¿Dónde están los hombres? Mirando fútbol
Dominique Rodríguez y el psiquiatra Ricardo Aponte
Tenemos que hacer un alto en la historia y entender por qué los hombres se sienten atraídos por la extrema derecha y se rehúsan a escuchar los discursos feministas. ¿Será que se sienten amenazados por las mujeres? ¿Tal vez temen perder sus privilegios? o simplemente no quieren compartir sus privilegios.
En Diners recordamos esta columna a propósito del actual feminismo, la Copa América, el sexo y las condiciones sociales de los hombres para estar al borde de simpatizar con la ultraderecha del mundo.
¿Dónde están los hombres?
–Viendo fútbol.
Estaba sentada esperando en un lobby. Salieron un par de tipos del ascensor. Grandotes, hablando duro, como en manada. Cerveza en mano, camisetas de la Selección Colombia forradas sobre sus cuerpos blandos. Felices. Nada podría haberles ofrecido la vida como un mejor momento en ese instante.
Estar en una sala de redacción –o en un pub o en una tienda con tele grande– durante un Mundial, o incluso en los partidos de la Copa América –y la Champions League, la Copa Libertadores o tantos más–, produce un efecto similar. A los hombres les basta con eso. El mundo se puede caer y nada, absolutamente nada, los despegará de la pantalla, a la que se quieren devorar en sobresaltos tras un buen pase, un corner o un amague de gol.
“A mí, el fútbol es de lejos lo que más me gusta, por encima del sexo, de viajar, de escribir, de todo. Yo sacrifiqué cosas de fútbol para estar con una novia a la que le sabía a mierda, pero si la sientas y le preguntas, te va a decir que yo ponía el fútbol por encima de ella. Es una cuestión de ver la vida. Salvo por necesidad física, económica o social, los hombres van a estar siempre en orillas diferentes”, cuenta Adolfo Zableh, nuestro columnista invitado, quien dijo que no les pidiéramos tanto, que en realidad los hombres eran tan básicos como este goce que nos resulta ininteligible a las mujeres. Ya veremos qué nos contesta desde su columna.
Así de simple…
Que no lo es tanto. Si se mira con lupa, es de los pocos terrenos que les son todavía propios. Que no ha sido invadido por las mujeres. Ese lugar de la estrategia, la fuerza, la resistencia, la suerte, la camaradería, la rivalidad y hasta la belleza que les es suyo. Con un ingrediente adicional: allí, for a change, ninguna mujer cumple absolutamente ningún rol (ok, están las árbitros y juezas de línea, pero no son protagonistas durante el partido).
El marido de una amiga tiene reservados los martes para ir a jugar fútbol 5 con los amigotes. Es inmodificable. El de otra, se junta una vez a la semana con los amigos del colegio para tomar cerveza, ver partidos, jugar a las cartas y reírse.
El sexo, el fútbol y los hombres
De vivir en un rol pasivo en la cama, hoy, la mujer propone, lidera. Se convirtió en la mujer fálica. Esto, por muy liberador y excitante que suene, ha afectado a más de un hombre (coincide temporalmente con la popularización del viagra y con la exposición de una enfermedad como la impotencia sexual).
Algunos lo califican directamente: “Es castrante”. Otro cuenta que ha podido detectar que cuando es él quien lleva el leading role del conquistar, besar, acariciar y penetrar, funciona muy bien en la cama, pero que cuando es su pareja la que empieza, se bloquea y muchas veces no lo logra. “Me cuesta trabajo cuando me buscan, porque me siento sumiso en el rol pasivo. Cuando me pasa esto, hasta cierto punto logro entender cuando las mujeres se quejan de sentirse usadas”.
Un tercero, casado con un mujerón, de esas que se llevan las miradas, hablan y son el centro de atención, de repente empezó a perder el deseo. Luego de un tiempo, él detectó que estaba intimidado por esta bomba de mujer. El efecto que producía en la mesa, el de acapararlo todo, llegó a la recámara. Solo después de trabajarlo, hablarlo y entenderlo, lo pudo superar.
Esto tiene implicaciones profundas, metidas en lo más hondo del inconsciente…
Las consecuencias médicas –disfunciones, eyaculación precoz y demás– son apenas una pata de la mesa, que se pueden ir completando si se mira con mayor detenimiento lo que pasa en la cabeza. Se vuelven masturbadores compulsivos, strauss-kahnes adictos al sexo, que no logran saciar ni sentirse saciados. O “termina uno no queriendo ni tener sexo con esa persona. Cuando uno discute y hay tanto roce con tu pareja ya no dan ganas de buscarla ni de tener contacto físico con ella, al final, es físico miedo lo que se siente y uno deja de ser el cavernícola que dispone y la coge del pelo y le dice estoy arrecho”, explica otro.
Ese miedo también se traduce en que las relaciones dejaron de ser infinitas; ya no es cuestión de que el que está cansado se pegue una escapada de cuando en cuando (además, ya ni la infidelidad es solo suya).
Hoy, si la cosa no funciona, está el adiós, sin escarmiento social. Y, muchas veces, aunque sea él quien quiere irse de allí, se queda, por comodidad, porque volver a empezar es duro, y es ella a la que no le tiembla la voz para decir no más, pues ya tiene con qué. Perdieron el control de eso que los define como hombres, ser la cabeza de familia. Ese sentimiento de lo efímero está allí, latente. Impidiendo. Afectando el día a día.
Hombres sin rol específico
También pasa que cuando se desdibujan los roles –al final, de eso estamos hablando–, muchos llevan a otro extremo el círculo de pasividad al que han entrado, buscando hombres para que los penetren.
Sienten esa necesidad de la posesión, que es lo que los define como machos y que, quizá, han perdido en sus propias relaciones. O el proveedor dejó de ser él para convertirse en ella, afectando en algún punto esa noción de masculinidad tan arraigada, al sentir que dejaron de causarles orgullo a sus parejas. “¿Y a nosotros qué nos quedó? ¿Aprender a cambiar pañales? No pues, qué delicia”, reclama un esposo.
Pero ser soltero no resulta mucho más fácil…
Claro que salen más porque están buscando y así vayan a un bar y no levanten nada, la idea o la promesa de sexo está allí, así no se llegue al acto sexual como tal. Pero pasa, y mucho, que el que está solo a veces es visto como “el querido, el mejor amigo, el que es divino pero no me inspira ni un mal pensamiento”.
¿Cuántas veces no ha oído el cuento de que ella se metió con el más malo, o a ella misma diciendo que el que la consiente y está pendiente… pues no le produce nada? Hace poco hubo revuelo en Twitter por una foto de Robert Downey Jr., el iron man que ha pasado al hall de la fama por alcohólico, drogadicto rehabilitado, encarcelado, adicto al sexo, en fin, una lacra; pero había una foto que las estaba volviendo locas en las redes.
“Creo que las mujeres toman episodios o aspectos específicos, los meten en una bolsa, la revuelven y dicen ESTE es el hombre. Pero esos son fragmentos de un hombre. Eso no existe. El mundo está lleno de mujeres que no disfrutan del sexo, de tipos que la tienen chiquita, eyaculadores precoces, llenos de traumas de la infancia”, explica otro de los entrevistados.
¿Hablamos de desencuentro entre el hombre y la mujer?
Sí. Hay una profunda falta de diálogo que se está traduciendo en patologías y nuevos comportamientos. Comunidades de divorciados, eternos Peter Pan, “solteros casados”, esos que viven en pareja pero no están con ella, que viven un formalismo que los define como socios y padres, pero donde el erotismo ya no hace parte del juego (dirán que son todos y esto qué tiene de malo, pero esa es la queja).
Hombres que todavía no les cabe la petición de una mujer que les dice a mí no me mantenga, solo deme la certeza de que me quiere. “Todos se volvieron gays”, dicen algunos aterrados. Cada día salen más casados del clóset que, de repente, deciden separarse e iniciar una vida con una persona del mismo sexo.
O jovencitos y jovencitas que se besan los unos con los otros, y viceversa. Será por la empatía del ser idénticos, porque, ante la imposibilidad de no ser comprendido –ya no tolerable por la impaciencia de los tiempos–, de no sentir que entienden su cuerpo, sus angustias, sus ritmos, se terminan juntando con alguien igual. Muchos por amor, otros por soledad, por el desespero de sus propias vidas. Por intentar dar un giro radical. Por un tiempo. Por explorar. En ese punto estamos, inestable para muchos, frívolo, quizá más real de lo que estamos dispuestos a asumir.
La vanidad de los hombres se desvanece
Bigotudos, pelo en pecho, machotes
Hippies con estilo (y plata)
Yuppies con plata y estilo (y poca gracia)
Intelectuales que no solo saben comer libros
Hombres producidos (gomina, barba modelada, la ropa perfecta)
Hombres “normales” (¿qué es eso?)
Solitarios (que al final, y en muchos casos, quieren serlo)
Nerds (que se vuelven Bill Gates)
Donjuanes que, de lo arreglados, parecen gays.
Hombres. Se desdibujaron. O se ampliaron sus categorías. Pero se están definiendo desde un espectro propuesto por las mujeres y, oh feminismo arrasador, se adaptaron a lo que ellas les pidieron que fueran.
Más masculinos o femeninos, según cómo les vaya. Muchos lo han sabido aprovechar. Otros todavía están en tránsito de entender ese complejo concepto de la autonomía. “Si ella es la que me ha escogido la ropa siempre”, dice uno.
Otro, que se separó, le respondió a un amigo que le preguntó si no se iba a bañar: ¿para quién? Lo cierto es que, en el universo de la competencia, si bien el hombre está cuidándose más, lo hace regresando a lo más básico de Freud: principalmente, para conquistar a las mujeres.
Hasta que estalla lo que nos diferencia:
–Me voy a afeitar, no me aguanto esta barba.
–No lo hagas.
–Pero si es que me pica, me incomoda, me siento cochino, necesito liberarme de ella.
–No lo hagas.
–¡Pero si crece en dos días!
–Ese no es el punto.
–¿Entonces cuál es?
–¿Cómo es posible que no puedas hacer un sacrificio por alguien a quien tú le gustas y que te lo pide?
–¿¿¿¿¿?????
“Lo que hace a las mujeres tan fascinantes es su equilibrio entre la sensatez y la demencia, salen con unas genialidades increíbles y el hecho de parir hijos, criar hijos y volverse tan productivas como los hombres, habla de ellas superbién, demuestra que son seres muy capaces, pero al mismo tiempo salen con unas cosas que me hacen pensar que no entiendo en lo absoluto la lógica femenina”, concluye un hombre, que se parece a tantos, que piensa como tantos y que intenta que no le afecte que le hayan corrido la butaca esta manada de mujeres incomprensibles que, por más iguales que se crean (por fortuna), nunca lo serán.
El proveedor dejó de ser él para convertirse en ella, afectando en algún punto esa noción de masculinidad tan arraigada, y que las hace sentir que perdieron la admiración de sus parejas.