasta el balcón del antiguo beneficiadero de café suben el canto de los gallos y las órdenes impartidas en el set de grabación. El volumen de la conversación varía, pero no el tono afectuoso de Guarnizo. “Es muy consentidor, todo el día y con todo el mundo”, me advirtió en su taller en Bogotá Claudia López, su mano derecha, frente a la pared forrada de libros y revistas que sirven de soporte de investigación de vestuario al diseñador. Vecinos de la vereda donde se graban las novelas, presidentes de televisión, actores y actrices, productores, maquilladores y carpinteros, dueños de caballos e industriales textiles, divas y reinas de belleza son los interlocutores usuales de este hombre. “Este trabajo es pura psicología” y se anuda el pañuelo que lleva al cuello.

“Estamos grabando la época de los años cincuenta y encontré material valioso en la Biblioteca Luis Ángel Arango”, cuenta Diego sobre Esmeraldas, el proyecto que acomete, desde la dirección de arte, con la empresa que inició junto a su socio Germán hace dieciséis años, nombrada como Taller Guarnizo Lizarralde en julio de 2006. ¿Cómo logra interpretar técnicamente de manera tan fiel y cuidadosa cada década, cada estilo? La respuesta es tan candorosa como sorprendente. “Somos un equipo con puro amor por este oficio. Lo que no sabemos, lo aprendemos. Nidos de abeja, drapeados, siluetas, mangas ajamonadas, faldas de campana, pasamanería, telas bordadas, cortes de cuello. Nos le medimos a todo”, replican tanto Diego como Max, uno de sus patronistas en el taller, frente a la mesa de corte.

Es verdad, cuando recibieron el encargo de producir seiscientos vestidos en seda de siluetas complicadas diseñadas por Esteban Cortázar para la colección que se vendería en los almacenes Éxito, el Taller de Guarnizo y Lizarralde –con sus veinte empleados frente a las máquinas de coser– supo que le había llegado la oportunidad de ingresar en otra línea de negocio: “la maquila especializada”, como llama Diego, entre risas, a la producción de prendas exquisitas para otros diseñadores de moda (María Luisa Ortiz, Beatriz Camacho, Bettina Spitz, y Zeta, entre otros).

Ese reconocimiento en el mundo de la moda comercial, se validó y multiplicó con la experiencia de haber realizado, además, la dirección de vestuario para las reinas durante diecinueve ediciones consecutivas del Concurso Nacional de Belleza, al lado de Raimundo Angulo. “Sé que es hora de hacer un relevo, pero me dan tantos celos como nostalgia”, confiesa.

De reinas

En verdad, el espacio que en el Taller está destinado a guardar con riguroso orden textiles, hilos, cuentas, encajes, prototipos y muestras artesanales provenientes de la más variada geografía nacional, da fe del recorrido incesante que Guarnizo y su equipo asumen cada día. Desde convocatorias de diseñadores nacionales para crear los vestidos de las candidatas; haber introducido el bikini en el certamen de belleza; hallar y trabajar directamente con los artesanos colombianos y dar a conocer sus tradiciones a través de nuevos diseños –como la cestería de Tenza aplicada a collares y pulseras, los tejidos wayús en novedosas prendas, las vajillas de barro convertidas en accesorios insólitos–, hasta haber logrado despertar la industria del calzado en Bucaramanga al convertirlo en el “zapato real”.

De capos

Con una versatilidad poco frecuente, Diego aborda desde la adecuación de blusas de satín y seda para la supervedette Amparo Grisales, presentadora del concurso Yo me llamo, hasta asumir la creación de colecciones completas de vestuario para el elenco de la narco-televisión que ha hecho furor los últimos años entre la audiencia. Su pieza máxima es, sin duda, el vestuario con el que dotó a la serie Escobar, el patrón del mal. La interpretación cabal de la época de los ochenta, signada por el temible personaje y su estética, la logró con un repertorio de prendas inolvidables. Como las camisas y corbatas, las combinaciones de colores y los estampados que gustaba el mayor capo de la historia de Colombia. Fiel reproducción de la realidad investigada, tras horas de ver fotos y videos de la desafortunada década, es todavía la memoria de Diego Guarnizo a la hora de marcar cuellos, delinear siluetas y seleccionar las telas que debían dar vida a los personajes.

Guarnizo acumula ya varios premios Simón Bolívar e India Catalina por su trabajo. Reconocimientos atesorados por este hombre zurdo y daltónico que sigue, tras más de veinte años de oficio, adorando el color amarillo y las texturas dolorosas de las piedras. Quizá las únicas medidas que no son precisas como las que figuran en cada una de las páginas que componen los portafolios de cada proyecto, donde esboza figurines y establece los lineamientos claves para su equipo, sean las de su entrega al trabajo. Lo hace sin mesura, corriendo contra las manecillas del reloj. Pero es, sin duda, su pasión entrenada en lograr leer el estilo de cada época y su capacidad para reproducirlo técnicamente con unos detalles insólitos de confección lo que le convierte en un referente indispensable del oficio de la moda en el país. “En realidad lo que he logrado es haber aprendido a ganarle al tiempo”, asegura risueño.

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27 / 2014