Hay ciudades que existen en una doble condición, presentes en el mapa con sus esquinas ruidosas y sus semáforos eternos, aunque también activas en la mente colectiva como territorios donde continúan las fantasías de generaciones enteras, algo que ocurrió en Londres para los personajes provincianos que habitan las novelas de Dickens y que se repetía en la París que imaginaban los jóvenes inquietos de Stendhal y Balzac, mientras que en Nueva York (Brooklyn) esa proyección alcanza un nivel que supera a cualquier otra urbe porque millones de personas le atribuyen significados distintos antes de llegar y descubren una realidad distinta a la que esperaban al enfrentarse con lo que finalmente encuentran.
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La Nueva York que vive en la imaginación está hecha de fragmentos que provienen de diversas épocas con huellas profundas como el West Village de los músicos de jazz en los años treinta, el Lower East Side con su corriente punk de los sesenta y setenta, el Upper West Side que mantiene su aire refinado de familias acomodadas y la zona febril de Wall Street que vibra con un ritmo acelerado que ha permanecido durante décadas, una suma de mundos que conviven en esa isla estrecha que es Manhattan.

Williamsburg en Brooklyn y el cruce de realidad
Durante mucho tiempo la ciudad imaginada parecía detenerse en los márgenes del Hudson y del East River, como si esas aguas tuvieran la capacidad de detener el vuelo de los sueños, aunque la vida seguía extendiéndose hacia Queens, Brooklyn, Staten Island y el Bronx, territorios habitados que no lograban incorporarse al mito urbano porque la idea mítica de Nueva York seguía concentrada en Manhattan, que es pequeño y caro y que obliga a quienes llegan con entusiasmo y pocas certezas a buscar un espacio donde vivir.
Ese movimiento empujó a muchos hacia Williamsburg, un sector de Brooklyn ubicado entre una comunidad de judíos ortodoxos y la zona de influencia polaca que se extiende hacia Greenpoint, un punto intermedio que por mucho tiempo mantuvo una neutralidad arquitectónica hecha de edificios con materiales sencillos, pintados con colores claros, atravesados por una pequeña franja industrial junto al río donde se distribuían bodegas casi siempre cerradas.
En el siglo diecinueve Williamsburg albergaba cervecerías de renombre y una refinería de azúcar llamada Domino que marcaba su ritmo laboral, aunque con el paso del tiempo ese paisaje perdió vigor y el barrio quedó dominado por una mezcla de residentes puertorriqueños y algunos migrantes del norte, lo que otorgaba un carácter difuso que no tenía un sello contundente, aunque sí una ventaja poderosa que lo conectaba con Manhattan, ya que una parada del tren lo acercaba a la isla y esa cercanía permitió que la imaginación atravesara el río y transformara este pedazo de tierra.

El proceso urbano de Brooklyn
La transformación comenzó de manera pausada y se intensificó durante las últimas décadas mientras tiendas pequeñas cerraban y eran reemplazadas por negocios más organizados que ofrecían más variedad y precios más altos, hasta que aparecieron galerías de arte, librerías, restaurantes con propuestas sofisticadas y tiendas especializadas que apostaban por productos únicos.
Ese movimiento pretendía abrir un espacio dentro de la Nueva York imaginada, del mismo modo en que las galerías de Chelsea habían convertido bodegas antiguas del oeste de Manhattan en territorios apetecidos por el mercado artístico, aunque detrás de esa aspiración se movía un deseo evidente de capital que muchas veces no sostenía los sueños culturales que afirmaban defender y que en ocasiones terminaban en cierres prematuros.
La llegada de estos nuevos actores impulsó una dinámica que los sociólogos describen como gentrificación, un fenómeno que transforma áreas populares en enclaves deseados por grupos de ingresos más altos, lo que en el lenguaje cotidiano bogotano equivale a la gomelización, un cambio que puede traer cierta seguridad y más restaurantes y más tiendas, aunque también reduce la diversidad y empuja a los residentes antiguos a mudarse debido al incremento en los arriendos, un efecto que distancia al barrio del tipo de ciudad diversa y vibrante que Jane Jacobs defendía en su reflexión clásica sobre la vida urbana.
El cambio legal del uso del suelo en el año 2005 aceleró este proceso y permitió que nuevas torres se levantaran frente al río con vistas que enmarcan el perfil de Manhattan, un espejo que parece crecer para replicar la silueta de la isla como si la única forma de ingresar al imaginario fuese imitarlo.

Los creadores de la nueva identidad urbana
Muchos de los jóvenes que llegaron con aspiraciones artísticas intentaron abrirse camino en este entorno, algunos alcanzaron sus metas y ahora observan Manhattan desde la comodidad de sus apartamentos nuevos, otros se movieron hacia zonas más profundas de Brooklyn en busca de territorios que necesitaban otro impulso y varios regresaron a sus ciudades de origen con la sensación de que la promesa inicial no coincidía con lo que encontraron.
Aun así la imaginación continúa convocando a nuevos visitantes que incluyen a Williamsburg dentro de su mapa emocional de Nueva York y que pueden confirmar ese magnetismo cuando caminan hacia el río y encuentran torres de vidrio junto a galerías y restaurantes y bares que narran la metamorfosis de este sector que logró integrarse a esa urbe soñada.
La escena musical en Williamsburg
Durante los últimos 20 años Williamsburg se convirtió en uno de los centros vitales de la música independiente en Estados Unidos con una cultura musical exigente que reúne tiendas especializadas llenas de rarezas y escenarios para bandas en diversas etapas de su trayectoria, lugares íntimos como Pete’s Candy Store, espacios intermedios como Galapagos Art Space y recintos amplios como Williamsburg Music Hall.
Este refinamiento musical inspiró también burlas y reflexiones culturales, entre ellas la canción Losing My Edge de LCD Soundsystem, una pieza que retrata la angustia de un conocedor que siente el peso de nuevas generaciones provenientes de Francia, Berlín y Tokio mientras repite líneas que expresan la melancolía de quien ya no alcanza el ritmo de su propia escena.
De este territorio surgieron grupos influyentes como LCD Soundsystem, Yeah Yeah Yeahs, Liars, Les Savy Fav, TV on the Radio, Bishop Allen, The Bravery, Enon, Usaisamonster, Oneida, Animal Collective, Japanther, White Mag, MGMT y Matt and Kim, una constelación que consolidó la importancia musical del barrio dentro de la cultura contemporánea.


