Todo lo que tiene que saber del té matcha: el renacer de la hoja verde

Revista Diners
El té matcha tiene más de mil años, pero reapareció en el siglo XXI como si acabara de inventarse. Viene de Japón, donde los monjes budistas lo tomaban para meditar sin dormirse. Su color verde intenso es tan particular como su sabor, entre lo vegetal y lo umami, con una textura casi cremosa. A diferencia de otros tés, el matcha no se infunde en bolsitas, se disuelve directamente. Primero se muele la hoja entera y se convierte en polvo fino, lo que lo hace más potente en antioxidantes, cafeína y teanina.
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El resurgimiento del matcha llegó por dos vías: el culto a lo saludable y el algoritmo de TikTok, donde se presentó como un sustituto “cool” del café, además de un alimento diseñado para mejorar el aspecto de la piel, la digestión y la mente. La etiqueta #matchatok lo convirtió en fenómeno global, y Bogotá, como tantas otras ciudades, no se quedó atrás. Hoy hay bares de matcha, helados, pasteles, smoothies y hasta cocteles que lo llevan como protagonista.
Para tomarlo bien, hay que usar agua bien caliente, exactamente a 80 °C pero no hirviendo. Luego hay que batir con energía en forma de M con un chasen batidor de bambú hasta hacer espuma, eso indica que ya está listo para tomar. A esta preparación se le conoce como el matcha ceremonial y no necesita azúcar o cualquier otro aditivo.
¿Por qué surgió el té matcha?
Desde los altos muros de los palacios imperiales en la antigua China hasta los jardines silenciosos de los templos zen en Japón, el matcha ha sido testigo de reinados, ceremonias y guerras. Nació entre dinastías, se refinó entre monjes y terminó por encontrar su camino en las manos temblorosas de guerreros samuráis.
Durante la dinastía Tang, entre los siglos VII y X, el té comenzó a tomar forma sólida con hojas que se cocían al vapor y luego se moldeaban en ladrillos para facilitar el comercio. Luego la dinastía Song, que floreció entre los siglos X y XIII, mejoró esa técnica con un monje japonés llamado Eisai, que viajó a China. Allá se sumergió en la espiritualidad del budismo zen y allí aprendió que preparar té hacía parte de un ritual de atención plena.
En el año 1191, Eisai regresó definitivamente a Japón. Volvía de sus estudios con semillas de té y el secreto de cómo preparar matcha. Aquellas semillas, cultivadas en tierras cercanas a Kioto, ofrecieron hojas de calidad excepcional, convirtiéndose en objeto de devoción y lujo. Se preparaba en pequeñas cantidades y solo quienes estaban cerca del poder, como el Shogun de Kamakura, podían acceder a él.
¿Por qué hay un té matcha ceremonial?
Pasaron siglos hasta que un joven monje zen, Murata Juko, recogiera las piezas dispersas de aquel ritual. En el siglo XVI, Juko comprendió que la ceremonia del té podía ser un camino hacia el alma, una experiencia espiritual con reglas claras. Su alumno más destacado, el maestro Sen no Rikyu, llevó esa ceremonia a su máximo esplendor con tazones de barro sin esmalte, habitaciones estrechas y jardines.
Sen no Rikyu perfeccionó su arte en el templo Daitoku de Kioto. Rechazó la ostentación que tanto adoraban los nobles y, en su lugar diseñó sus propios utensilios y sin darse cuenta transformó para siempre la ceremonia del té. Su talento lo llevó hasta los más altos señores feudales. En 1585, preparó té para el emperador Ōgimachi en el palacio imperial.
El significado de la ceremonia con té matcha
Hacer té matcha es traer armonía, respeto, pureza y tranquilidad al cuerpo. Cuatro ideas fundamentales que tomaron forma en un tazón de té y que siguen presentes en cada movimiento del Chanoyu, el camino del té. Cada sorbo guarda una intención.
Sen no Rikyu heredó este conocimiento a sus hijos Sen no Showan y Sen no Soutan. Este último tuvo tres hijos que fundaron las tres grandes casas de la ceremonia del té: Mushanokoji-senke, Omote-senke y Ura-senke. Estas escuelas aún existen. En ellas se enseña a preparar matcha como lo aprendieron de su padre.
El matcha también encontró su lugar lejos de los templos. En los campos de batalla, los guerreros samuráis bebían matcha antes de luchar. Lo hacían para estar alertas y concentrados. La combinación de cafeína y L-teanina les daba energía sostenida y calma mental.
La sombra mejoró el sabor del té matcha
Durante el período Azuchi-Momoyama, entre 1568 y 1600, se descubrió un método que cambiaría el sabor del matcha para siempre. Consistía en cultivar las plantas bajo sombra durante semanas antes de la cosecha. El resultado fue un té más dulce, más suave. A ese proceso se le conoce como Ōishita Saibai, que a su vez aportaba más antioxidantes y nutrientes.
El matcha sombrado no tardó en ganarse el favor de los paladares más exigentes. En su interior había más que cafeína, catequinas y polifenoles, que en otras palabras mejoran la salud cardiovascular, la función cerebral, además de prevenir el cáncer.
Entre todos los beneficios, destaca uno que los científicos modernos no pasaron por alto. Un estudio de la Universidad de Colorado demostró que el matcha contiene hasta 137 veces más catequinas que el té verde convencional, por lo que también ayuda al cuerpo a quemar grasa con mayor rapidez. Y si eso no basta, el aminoácido L-teanina promueve ondas cerebrales alfa, esas que inducen a la calma sin llegar a dormirse.
Cómo hacer té matcha de forma auténtica
Para preparar un buen matcha, lo primero es tener las herramientas adecuadas. No sirve cualquier taza ni cualquier cuchara. Se necesita un chawan, que es el tazón. Un chasen, que es el batidor de bambú. Y un chashaku, que es la cuchara específica para medir el polvo. Cada objeto tiene su razón de ser.
El matcha se puede preparar de dos maneras. La más ligera se llama usucha. Se añaden dos cucharadas de polvo en el bowl, se mezcla primero con un poco de agua fría para hacer una pasta, luego se añade agua caliente, entre 75 y 80 grados, y se bate vigorosamente hasta lograr una textura fina, sin burbujas grandes. La espuma delicada anuncia un buen té.
El otro método es el koicha, más espeso. Se usa matcha de la más alta calidad. Se tamizan de tres a cuatro gramos y se mezcla lentamente con agua a 80 grados hasta lograr una consistencia pastosa, densa y brillante. Es un té para saborear.