¿Cómo cambia el cerebro cuando estamos orando o meditando?

El cerebro cambia cuando estamos orando o meditando. Por años, los científicos más renombrados han estudiado las creencias y han hallado cosas que solo la fe puede explicar.
 
¿Cómo cambia el cerebro cuando estamos orando o meditando?
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Ángela Posada-Swafford

La búsqueda de una razón que explique el sentimiento religioso entre los seres humanos es una empresa científica que tiene menos de dos décadas. Muchos especialistas piensan que es el cableado de nuestro cerebro el que nos hace propensos a seguir una religión. Pero, ¿realmente cambia el cerebro cuando estamos orando?

Sin embargo, algunos científicos que se hacen llamar neuroteólogos –corriente que no ha estado exenta de controversia– piensan que reducirlo a ello, sería un poco limitado.

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Y aunque, por definición, la ciencia busca contestar respuestas desde la razón, lo cierto es que la pregunta sobre qué nos hace sentir fe aún está lejos de tener una respuesta clara.

El rompecabezas científico

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El debate es tan complejo que para Steven Pinker, psicólogo y neurolingüista de Harvard, la religión es como un gran rompecabezas científico por la inmensa variación de sus manifestaciones humanas.

Esto no les cae en gracia a los científicos más radicales –usualmente agnósticos y muchos de ellos ateos– quienes abanderados por el biólogo evolutivo y profesor de Oxford Richard Dawkins, consideran que la creencia ciega en un ser sobrenatural evita el progreso de la ciencia y evade la responsabilidad de explicar el mundo.

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“La religión es la causa de todos los males. Como un virus que infecta a los niños, la fe religiosa se encarga de llenarles la cabeza con ideas absurdas sobre el infierno”, dijo Dawkins alguna vez en una entrevista y no lo ha dejado de repetir.

Otro respetado científico está en el lado opuesto de la ecuación. Se trata de Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, un genetista que a los 27 años pasó de ser ateo a cristiano furibundo.

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Para él no existe ningún antagonismo entre ciencia y religión. “La elegancia y la complejidad del genoma humano son la prueba irrefutable de un creador –ha dicho–. La ciencia explora el mundo natural, y la fe, el mundo sobrenatural.

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Si voy a estudiar genética, usaré la ciencia. Si pretendo estudiar el amor de Dios, ahí entra la fe. Tenemos la oportunidad de practicar la ciencia como una forma de adoración, la oportunidad de ver a Dios como el científico supremo”.

Las preguntas sobre Dios

Para los neuroteólogos, la espiritualidad tiene una base neurológica y evolutiva y su objetivo es descubrir algún patrón cerebral que genere el sentimiento de estar en presencia divina. Algunos quieren hallar las bases fisiológicas y biológicas que nos podrían impulsar a tener fe, a creer en Dios.

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Otros como los neurofisiólogos –entre ellos el colombiano Rodolfo Llinás– buscan las bases biológicas de la conciencia. Todos ellos quieren saber si hay alguna cascada de reacciones químicas que se produzcan en el cerebro y que puedan ser responsables de lo que llamamos “creer”.

En ese sentido, es particularmente controversial el neurocientífico canadiense de la Laurentian University Michael Persinger, creador del llamado “casco de Dios”, un aparato diseñado originalmente para estudiar las reacciones del cerebro ante la estimulación de los lóbulos temporal y parietal.

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El cerebro sí cambia cuando oramos o meditamos

En las sesiones de la investigación de Persinger, un 80 % de los participantes –la mayoría estudiantes suyos– manifestó sentir la presencia de otros seres, “sentir a Dios”, o “la presencia de un ángel”, lo que llevó al científico a hablar de una correlación entre la irrupción de la comunicación entre los dos hemisferios del cerebro y la percepción de experiencias de tipo paranormal, como la sensación de otras vidas o la presencia de seres inmateriales.

Las conclusiones de su estudio, sin embargo, quedaron en entredicho al no poder ser replicadas por otros científicos y sus resultados fueron considerados no concluyentes.

Otro investigador interesado en el tema, Andrew Newberg, de la Universidad de Pensilvania, ha explorado los cerebros de monjes tibetanos en plena meditación. Poniendo a los religiosos bajo un escáner, ha demostrado que la oración y la meditación cambian físicamente el cerebro en el transcurso del tiempo.

Según él, durante la oración se produce un descenso marcado de la actividad en los lóbulos parietales, la región del cerebro encargada del procesamiento de la información sensorial y de su interpretación. Así, cuando esos lóbulos están inactivos, “se da lugar a percepciones espaciales anormales y se posibilita la experiencia mística”.

En Estocolmo, el psiquiatra del Instituto Karolinska, Lars Farde, ha trabajado en otro aspecto. Para él la pregunta clave es si la creencia en un ser superior tiene un fundamento químico.

Estudiando los niveles de la hormona serotonina y su relación con la depresión y la ansiedad, Farde halló que existe una correlación entre uno de los receptores de la serotonina (el llamado 5-HT1A) y la espiritualidad de las personas. Mientras más bajo es el nivel de este receptor, más alta es la espiritualidad de la persona.

Chamanes y drogas alucinógenas

Si esto es así, ¿podrían también inducirse visiones místicas ingiriendo sustancias tales como los “hongos sagrados” y demás drogas alucinógenas usadas desde hace milenios por hechiceros y chamanes?

En un estudio de la Universidad de Johns Hopkins con 36 voluntarios que ingirieron controladamente varias dosis de psilocibina (un alcaloide parecido a la serotonina, presente en varias especies de hongos), el 61 % de los participantes declaró haber tenido experiencias místicas.

Teniendo en cuenta todas estas relaciones físicas, ¿podríamos pensar que estamos programados para creer? Durante mucho tiempo los psicólogos pensaban que la religión era una consecuencia de la socialización, es decir que uno creía por influencia del entorno.

Ahora, dice Newberg, “algunas personas han encontrado que mis investigaciones les abren una puerta para pensar en lo espiritual, pero de forma biológica”.

Medicina y milagros

En ese sentido, el genetista estadounidense Dean Hammer afirmó haber encontrado “el gen de Dios”.

Según su hipótesis, la espiritualidad puede ser cuantificada por medidas psicométricas, y la tendencia a ser espirituales es heredable gracias al gen VMAT2.

Este tiene que ver con la producción de ciertos neurotransmisores llamados monoaminas. Los cuales están fuertemente asociados a las emociones y presentes en mayor proporción en aquellas personas con mayor tendencia a la espiritualidad.

A pesar de las diversas hipótesis surgidas y las controversias suscitadas. El debate sobre el tema apenas comienza y la posibilidad de llegar a resultados concluyentes es lejana.

A fin de cuentas históricamente la humanidad ha deambulado entre la tabla periódica y las Sagradas Escrituras. Somos una civilización que le rinde culto a la fe. Al mismo tiempo que honra a la ciencia y al final queremos tenerlo todo: medicinas y milagros.

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febrero
24 / 2022