Estreno: Joven y bonita, de François Ozon

Pedro Adrián Zuluaga
Después de perder su virginidad en unas vacaciones, la chica protagonista de Joven y bonita empieza a concertar una serie de citas clandestinas para prostituirse. Sus clientes son hombres, por lo general mayores, con los que desarrolla relaciones que van de la frialdad de un intercambio comercial a cierto interés moderado por un aparente autocontrol de las emociones. ¿Por qué lo hace? En Bella de día, de Luis Buñuel, un referente obligado para hablar de la última película de Ozon, Séverine exploraba los fantasmas de su sexualidad y encontraba así oxígeno para la opresiva institución matrimonial. Pero el personaje de Joven y bonita no es frío y misterioso como el de Buñuel; es apenas inexpresivo y opaco.
La narración de Ozon, un director francés con una obra irregular que explora cruces entre distintos géneros dentro de un interés permanente por la familia, la mujer y la identidad sexual, muestra el autodescubrimiento de Isabelle a lo largo de las cuatro estaciones. En cada una de ellas, las canciones de Françoise Hardy funcionan como un comentario de la elusiva psicología del personaje y sus posibles transformaciones. También se trae a escena “Novela”, el poema de Rimbaud que empieza con el verso “Nadie es serio a los diecisiete años” (“On n’est pas sérieux, quand on a dix-sept ans”). Todo parece apuntar a ofrecer claves de lectura y marcos de interpretación para aquello que Ozon no quiere mostrar o decir de forma directa o explícita.
No obstante, Joven y bonita no se puede inscribir dentro de la tradición de los relatos de formación, el coming of age y bildungsroman recurrentes en el cine y la literatura. Aquí, el personaje de Isabelle no se quiere hacer cargo de lo que aprende en su experiencia, lo guarda avaramente para ella misma, sin comunicárselo al espectador. El director es cómplice de ese misterio. Al eludir la interpretación sociológica o el comentario moral o psicológico, Joven y bonita nos deja sembrados en la incertidumbre.
El placer que, sin embargo, depara esta película está en su superficie, en la belleza material de los planos y los cuerpos, en la melancolía de las canciones, en el puro transcurrir de un tiempo cinematográfico filmado con elegancia y precisión. Joven y bonita es, sin duda, una película del presente, que corresponde al escepticismo de nuestros tiempos y está a años luz de la furia moral y transgresora de Bella de día que, inevitablemente, era una película del suyo.