A lo largo del eje también se encuentran algunos de los restaurantes más vanguardistas de la ciudad. En esta categoría se destaca el japonés Morimoto diseñado por Tadao Ando, y los pequeños locales de comida gourmet agrupados en el Chelsea Market. Nadie que pertenezca a la movida creativa de la ciudad parece estar dispuesto a estar lejos del High Line Park.
Diario de la transformación
En enero de 2006 comenzó la construcción de la primera etapa del proyecto. El trabajo se inició con el retiro de la estructura original de los rieles y la base de cemento con el fin de reparar la estructura sobre la que se asentaría el parque. Luego cada tramo de las vías se ubicó en su emplazamiento original. En ese momento se inició el cultivo de la vegetación, compuesto por 210 tipos diferentes de especies escogidas por su resistencia a las diferentes estaciones.
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El paisajismo, diseñado por Piet Ouldof, se inspira en las plantas que crecieron en los rieles elevados y sus alrededores durante los años en que las vías estuvieron en desuso.
Un segundo aspecto decisivo en el diseño fue encontrar una conexión conceptual y práctica entre el espacio público y el espíritu artístico del sector. Por eso los arquitectos habilitaron ciertas intersecciones como espacios abiertos dedicados a exhibiciones temporales y permanentes de arte público. Entre esas obras se destaca The River Flows both Ways, del artista Spencer Finch, una instalación de paneles de cristal que representan las diferentes luces y texturas de las aguas del Hudson.
En la nueva etapa del parque se incluyeron novedosos elementos de diseño y mobiliario. Por ejemplo, se construyeron plataformas y puentes que cruzan sobre la copa de los árboles. Los peatones pueden escoger el camino que cruza por el nivel de las raíces de los árboles, o seguir por los puentes que ofrecen una espectacular vista de los rascacielos del bajo Midtown. Recorrer el High Line Park es como caminar por New York en una línea de tiempo. Desde el mirador de la calle Décima se aprecian tres imágenes que reflejan las diferentes capas sobre las que está construida esta ciudad. A un costado se ven los vetustos talleres mecánicos similares a los de cualquier ciudad del tercer mundo. Justo al frente las brillantes fachadas del vanguardista edificio de Frank Gehry representan la estética contemporánea del primer mundo. Y a lo lejos se alcanza a divisar el aviso del hotel New Yorker, emblema de la New York Art Deco de principios del siglo pasado.
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Al caer la tarde el sol se esconde sobre el río Hudson. Entonces el High Line Park se ilumina con una luz naranja que se difumina entre las luces de la gran ciudad que poco a poco se encienden. Es un espectáculo que convoca a miles de personas que llegan allí para ver el atardecer en medio de una infinita tranquilidad que ni siquiera el rugido de la gran metrópoli a las espaldas logra interrumpir.


