Foto: Karim Estefan y Archivo de la Policía Ambiental
agosto 27, 2012
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El escuadrón de la policía que lucha contra el tráfico animal en Colombia

Colombia tiene el diez por ciento de la biodiversidad del planeta, por lo que el tráfico de especies animales y vegetales es uno de los principales delitos ambientales. Por fortuna ya contamos con nuestro propio CSI.
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Los encontraron dentro de un par de cajas de zapatos. Eran doce. Y en maletas de doble fondo. Varios de los periquitos robados habían muerto, asfixiados. A las guacamayas las durmieron y escondieron dentro de un tubo de PVC y a los loros los metieron dentro de unas botellas de gaseosa. También había canarios amazónicos entre cajas de Garotos. A una mujer le encontraron en el aeropuerto, dentro de su moña del pelo, un miquito bebé que pretendía sacar del país. Y a un hombre una boa dentro de sus calzoncillos. Las historias de tráfico de animales en Colombia son tan insólitas como infinitas. Crueles, como las define Orlando Feliciano, un veterinario que desde hace cinco años acompaña a la Policía ambiental en estas incautaciones que se parecen tanto a las de estupefacientes. Quizá la expresión que usa es correcta: 80 por ciento de los animales que son extraídos de su medio natural y vendidos ilegalmente fallecen por los métodos como los camuflan.

Las semanas son usualmente agitadas para los agentes que trabajan en este tema. El lunes 23 de julio allanaron una casa en La Calera. En el patio, un oso de anteojos estaba enjaulado. A su lado, un jaguar, enloquecido por el encierro. Ese mismo día, en otro operativo y gracias a la denuncia de una persona, encontraron un tigrillo. Dos días después descubrieron a la hembra de un oso perezoso con su cría, violentamente herida y sin mandíbula. Al comienzo creyeron que se trataba de un ataque de un perro, pero estaba en tan mal estado que fue necesario sacrificarla al día siguiente.

La necropsia reveló que le habían disparado. El jueves, otra intervención en Girardot. Así transcurren los días. El doctor Feliciano recibe en la Fundación Bioandina, un Centro de Atención y Valoración de Fauna y Flora (CAVF) en Guasca, unos 30 especímenes al mes. Solo en Cundinamarca, en los últimos cinco años ha tenido mil solicitudes de sus servicios de atención veterinaria para este tipo de casos.

Podría parecer una cifra menor, pero al mirar los libros rojos (por los que se guía la Interpol) de especies amenazadas que son objeto de tráfico, la alarma se dispara. Ser el segundo país más biodiverso del planeta nos está costando caro. El capítulo aves, de lejos el grupo más amenazado en Colombia, tiene 562 páginas, el de mamíferos, 430, el de anfibios, 384, y el de reptiles, 160. Eso sin entrar en el caos de la flora (solo en plantas maderables traficadas hay cientos de especies y existe un difícil caso en el que aparecieron 3.500 orquídeas colombianas en Alemania que aún no se pueden repatriar porque salieron por Ecuador).

Por esta razón, en marzo pasado fue creada dentro de la Policía la Unidad de Investigación de Delitos Ambientales, con 50funcionarios que trabajan de la mano con la Fiscalía, que, por cuenta de la convención mundial CITES, ha ido endureciendo las penas al modificar el delito de Tenencia ilegal de especies por el de Tráfico, pues en este negocio se mueve mucho dinero: una guacamaya es vendida hasta por dos millones de pesos dentro del país y se ha valorado en 15.000 dólares en el exterior. Que 60.149 aves, mamíferos y reptiles hayan sido incautados en Colombia el año pasado da cuenta de un fenómeno todavía ignorado por la gente, aunque, después de la droga y las armas, el tráfico animal es el más lucrativo del mundo.

Muchos de los miembros de este ‘CSI criollo’ ya venían trabajando con el tema desde la Dijin, por lo cual heredaron investigaciones que estaban en desarrollo desde hace años y que buscan desarticular redes de comercio ilegal nacional e internacional. Una de estas pesquisas, en pleno proceso, está tras el rastro de compradores internacionales de peces ornamentales. “Una parte importante del tráfico de especies sale del país en cargamentos legales, camuflan entre sus productos especímenes en vías de extinción y que son apetecidos por coleccionistas y compradores internacionales”, explica la agente que por supuesto reserva su nombre. Así, tal como sucede con el tráfico de precolombinos que introduce un par de piezas legales en un contenedor de réplicas, los animales, generalmente alevinos en bolsas llenas de agua, viajan al lado de, digamos, los camarones que serán vendidos en Europa. También han colado partes de animales para saciar la vanidad de quienes quieren lucir sus stilettos en piel de serpiente.

Al final, de eso se trata, de ostentar. La hacienda Nápoles de Pablo Escobar fue el ejemplo nefasto de cómo se desbalancea un ecosistema a la fuerza. Hoy, el resultado es palpable: la invasión de hipopótamos en el Magdalena Medio es un problema de seguridad de la zona. Y revela, sobre todo, la naturaleza humana, hambrienta de adueñarse de todo. Como sea.

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