Desde su origen, los cementerios han sido espacios de recogimiento, pensados para guardar silencio y despedir para siempre. Sin embargo, con el tiempo se transformaron en lugares donde el arte y la memoria se confunden con la vida de las ciudades. En ellos se leen los estilos arquitectónicos, los símbolos religiosos y los relatos personales que cada época dejó sobre la piedra. Visitar un cementerio puede ser una forma de entender la historia desde la quietud, de recorrer un museo sin vitrinas donde las esculturas y los epitafios siguen hablando por un pueblo entero. Pensando en ello, en Diners le hemos traído una selección con los cementerios más bellos y singulares del mundo que usted debería conocer, según la revista Traveler . Todos ellos sitios donde se celebra algo más que la muerte, espacios donde la memoria colectiva adoptó formas artísticas, espirituales o incluso humorísticas para recordarnos que la manera en que honramos a los muertos también revela cómo entendemos la vida. La Recoleta, Buenos Aires Foto: Mark Green / Shutterstock. En el corazón de Buenos Aires se levanta un conjunto de mausoleos que parece un barrio hecho de piedra.

La Recoleta fue inaugurada en 1822 como el primer cementerio público de la ciudad y pronto se convirtió en un espejo de su sociedad más acaudalada y uno de los lugares más costosos para ser enterrado. Las familias aristocráticas levantaron capillas y bóvedas en mármol, muchas de ellas en estilo Art Nouveau , como la de los Dorrego Ortiz, diseñada por el arquitecto francés Louis Dubois. Allí descansan figuras centrales de la historia argentina, entre ellas Eva Perón, cuyo sepulcro atrae día tras día a cientos de visitantes. La fama de La Recoleta creció también gracias a sus leyendas, como la de Rufina Cambaceres, la joven que, según el rumor, fue enterrada viva tras un ataque de catalepsia. Su estatua, esculpida frente a la puerta del mausoleo, parece dispuesta a regresar al mundo que la sepultó en cualquier momento.

Okunoin, Monte Koya Foto: Wirestock Creators / Shutterstock. Hacia el monte Koya, al sur de Osaka, se encuentra el mayor cementerio de Japón y uno de sus lugares más sagrados de este país. Okunoin forma parte del complejo monástico fundado por Kobo Daishi, maestro del budismo Shingon, cuya tumba marca el final del recorrido entre los cedros milenarios. El camino se extiende por dos kilómetros desde el puente Ichinohashi hasta la sala Torodo, donde arden miles de linternas que representan la continuidad de la vida. De hecho, la tradición oral de los alrededores dice que algunas llevan siglos encendidas. Durante la caminata aparecen mausoleos de samuráis, monjes y familias enteras, además de figuras de piedra cubiertas por musgo y ofrendas de familiares lejanos.

El silencio del bosque y el resplandor tenue de las lámparas hacen que el lugar se sienta fuera del tiempo, como si cada visitante entrara en un sueño que ya han vivido generaciones antes de ellos. Todos detalles que le valieron declararse Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2004. Père Lachaise, París Foto: Konstantin Tronin / Shutterstock. Este es, sin lugar a dudas, el cementerio más visitado de Francia y una de las postales más reconocibles de París. Fue inaugurado en 1804 y desde entonces se amplió cinco veces hasta alcanzar la extensión de un pequeño parque urbano. Sus avenidas empedradas conducen a mausoleos de todos los estilos, levantados para políticos, escritores y artistas que marcaron la historia europea. Allí reposan, entre otros, Oscar Wilde, Marcel Proust, Édith Piaf y Jim Morrison. En ese lugar, cada tumba cuenta una historia, como la de Morrison que debió ser cubierta con una capa de cristal para evitar los besos de sus fans; o el mausoleo de la baronesa Demidoff, de estilo neogótico, sobre la cuál se difundió la leyenda de una herencia que solo recibiría quien pasara un año entero junto a la difunta.

Hoy las visitas guiadas recorren el lugar como quien camina por una enciclopedia de piedra. Cementerio Monumental de Milán Foto: Claudio Giovanni Colombo / Shutterstock. En la zona norte de Milán se levanta un cementerio que parece concebido por arquitectos y escultores antes que por sepultureros. El Cementerio Monumental fue inaugurado en 1866 como un homenaje al arte funerario y desde entonces es conocido como un museo al aire libre. Por ejemplo, en su entrada se alza el Famedio, un panteón de mármol dedicado a las personalidades ilustres de la ciudad. Entre los monumentos más célebres está la tumba de la familia Campari, coronada por una reproducción en bronce de la Última Cena , y la de Antonio Bernocchi, cuya torre tallada reproduce escenas del Vía Crucis .

El recorrido se divide en áreas católica, judía y no confesional, y cada una conserva esculturas que resumen la historia estética de la ciudad industrial que fue capital del diseño antes que de la moda. No por nada es considerada el “Olimpo de los cementerios más bonitos de Europa». Cementerio Alegre de Săpânța, Rumanía Foto: trabantos / Shutterstock. Finalmente, en la región de Maramureș, al norte de Rumanía, se encuentra un cementerio que decidió celebrar la vida desde el humor y los colores de los vivos. Săpânța es conocido popularmente como el Cementerio Alegre, un camposanto que nació de la iniciativa del tallador Stan Ioan Pătraș, quien en la década de 1930 comenzó a esculpir cruces de madera azul con retratos y epitafios en verso. Sus lápidas cuentan todo tipo de historias, a veces con ironía, otras con ternura, pero siempre con detalles curiosos como grabados o retratos dibujados que describen cómo vivió la persona que yace debajo. El resultado es un conjunto de más de ochocientas cruces pintadas a mano -generalmente azules- que narran la memoria del pueblo sin solemnidad. Las escenas cotidianas, los animales, las herramientas y los colores vivos transformaron este lugar en una expresión de arte popular reconocida en todo el mundo, así como un atractivo turístico que cada año atrae a nuevos visitantes. También le puede interesar: ¿Ya lo conocía? Este es el pueblo más bonito del mundo, según Forbes