Celebre el Día Mundial del Malbec

Revista Diners
No recuerdo cuándo exactamente comenzó mi historia de amor con el vino, pero sí sé con certeza el momento en que me rendí al Malbec: fue una tarde de verano en Buenos Aires, frente a la Costanera, con una copa en la mano y el sol tiñendo de oro las calles porteñas. Desde entonces, no he podido —ni querido— escapar de su hechizo.
El Malbec no es solo un vino; es una experiencia sensorial. En la nariz, es seductor y complejo. Sus aromas de ciruela madura, mora silvestre y violetas frescas se entrelazan con sutiles notas de vainilla, chocolate negro y cuero curtido, herencia noble del roble en el que ha reposado con paciencia. A veces, cuando cierro los ojos y acerco la copa, me llegan ecos de tierra húmeda y tabaco, como si el terroir mismo hablara.
El sabor del Malbec
En boca, el Malbec es rotundo pero elegante. Tiene esa textura envolvente que acaricia el paladar con taninos dulces y bien integrados. Es amplio, carnoso, con una acidez justa que le da equilibrio y un final largo que deja un recuerdo persistente de frutas negras y especias.
Lo fascinante es cómo cada botella cuenta una historia distinta, porque el Malbec, como el buen arte, cambia según su origen. Los de Altamira, por ejemplo, suelen ser más florales, frescos, casi etéreos; mientras que los de Luján de Cuyo tienen cuerpo y profundidad, como si fueran el corazón de la tierra en estado líquido. Por eso la cosecha es crucial. Cada año imprime una personalidad distinta, moldeada por el sol, la lluvia y la paciencia del viticultor.
A nivel mundial, el Malbec se ha ganado un lugar privilegiado entre los tintos de mayor carácter. No es casualidad. Argentina lo ha elevado a otro nivel: lo domesticó, lo entendió y lo convirtió en su estandarte. Y el mundo lo notó. Hoy, ninguna carta seria de vinos puede prescindir de un Malbec bien curado. Es el tinto que marida con un asado perfecto, sí, pero también con una conversación sincera o una noche de introspección.
Porque para mí —y lo digo sin pudor— una buena copa de Malbec no es solo bebida: es refugio, es memoria líquida, es poesía embotellada.
El origen del vino más entrañable de mi vida
El Malbec tiene sus raíces en la región de Bordeaux, en el sudoeste de Francia, donde era cultivado bajo el nombre de Cot. En particular, se destacaba en la elaboración de los llamados “vinos de Cahors”, por la región homónima, célebres desde los tiempos del Imperio Romano. Estos vinos oscuros, intensos y robustos se consolidaron en la Edad Media como parte fundamental del comercio vinícola europeo, y su prestigio creció aún más en la modernidad.
Uno de los hitos más importantes en la expansión de esta cepa fue su conquista del mercado inglés, que valoró especialmente su intensidad y estructura. Sin embargo, hacia finales del siglo XIX, la viticultura francesa sufrió un golpe devastador con la plaga de filoxera, un insecto que arrasó con gran parte de los viñedos europeos. El Cot, menos resistente que otras variedades, cayó en desuso, siendo reemplazado por cepas más adaptables y dejando atrás una tradición casi extinguida.
Afortunadamente, el Malbec encontró una nueva vida al otro lado del Atlántico. En 1853, el agrónomo francés Michel Aimé Pouget introdujo esta cepa en Argentina, como parte de un ambicioso proyecto enológico impulsado por el presidente Domingo Faustino Sarmiento, quien buscaba modernizar la agricultura del país. Pouget, al frente de la Quinta Agronómica de Mendoza, plantó las primeras vides de Malbec en un suelo que, sin saberlo aún, le ofrecería las condiciones ideales para su reinvención.
En los suelos secos y pedregosos del oeste argentino, especialmente en las alturas de Mendoza, el Malbec encontró una segunda patria. Allí, las diferencias térmicas, la altitud y la intensidad del sol permitieron que esta cepa desarrollara una expresión única: más frutal, suave y redondeada, pero con la misma intensidad que caracterizaba a sus ancestros franceses. Con el tiempo, el Malbec argentino no solo revivió el legado europeo, sino que lo llevó a nuevas alturas, convirtiéndose en la uva insignia del país y en un referente global de elegancia y autenticidad en el mundo del vino.