El turbio futuro del vino
Hugo Sabogal
Ocho mil años de historia han visto correr mucho vino por las venas del Homo sapiens. A lo largo de ese extenso período, la bebida ha sufrido duros embates, que han amenazado su existencia: guerras, persecuciones religiosas, pestes y enfermedades terminales. Pero su futuro nunca había estado tan amenazado como hoy. Al provenir de una especie vegetal que solo subsiste en climas moderados, el calentamiento global está poniendo una cruz sobre tradicionales y legendarias zonas productoras de vino en Europa, América y Oceanía. La industria ha propuesto soluciones como mudarse a regiones de menor riesgo y desarrollar técnicas agrícolas para hacer más resistentes las plantas. Como sea, la realidad ineludible es que el mapa del vino cambiará dramáticamente en los próximos 50 años.
La causa:
El ya viejo conocido calentamiento global.
Su efecto:
La temperatura de la Tierra sube de manera peligrosa. Algunas consecuencias directas son los cambios en los ciclos de las precipitaciones y el aumento en el nivel de las aguas marinas. Se ampliarán la frecuencia y virulencia de tornados, huracanes y tempestades. La viticultura, en particular, es y será una de las damnificadas.
La gran amenaza:
Un estudio de la Universidad de Texas ha establecido que las áreas disponibles para la viticultura disminuirán entre 25 % y 75 %. Las más castigadas serán la costa este de Estados Unidos, los países mediterráneos y Australia. Áreas como el valle de Maipo, en Chile, también se verán afectadas, especialmente por la escasez de agua.
Denominaciones en riesgo:
La lista de terruños en estado de alerta incluye los más preciados orígenes: Barolo y Barbaresco, en el noroeste de Italia; La Rioja, en el norte de España; Burdeos, en el sudoeste de Francia; Hunter Valley, en el este de Australia; Maipo y Cachapoal, en el sur de Chile; Napa, Sonoma y el Valle Central de California, y Sudáfrica. Se anticipa, por ejemplo, que Napa tendrá un clima caluroso como el de la vecina Fresno, es decir, que pasará de hacer vinos exclusivos a vinos de volumen. Algo similar le ocurrirá a La Rioja, cuyas temperaturas se parecerán a las ardientes de La Mancha, y el valle de Barossa, en Australia, se asemejará a la tórrida Riverland, que muy posiblemente desaparecerá.
El nuevo mapa:
Las bodegas localizadas en las principales franjas de riesgo tendrán que mudarse a sitios más frescos. La tendencia será buscar los extremos de las latitudes y terrenos de altura. La industria girará en torno a nuevos ejes como los territorios nórdicos de Europa y Estados Unidos, y los puntos más australes de Argentina y Chile. Otros se treparán a valles de altura en las cordilleras. Los distritos elevados de Nueva Zelanda lograrán sobreponerse a los efectos del calentamiento global sin sacrificar demasiado el encanto de sus vinos. Una inimaginable sorpresa serán los viñedos y las bodegas de Inglaterra, cuyo clima frío y lluvioso no era apto para la vid en el reciente pasado.
Retos tecnológicos:
Expertos estudian medidas paliativas para mitigar los efectos de la crisis vitícola: mayor sombreado de la fruta mediante aumento de la frondosidad de las hojas; fortalecimiento genético de las variedades para resistir climas más cálidos; desarrollo de pies y raíces resistentes a suelos cada vez más secos; o disminución del riego para conservar agua sin causar la deshidratación de las plantas. Otras investigaciones impulsan el uso de la energía solar. Igualmente, se estudia la conveniencia de cambiar los envases de vidrio por papel reciclable –un gran reto cultural–, o disminuir el grosor de las botellas para reducir la huella de carbono.
Cruda realidad:
El “efecto invernadero” seguirá causándole problemas a la agricultura durante los próximos años, e incluso siglos. Las medidas que se tomen ahora no corregirán los problemas, sino que disminuirán sus efectos nocivos hasta que la civilización logre adaptarse a las nuevas circunstancias.
No hay más espera:
Las advertencias sobre lo que va a ocurrirle al mundo del vino se han lanzado repetidamente en la última década. Pero siguen siendo muy pocos los enólogos y empresarios que han tomado conciencia del asunto. La mayoría ha pasado por alto las campanadas de alerta, como si nada estuviera pasando.
*HUGO SABOGAL: Editor de gastronomía de Diners.
Ilustraciones de María Camila Prieto