Cuando la luna llena sale en los Montes de María

Diners recorrió los Montes de María en la zona del departamento de Sucre, un territorio que hace unos años era casi imposible visitar por el conflicto armado. Hoy, es un destino turístico de naturaleza y cultural como pocos.
 
Cuando la luna llena sale en los Montes de María
Foto: Camilo Medina Noy
POR: 
Simón Granja Matias

“Llegó la lancha”, grita alguien desde la orilla del mar. Salgo corriendo, salto y me embarco. Cerca, solo se ve el reflejo en las olas de las casas de luz de Rincón del Mar, y a lo lejos, unas luces de alguno que otro barco y de isla Palma. De resto, es oscuro. El lanchero, Osman Ocón, prende el motor y arranca a toda velocidad. “Tenemos que irnos rápido, para llegar antes de que salga la luna”, dice.

Sin embargo, la velocidad de la lancha de Osman no es suficiente y detrás de una nube se comienza a mostrar la luna llena. Miro al cielo en busca de más nubes que nos puedan ayudar, pero el satélite sale completo a espaldas del lanchero. “¿Cuándo es el momento ideal para ver la chispa de mar?”, le pregunto a gritos, y me contesta: “Cuando no hay luna llena”. “Maldita suerte la mía”, pienso. Solo tengo esta noche y este es, sin duda, uno de los principales atractivos de Rincón del Mar. Necesito la cereza del pastel, ese último destello de la majestuosidad de la naturaleza de este territorio que me ha sorprendido gratamente. Necesito flotar en la chispa de mar.

Mientras la lancha avanza, el sonido del mar me trae las imágenes de todo lo que he visto en estos cuatro días recorriendo los Montes de María.

Foto Camilo Medina Noy

Titíes cabeciblancos

El polvo se levanta a medida que dejamos atrás el piedemonte de los Montes de María, y mientras nos adentramos en las montañas para llegar a Colosó, aparecen letreros en los que se leen las palabras “Territorio de paz” y luego se empiezan a divisar las primeras casas vernáculas, hechas con tablas de madera. En la entrada del pueblo nos recibe don Álvaro Sulbarán Arrieta, miembro de Onné Coloso, una organización vinculada al cabildo indígena de la vereda La Esmeralda.

Don Álvaro es una enciclopedia de su territorio y responde con precisión cualquier pregunta que se le haga, citando fechas, nombres y anécdotas curiosas; habla y camina con rapidez, siempre acompañado de un bastón de mando, un sombrero vueltiao y un poncho sobre el hombro.

“Colosó es reconocido por su patrimonio arquitectónico vernáculo, un legado que se consolidó a partir del mestizaje, hacia finales del siglo XIX”, explica mientras recorremos el pueblo. Siguiendo por esa misma vía llegamos a la iglesia, una edificación blanca de madera, otra evidencia vernácula.

“Vamos a refrescarnos”, dice don Álvaro. Nos subimos al carro y el recorrido continúa hacia las piscinas naturales de la reserva forestal Serranía de Coraza. Aquí, los árboles filtran la luz del sol y crean un ambiente fresco y sereno, en tanto que el fluir del agua cristalina deja ver pequeños peces y las piedras del fondo del arroyo.

Foto Camilo Medina Noy

“A veces es posible ver titíes cabeciblancos por aquí, pero suelen ser muy esquivos”, comenta Álvaro, y no ha terminado de decir esto cuando una familia de estos pequeños primates aparece entre los árboles, saltando de rama en rama. Nos quedamos en silencio. Estos animales están en peligro de extinción crítico, y la deforestación del bosque es el principal riesgo que enfrenta esta especie endémica de estas tierras.

Don Álvaro, además de ser guía turístico, es poeta. Se para en medio del río, al lado de una caída de agua donde nos bañamos y empieza a recitar sus poemas. Su voz se pierde entre el sonido del agua, de las aves, de los grillos, de las chicharras. O más bien, su voz se une a ellas.

(Estos son los humedales más hermosos e imponentes de Colombia)

Chalán, en lo alto

Nos adentramos más entre los Montes de María y finalmente arribamos a Chalán. Quienes llegan hasta acá lo hacen porque tienen que venir, es decir, este pueblo queda en la vía a nada. Es un punto final en el camino. A esto se suma que, durante muchos años, nadie quería venir acá por su historia de violencia, ya que es uno de los tantos pueblos de este país que sufrió de primera mano la guerra y en el que desde todos los frentes se rodeó con fusiles a la población civil. Sin embargo, de esa guerra hoy solo quedan recuerdos.

En las paredes ya no se ven marcas de bala, sino murales que representan la historia de sus habitantes. Por ejemplo, en la entrada hay una casa con flores y un mural de una mujer gaitera acompañada de un poema: “Si como diosa tocas la gaita y tu melodía se vuelve un son, así suenan en mi pecho bellos latidos del corazón (…)”.

Foto Camilo Medina Noy

Diego Andrés Muñoz es el responsable de ese poema, así como de otros tantos que acompañan los murales que adornan las calles de este pueblo; es él quien nos guía, pues forma parte del Colectivo El Bonche, un grupo de jóvenes que buscan cambiar la imagen de Montes de María desde el arte y la herencia cultural del territorio.

“¿Listo para subir?”, pregunta Jair Armando Beltrán, representante de Excursiones Montes de María, una organización dedicada a promover el turismo en este territorio. Y la pregunta se debe a que vamos a hacer una caminata por El Espejo, una de las montañas que rodean el pueblo de Chalán, con miras a llegar al mirador. Es un camino muy bien organizado, con señalización y con puntos de descanso, hasta que llegamos a la cima, donde se encuentra un letrero en letras grandes, como en Hollywood: “CHALÁN”. Desde este punto se puede observar todo el pueblo, y más allá se ve cómo se elevan los montes.

Cae el sol, y como un contrapeso, empieza a salir la luna llena. Su luz remplaza la del sol y se extiende por los Montes de María. Acompañados por el satélite y por el sonido de los grillos, descendemos hasta el pueblo, donde nos espera pato ahumado acompañado de arroz con café, patacones y ensalada de aguacate y tomate. ¿Para qué más?

Adentro y encima de la montaña

Nos bajamos del carro en La Piche, corregimiento de Toluviejo, y comenzamos a caminar. Al lado de la vía se ven algunos talleres donde cortan y pulen piedra caliza, y alrededor hay varias canteras, culpables de que hayan devastado la montaña. Luego pasamos por potreros que se empiezan a ver cubiertos de árboles, como revirtiendo la tendencia. Nos estamos adentrando en el Ecoparque Roca Madre, una reserva del bosque seco tropical, justamente, uno de los ecosistemas más amenazados en Colombia.

Se forma un arco de árboles a nuestro alrededor. De repente, damos un giro brusco, saltamos un muro y nos salimos del camino; comienza la aventura. Estamos en un cañón, así que a lado y lado se levantan paredes cubiertas por vegetación y árboles que desafían la gravedad.

Cada vez se escucha más fuerte el sonido de la caída de agua, hasta que por fin llegamos a ella. Allí, una manada de monos araña nos mira detenidamente desde la cima de los árboles. Los machos nos retan moviendo las ramas y gritando.


“Para arriba”, dice el guía. Me ponen un arnés, me meto debajo del agua, cojo fuerzas y me dirijo hacia arriba. El agua no me deja respirar bien, pero no está fría, es tibia; comprendo dónde estoy y subo los diez metros que tendrá esta cascada sin mayor problema. No he terminado de entender qué acabo de escalar, cuando me dicen: “Ahora, vamos a la cueva”. Camino unos cuantos metros y nos adentramos en la montaña.

El clima es distinto, y hay unas arañas que podrían ser fácilmente el peor terror de un aracnofóbico, al igual que unos cuantos murciélagos que se sorprenden al vernos. La roca se rompe y enmarca un bosque verde por el que se filtra una luz fresca. Afuera llueve; adentro gotea.

Foto Camilo Medina Noy


Y ahora, me dicen de nuevo: “Para arriba”. “¿A dónde más?”, me pregunto. Me ponen el arnés, me amarran a un cable y me lanzan al vacío por encima del cañón. Paso a toda velocidad por encima de los árboles, y al llegar, me dicen que me suba a un cable y que cruce de regreso. Me devuelvo por un puente tibetano. Y ahora, de nuevo, me dicen que me lance de vuelta, y yo, ya resignado y acostumbrado a la adrenalina, lo hago sin miramientos.

Respiro. “¡Qué aventura!”, le digo a Samira Isaac Fadul, directora de la Fundación Roca Madre. Ella sonríe, me muestra el lugar y me cuenta que en la fundación trabajan con escuelas de la zona, donde les hablan a los niños sobre el medio ambiente, y les enseñan tradiciones musicales del territorio, al igual que a practicar deportes como el béisbol.

“Todos acá trabajamos por el territorio, por el medio ambiente”, explica, y recuerda que a esta finca venía seguido a pasar vacaciones. Sin embargo, llegó la guerra y a su abuelo lo asesinaron; doce años después, su mamá regresó para trabajar por esta tierra. “Así es como nacen el ecoparque y la fundación”, afirma. Y ahora hay niños como Jesús Guevara, que es el guardián de las aves.

Jesús es hijo de los cuidanderos del ecoparque, y a los once años de edad lo nombraron guardián de las aves. Cuenta que una vez llegaron unos biólogos a ver aves en este territorio, y él quedó encantado con el trabajo que hacían. Ellos le regalaron una cámara, y desde ahí empezó su pasión por la observación y protección del medio ambiente. “Ser guardián de las aves significa hablar siempre de la conservación, concientizar a la gente del cuidado de la naturaleza”, cuenta.

“Tenemos que irnos, se nos va a hacer tarde para llegar a Rincón del Mar”, dice Robert Sarmiento, gerente de Sunset Travel y quien ha sido nuestro guía durante todo este recorrido; además, es el encargado de organizar todas las experiencias turísticas emergentes en Sucre, en coordinación con el proyecto de Destinos Emergentes de Acotur. Bajamos por entre la montaña. “Robert, vimos cabeciblancos, monos araña, pero nos faltaron los aulladores”, le digo. Y como si la naturaleza nos escuchara, aparecen entre los árboles estos monos pelirrojos.

La chispa de mar

Llegamos al manglar. Una nube cubre la luna. En el camino a través del laberinto, Osman ilumina el paso con una linterna; lo único visible es la vegetación que nos envuelve. Una vez en la laguna, mientras avanzamos, la hélice enciende el agua.

“Aquí hay”, exclama emocionado, y después me dice: “Láncese”. Floto, muevo los brazos y el agua se ilumina con chispitas de un azul eléctrico que son diminutas algas, tan pequeñas que miles de ellas caben en una sola gota de agua, y con el movimiento se genera una reacción bioquímica que produce esta luz.

Este fenómeno, conocido también como “chispa de mar”, es más común en encontrarlo en bahías, lagunas o estuarios con mezcla de agua dulce y agua salada, entrada angosta, alto contenido de nutrientes inorgánicos y rodeados de manglares; es decir, en ecosistemas sanos, como en el caso de la Ciénaga Reserva Sanguaré, colindante con Rincón del Mar.

Foto Camilo Medina Noy

Amanece. Salen los pescadores en Rincón del Mar, un pueblo conformado por una hilera de casas que por un lado tiene este mar calmo, y por el otro, un manglar de 74 hectáreas que era un enorme botadero de basura. Sin embargo, según cuenta Anderson Tuirán Blanco, vicepresidente de la Asociación Mundo Verde, hace quince años empezaron un trabajo en la comunidad para limpiar el manglar. “Sacamos carros, neveras, colchones: un total de 400 toneladas de basura”, sentencia con cara de orgullo.

Es así como la asociación hoy trabaja por conservar este mangle, y para ello tiene un grupo de guías que llevan a los turistas por entre este ecosistema, otro de los que están en mayor riesgo del mundo. Esta vez nos guía Yoiver Suñiga. El agua es un espejo de la maraña de manglar. Después de recorrer el laberinto verde, de ver varias especies de cangrejos y aves, como la garza azul y el águila pescadora, Yoiver nos lleva hasta una finca aledaña que se ha venido convirtiendo en refugio de osos perezosos.

El primero de los osos que nos recibe es un macho joven, que nos mira desde una rama, y el juego empieza: buscar más perezosos. Alcanzamos a contar unos quince, entre hembras preñadas —algunas con bebés— y otros osos ya adultos.

Cae el sol en Rincón del Mar. Las embarcaciones llegan a la costa y las aves se esconden entre los árboles. El mar se prende de luz, mientras la luna llena se levanta detrás de los Montes de María.

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febrero
7 / 2025