Guadalupe, un pueblo en Santander cargado de historia y lugares por descubrir

Revista Diners
Enclavado en la provincia Comunera, entre montañas verdes y cielos amplios, Guadalupe es uno de esos destinos que guardan más que belleza: conservan historia viva. Aunque hoy sea reconocido por sus piscinas naturales de piedra rojiza y sus balnearios al aire libre, este pueblo santandereano tiene una memoria que se remonta a los siglos de la Colonia y al pulso mismo de las guerras por la independencia.
En el corazón de Santander, rodeado de montañas y silencio, la historia no se guarda en los libros, sino en las calles, las piedras y las voces de sus habitantes. Guadalupe, fundado en 1715 por el español José Camacho Sabidos, es más que un destino turístico: es un escenario vivo donde ocurrieron hechos que definieron el rumbo del país.
Fue uno de esos pueblos valientes que, en 1781, se levantó contra el poder colonial. Tres guadalupanos —Ignacio de la Peñuela, Javier de Zárate y Juan Esteban Camacho— fueron parte del comando rebelde de la Revolución de los Comuneros, un alzamiento popular que encendió las tierras santandereanas y sembró la semilla de la independencia.
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El tratado de Guadalupe
Décadas más tarde, en febrero de 1812, este mismo pueblo fue elegido como sede para un evento inédito: la firma del Tratado de Guadalupe. “Es la única población en Colombia donde se ha firmado un tratado entre dos naciones”, afirma Marco Antonio Franco Pinzón, autor de la compilación histórica de estos nueve hitos. “Ni Bogotá, ni Cartagena, ni Pasto han sido escenario de algo así”.
Durante la época conocida como la “patria boba” de 1810 a 1816, varias regiones del de la Nueva Granada -entre ellas Cundinamarca y El Socorro- se declararon estados soberanos, con su propia constitución política, su presidente y su ejército. Al mismo tiempo se generó la primera polarización nacional, sobre cual tipo de gobierno implementar, si centralista o federalista. El presidente de Cundinamarca, Antonio Nariño quien lideraba el movimiento pro-centralista, envió a su ejército a combatir al del Socorro, cuyo presidente Lorenzo Plata co-lideraba el movimiento pro-federalista, llevándose a cabo la batalla en Saboyá.
Los socorranos perdieron la batalla, y en consecuencia le tocó a su presidente enviar dos emisarios a Guadalupe a firmar un tratado de rendición y adhesión ante el Estado de Cundinamarca. Mediante ese tratado, llegó a su fin la existencia de solo 17 meses del Estado del Socorro.
. “Es bien conocido que los tratados los firman para terminar guerras, definir fronteras, acordar temas ambientales en común entre países… Eso ocurrió aquí, en pleno centro de Colombia”, explica Franco Pinzón.
Pero los años que siguieron no serían fáciles. En 1816 llegó el general Pablo Morillo, conocido como “el Pacificador”, quien hizo noche en el pueblo durante su campaña de represión. Fue apenas una escala en una época de sangre y resistencia. Porque mientras el ejército español intentaba apagar los focos de rebelión, los pueblos de la región —entre ellos Guadalupe— sostenían la lucha con guerrillas formadas por campesinos y artesanos, armados de valor y machetes.

En ese contexto sombrío, tres mujeres guadalupanas —Agustina Mejía, Leonarda Carreño y María del Tránsito Vargas— fueron fusiladas por apoyar la causa libertadora. Su sacrificio sigue siendo un eco en la memoria colectiva del municipio.
La guerra llegó de nuevo a las calles de Guadalupe en abril de 1819, cuando 400 patriotas se enfrentaron a 150 soldados realistas en la Batalla del Zapatón. Fue una antesala de la gran victoria en el Puente de Boyacá, solo tres meses después.
En esos años turbulentos, un visitante ilustre pasó por el pueblo: Simón Bolívar. El Libertador estuvo al menos cinco veces entre 1819 y 1828, y pernoctó siete noches en sus casas de bahareque, confiando en el abrigo y la lealtad de los guadalupanos. “Por aquí pasó Bolívar, y hay piedras que lo certifican. Eso lo sabíamos. Pero otros episodios estaban completamente olvidados”, recuerda Franco Pinzón.
La última gran sacudida histórica llegó en 1902, durante la Guerra de los Mil Días. Guadalupe volvió a ser campo de batalla, esta vez en El Palmito, donde cuatro oficiales locales —los generales Alejandro Mendoza, Francisco Franco, Valois Santos y el coronel Emilio Mendoza— defendieron su tierra con las armas.
Más alla de la historia de Guadalupe
Cada uno de estos episodios —nueve en total— es una joya tallada en la historia del pueblo. No en mármol ni en bronce, sino en la memoria de una comunidad que, sin aspavientos, sigue honrando su pasado. “Leí alrededor de 45 libros para encontrar referencias, a veces breves, de una línea, sobre Guadalupe. Cinco de los hechos que encontré eran totalmente desconocidos incluso para los propios guadalupanos”, cuenta Franco Pinzón, quien decidió compilar la información en un documento breve titulado “Guadalupe (S) en la historia de Colombia”..

Guadalupe no solo ha sido tierra de insurgencias, tratados, héroes y heroínas. También ha cultivado una fuerte tradición religiosa. Desde su fundación en 1715 se formalizó la devoción a la virgen Nuestra Señora de Guadalupe de Extremadura (España), conocida también como de Moguer. Y a partir de 1924, a la virgen morena de Nuestra Señora de Guadalupe de México, “la guadalupana”, cuya devoción continúa extendiéndose. Su iglesia ya tiene categoría de Santuario y es el corazón espiritual del municipio.
Por si fuera poco, desde el año 2022, los guadalupeños levantaron una moderna capilla y una enorme plazoleta en piedra en un cerro cercano en emulación del Cerro del Tepeyac de Ciudad de México. Cada 12 de diciembre, miles de peregrinos celebran allí a la Virgen Morena.
Y mas allá de la historia y la fe, la naturaleza también tiene su altar. La quebrada Las Gachas con sus sorprendentes jacuzzis naturales en una laja de piedra rojiza, es uno de los paisajes mas fotografiados del departamento. Sus caminos ecológicos, miradores y charcos invitan a la contemplación y el descanso.
Hoy, quienes llegan a Guadalupe lo hacen atraídos por sus pozos y jacuzzis naturales como los de Las Gachas y La Gloria, por sus cuevas, o por la devoción a la Virgen de Guadalupe celebrada cada diciembre con fervor. Pero basta con detenerse en la plaza principal o conversar con los mayores del lugar para descubrir que este no es un destino cualquiera: es un territorio que ha sabido resistir, pactar, rebelarse, llorar y renacer. Y que guarda, como un cofre abierto al viajero curioso, las joyas que lo hacen único en la historia de Colombia.