¿Por qué aprendemos mejor cuando nos emocionamos?

Revista Diners
El cerebro humano es una caja de pandora. Nunca logrará entender cómo es posible que recuerde ese regalo que le dieron en Navidad cuando tenía cuatro años o la letra de la canción que estaba de moda cuando usted estaba en quinto de primaria.
En cambio, esa clase de trinomio cuadrado perfecto que vio en bachillerato quedó borrada de su cerebro como si se tratase de un memoria USB a la que formatearon, y peor, se borró pocos días después de su grado del colegio.
Gracias a este fenómeno, los investigadores del MIT pasaron un año estudiando el comportamiento del cerebro de varios estudiantes universitarios con un sensor para medir la actividad eléctrica y analizaron en qué momento tenían más actividad relacionada con el verdadero aprendizaje.
Cuando los investigadores recogieron los datos sobre las tareas cotidianas de los estudiantes, hallaron que la amplitud y la frecuencia de las ondas electromagnéticas del cerebro eran prácticamente nulas a la hora de asistir a las clases magistrales. Los científicos compararon esta actividad a la hora de ver televisión e incluso a la fase inicial de relajación del sueño.
Este resultado llevó a los investigadores Nicholas C. Swenson y Rosalind W. Picard, ambos ingenieros biomédicos, a asegurar que los métodos tradicionales de enseñanza no funcionaban como antes.
“Cuando el estudiante se enfrenta a una clase magistral pasa a ser un mero receptor pasivo de la información, perjudicando su motivación y aprendizaje. Los estudiantes necesitan emocionarse para que la información fluya”, aseguró Swenson en el estudio.
Sin embargo, advierten que no significa que los profesores deban inventarse nuevas técnicas para hacer de su clase un show de entretenimiento, porque es prácticamente imposible. De hecho, también hay que dejar que el cerebro se aburra para que también fluya la creatividad.
“Los profesores pasan el 80% de las clases hablando. Si ceden un 40% de este tiempo para que participen los estudiantes, para escucharlos y entender qué es lo que les gusta permitirán optimizar lo esencial para el aprendizaje”, contó Picard.
Por otro lado, los investigadores aseguran que cada cerebro es diferente y aunque la muestra es muy pequeña para asegurar que se necesita replantear el sistema educativo, que ha funcionado desde la era de los romanos, sí aseguran que el aprendizaje se debe acompañar de emociones positivas y evitar que el estudiante se sienta fracasado por no conseguir los resultados que se esperan.
¿Entonces hay que cambiar completamente el sistema educativo?
A esta investigación se suma el experimento del profesor de física Eric Mazur de la Universidad de Harvard. Mazur gozó de una buena reputación como profesor en la universidad por una década con sus clases magistrales. Todos sus estudiantes tenían buenas calificaciones y le agradecían por su tiempo al final del semestre.
Sin embargo, Mazur encontró que a la hora de llevar a la práctica a sus estudiantes, estos mostraban grandes dificultades a la hora de plasmar el conocimiento teórico a la vida cotidiana. Por eso, decidió cambiar sus clases en las que exigía buenas calificaciones a realizar más experimentos.
En cada clase el profesor Mazur combinaba la teoría con la práctica y encontró mayor interés de sus estudiantes. Ya no se trataba de calificaciones sino de un interés genuino por poner a prueba las leyes de física que enseñaba.
En esta misma línea, la neurocientífica Anna Carballo le contó al diario El País de España que la respuesta estaba en una propuesta pedagógica diversa.
“Es imposible tener a todos los estudiantes felices con lo mismo. Pero hay que intentar repetir toda experiencia placentera para sus estudiantes, porque la uniformidad curricular es un fracaso”, aseguró Carballo.
¿Ha sentido que aprende más cuando se emociona? Cuéntenos su experiencia en el recuadro de comentarios