Así era el espionaje digital de los años 70

Humberto Kinjo
Publicado originalmente en Revista Diners No. 96 de marzo de 1978
Hace tres años, en Estados Unidos, los altos ejecutivos de una compañía minera del carbón fueron citados para una junta de urgencia, ante la gravedad de la llamada crisis energética.
Uno a uno fue entrando al vagón especial de invitados a quitarse la ropa, antes de oír, solamente en calzoncillos, los informes confidenciales sobre la situación de la empresa. Durante todo el tiempo que demoró la junta, el vagón estuvo en permanente movimiento para evitar un posible micrófono universal, como el empleado por la KGB soviética para oír las conversaciones – en la embajada de los Estados Unidos en Moscú, desde unos 50 metros de distancia.
Un año después, en Río de Janeiro, los 120 mayores fabricantes de calzado de Brasil participaron en la Convención Nacional sin salir de sus piezas en el elegante Hotel Nacional. A través de circuitos cerrados de televisión mostraban sus productos solo a compradores debidamente identificados y acreditados.
Un periódico bonaerense informó recientemente: “Políticos y grandes empresarios están comprando palomas mensajeras, en un intento de lograr recaderos más leales que las ondas hertzianas y los alambres telefónicos”.
Mientras tanto, en Estados Unidos los ejecutivos estudian la contratación de empleados de bajo coeficiente intelectual, pero fieles como perros, para memorizar sus mensajes confidenciales y transmitirlos posteriormente a los debidos receptores.
La enfermedad
Después del caso Watergate, que produjo la renuncia de Richard Nixon, el miedo a los micrófonos ocultos ha desatado una epidemia paranoica en algunos países. “Se trata de una consecuencia de la tecnología triunfante; era inevitable que, día más, día menos, los estadounidenses volviéramos contra nosotros mismos los impresionantes recursos científicos de que disponemos desde 1948 para espiar al resto del mundo”, afirma Andrew St. George, experto en operaciones americanas clandestinas en países de idiomas ibéricos.
“El éxito del espionaje doméstico, demostrado en Watergate, prueba que los Estados Unidos están hoy haciendo una especie de expiación de sus planetarios complejos de culpa. Sufriendo en casa, los americanos estaríamos inconscientemente buscando pagar, en la misma moneda -de inseguridad psicológica- con que hemos forzado a negociar al mundo por tantos años de amenazas apocalípticas”, cree Mary McCarthy, musa de la contra cultura, consagrada en la década pasada.
“Consultando a 238 altos ejecutivos si ellos serían capaces de apartarse de la ética, como los involucrados en el caso Watergate, para proteger los intereses de sus empresas, tres de cada cinco de ellos (143 en total) me dijeron creer que sus subordinados demostrarían lealtad aun cuando tuvieran que rehuir toda ética.
Respecto a las contribuciones ilegales para la elección de Nixon, la mayoría de los encuestados declaró que ellas eran la faz doméstica de la misma moneda que, intencionalmente, es usada para los sobornos que, en general, hacen parte de los presupuestos de los contratos multinacionales”, explica Archie Carroll, profesor de la Universidad de Georgia.
La chinche
La enfermedad de los hugs (palabra americana para “abejorro”, “ Sabandija” o “chinche” y para “escucha clandestina”, así como bugged es el modismo que significa preocupado, angustiado por lo desconocido) ya hace parte de los hábitos de los Estados Unidos de hoy.
Al principio hizo parte de la técnica empleada por los espías durante la guerra fría; luego sirvió al espionaje industrial, trabajo que explicaría, según muchos observadores, el impresionante y rápido desarrollo japonés y de la China comunista.
Pero hoy ya es inherente a las cuestiones domésticas. La justicia de los EE UU., por ejemplo, ha sentado jurisprudencia respecto a los maridos que en el proceso de divorcio emplean micrófonos ocultos en el teléfono.
Al fin y al cabo, ellos tienen derecho a instalar las chinches -los diminutos transmisores espías- en sus propios teléfonos… ¿o no? Pero, para los que no estén en condiciones de proceder así, los expertos ya tienen otro remedio: usar, como las mamás, la alarma para bebés, pequeño aparato que transmite el llanto infantil a la cocina o al comedor. Se puede instalar en todas las piezas de la casa, sobre todo en las que se dispone de enchufes para teléfonos…
El contagio
En verdad, nunca fue tan fácil espiar u oír las conversaciones ajenas. La electrónica ha producido aparatos de escucha cada vez más perfectos, contra los cuales hay otros destinados a detectarlos o impedir su acción. Porque las leyes son pura teoría.
En Estados Unidos por ejemplo, desde 1968 es prohibido por la ley federal hacer publicidad de dispositivos para escucha a distancia. Pero nada impide que los fabricantes exhiban catálogos que digan: “Este folleto está siendo mostrado sin ninguna intención de solicitar compras”.
Y en Colombia, sin catálogos y sin leyes al respecto, cualquiera que se acerque a los llamados “Sanandresitos”, podrá comprar aparatos de $500 (micrófono inalámbrico, para escucha en frecuencia modulada) hasta de $18.000 (micrófono inalámbrico con recepción parabólica en grabadora).
Y, por supuesto, el contagio de las chinches no se reduce a América del Norte o Europa. El presidente Anwar al – Sadat, de Egipto, fue el más pródigo cliente de uno de los más avanzados abastecedores, Martin L. Káiser. (De paso, es curioso recordar la célebre hazaña Israelí en la Guerra de 1967, cuando los judíos lograron inutilizar un portentoso radar soviético instalado en territorio egipcio).
Entre las cosas que más impresionaron a Sadat están unas pequeñas maravillas fabricadas por Káiser, como el dispositivo secreto que apaga a distancia el motor de un carro sospechoso, la alarma visual contra visitantes que portan chinches, y una chinche telefónica imposible de detectarse.
Pero, pese a los impresionantes incentivos oficiales norteamericanos, es Suiza el país que produce las chinches más perfectas y más pequeñas del mundo. La Technique Sécurité Développement de Ginebra, por ejemplo, experimenta un aparato de escucha de cinco por cuatro milímetros.
El problema que enfrenta es el de la duración de la batería, de apenas cuatro horas. Pero, se estudia la idea de Lee Tracey: instalarlo, Por ejemplo, en una calculadora electrónica, que sería regalada a los “amigos” de la competencia que se desea espiar.
Según la T. Securitè, es muy natural que el regalo sea llevado a las mesas de conferencias, y, lo mejor de todo, es la propia víctima la que suministra la energía, recargando la batería de la calculadora. Este “caballo de Troya” no saldría muy caro: unos 17 mil pesos.
La terapia
El mejor escondite para las chinches sigue siendo el teléfono con sistemas para oír, tanto conversaciones ajenas como para captar charlas mantenidas alrededor de donde esté el aparato. Toda persona prudente nunca habla en Estados Unidos de asuntos confidenciales por o cerca a un teléfono. Es un gran traidor, aún colgado.
Como se sabe que las anti-chinches no siempre son eficientes y los técnicos que se proclaman expertos en detectarlas no siempre son completamente confiables (el periodista Jack Anderson, que se volvió famoso al publicar documentos del Pentágono, sin que nadie se explique hasta ahora cómo los pudo haber obtenido, descubrió que Sal Ferrera, viejo y consagrado experto en detectar chinches instaladas por el FBI, era un agente del propio FBI), lo mejor será comprar el Scrambler, fabricado en Inglaterra por la EMI (Electronic and Industrial Operations, Blyth Road, Hayes, Middlesex), que enmascara las conversaciones telefónicas y cuesta unos 2.500 pesos colombianos.
O, definitivamente, entrar al Club de los Enfermos, viviendo intensamente la paranoia de Watergate. Y para estar bien informado, suscribirse al Privacy Journal, P.O. Box 8844, Washington, D.C., 20003 USA.
El arsenal
Dispositivo secreto que, por control remoto, apaga el motor de un carro sospechoso (Martin L. Kaiser, EE.UU.).
Chinche imposible de ser detectada, que timbra el teléfono del espía a cada llamada que recibe el aparato de la víctima (Martin L. Kaiser, EE.UU.).
Dispositivo del tamaño de una caja de fósforos, con batería para un año, que permite escuchar a 150 metros de la sala en donde haya sido instalado, todas las palabras pronunciadas entre sus paredes (Technique Sécurité Développement, Suiza, unos $ 5.000).
Grabadoras con micrófonos inalámbricos y sistema de recepción parabólico (Superscope, EE.UU., 100 dólares: Toshiba, en Maicao a unos $ 9.000 en Bogotá, San Andresito, a unos $ 18.000).
Audífono que transmite las palabras de su ingenuo usuario (COB Industries, 300 dólares).
Cámara de TV-miniatura con registro de imágenes a la luz de una vela (Bell Laboratories, EE. UU.).
Cámara de TV en colores de 4.5 mm. (Laboratoire d’Electronique et de Physique Appliquée, Francia).
Amplificador de sonidos para ser instalado en la cabeza de una persona, con posibilidades de revelar a distancia el estado de ánimo de su portador (desarrollado en el Centro Médico de California, por el doctor Richard Coode).
Radio que puede ser instalado en un diente (desarrollado por A.H. Puharich, en Israel).
Computadora para leer el pensamiento de las personas (en desarrollo por el neurofisiologista LR. Pinneo, de California, EE.UU.).
El Manto, un anti-chinches, que detecta cualquier especie de interferencia telefónica (Dektor Counterintelligence and Security, Springfield, Virginia, EE.UU.; 3.200 dólares).
Cajita plateada (Silver Box), chinche que se instala en la central telefónica y permite escuchar cualquier conversación transmitida por teléfono por esta central.