De profesor en Rionegro a estar en el Festival de Cannes, la historia de Ubeimar Ríos, el protagonista de Un Poeta

Pablo Montero Cabrera
Ubeimar Ríos nunca imaginó que cruzaría el océano para asistir a uno de los certámenes de cine más importantes del mundo. Todavía no termina de comprender cómo su trabajo en Un Poeta, dirigida por el antioqueño Simón Mesa Soto, fue reconocido con el premio especial del jurado “Una cierta mirada” en el Festival de Cannes. Antes de todo esto, era simplemente un hombre de letras: profesor de bachillerato por más de tres décadas y poeta de Río Negro.
Ahora, su rostro y su voz son los del personaje Óscar Restrepo, un artista frustrado que intenta redimirse a través de Yurlady, una joven con un talento excepcional para la poesía. Sin embargo, sus infortunios, pasados y presentes, darán lugar a una serie de acontecimientos tan risibles como trágicos.
Diners conversó con Ríos sobre cómo llegó a la producción de Un Poeta, su conexión personal con Óscar y los momentos especiales, durante las grabaciones y en festivales, que hacen que esta película sea mucho más de lo que aparenta. Algo que cualquiera podrá comprobar cuando llegue a salas este 28 de agosto.
¿Cómo llegó a la historia de Un Poeta? ¿O la historia llegó a usted?
Fue una casualidad de la vida. La película llega a mí porque Carlos Eduardo Duque, un sobrino de mi esposa, amigo de Simón Mesa, conocía la película, conocía parte del guión, y me vio como un buen candidato para el papel de Oscar, el protagonista.
Entonces, un día le dijo a Simón Mesa que había encontrado a su poeta, y Simón pidió que presentara el casting. Yo presenté mi audición y, aproximadamente un año y tres meses después, me llamaron para otra audición, esta vez con libreto. Posteriormente, me dicen que soy el elegido para protagonizar Un Poeta. Entonces, de alguna manera, la película llegó a mí, pero yo también llegué a ella.
¿Qué fue lo que más le llamó la atención de la historia y su protagonista, Oscar Restrepo?

Lo que más me llamó la atención fue la posibilidad de tener una experiencia diferente en mi vida, una cuyo proceso de formación nunca termina realmente.
También me llamó la atención empezar a reconocerme a mí mismo en el personaje, en el sentido de que me identifiqué con Oscar Restrepo en algunos rasgos de su personalidad. Por ejemplo, la oportunidad de trabajar con la nueva generación, con las jóvenes actrices que hacían de mi estudiante y de mi hija, quienes tienen un talento impresionante y me sirvieron de mucho apoyo en los ensayos.
En términos de las temáticas, me interesaba mucho cómo la película trataba la poesía y la filosofía.
¿En qué aspectos se identifica personalmente con Oscar?

En varios aspectos. Primero, en el amor por la poesía, en el sentido de ser buenos o malos autores. Segundo, el fracasar como literatos.
Aquí hablo como Ubeimar Ríos: alrededor de la década de los noventa, gané un concurso llamado Primer Concurso de Cuento de Navidad Casa de la Cultura Sixto Arango Gallo, y justamente Oscar Restrepo, mi personaje, también ganó un concurso en esa época. A él le publicaron un libro, a mí también me publicaron un libro, pero después no volvió a pasar nada con nosotros en el mundo de la literatura. Por consiguiente, como Oscar, yo también me identifico como un fracasado en la literatura.
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Aparte de eso, el hecho de que Oscar sea profesor va muy de la mano con lo que yo llevo haciendo 31 años: dar clases en diferentes instituciones de Antioquia. Entonces, fue muy simpático reconocer esas características de ese personaje que, de alguna manera, también las tengo yo.
¿Cómo fue el proceso de traer a Oscar Restrepo a la vida?

Para mí, nada en el rodaje —ni antes ni después de la película— fue sencillo, porque al no ser un actor profesional, todo lo veía como un reto.
Entonces, para adentrarme y poder vivir el personaje, más que actuar, fue fundamental el director Simón Mesa. También me atrevo a decir que, después del primer mes de ensayo, yo me convertí en Oscar en un cien por ciento, fuera y dentro de los sets. Hasta el punto de tener una relación intrínseca con el personaje, y eso no fue fácil, eso requirió un esfuerzo duro.
Menciona que la dirección de Simón fue fundamental, pero ¿alguna vez discrepó sobre cómo manejar al personaje en una escena?

Todo lo que me dijera Simón, yo lo seguía a ojos cerrados. De pronto, uno sí tenía sus dudas o confusiones, pero me las guardaba.
Por ejemplo, en una escena de Yurlady, cuando ella debía ir a la escuela de poesía pero estaba envolatada con sus amigos, Oscar tiene que ir a recogerla y le suelta un discurso bastante significativo.
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Entonces, yo dije el discurso y se escucha “¡Corte!”, y llega Simón a decirme: “Ubeimar, lo estás haciendo muy bien, hermano. La forma en la que te está saliendo, lo estás diciendo muy bien. Esa es la expresión. Pero ¿sabes qué? Yo siento que no estás pensando como Oscar debería estar pensando en este preciso momento”.
Ahí me dije a mí mismo: “¿Cómo así? ¿Qué más puedo hacer?”. Entonces, lo intentamos otra vez con la recomendación de llevar el pensamiento al personaje, y al parecer ahí le gustó más.
¿Qué hay de la interpretación de la película de que Oscar está plasmando sus sueños en Yurlady, su alumna? ¿Está de acuerdo o hay algo más?

Por un lado, sí se ve en ella y en aquello que él no pudo alcanzar, y considera que Yurlady sí puede. Sin embargo, más allá de verse reflejado y querer que ella alcance lo que él no pudo, también está el deseo de sacarla adelante del mundo bastante complejo en el que ella vive.
Ella es de un barrio popular, vive en una casa pequeña donde se alojan diez o doce personas. Entonces, es claro que Oscar también quiere que esta niña —que tiene talento para la escritura y el dibujo— tenga otras posibilidades de vida, y él cree que con la poesía ella lo puede lograr.
Lo otro es que él también considera que, desde la escuela de poesía, puede formar no solamente a Yurlady, sino a otras personas que lo necesitan.
¿Hubo alguna escena que no llegó al montaje final de la película y le hubiera gustado que apareciera?

Casi todas las que no aparecieron. Lo curioso es que, de todas maneras, es una comedia, pero las risas eran con base en las circunstancias de vida y no en los actores haciendo ridiculeces. Pero hubo una en específico que produjo risa en toda la producción.
Hubiera quedado en ridículo, pero es que yo, en la vida real, no sé nada de inglés. Pero sí sé los temas de las grandes agrupaciones de heavy metal. Sé dónde cae el ritmo de la canción, las notas, pero la letra me la invento. Entonces a Oscar le pasaba algo similar con una letra de Scorpions. Él cantaba y lloraba en el carro, pero lo que cantaba no tenía nada que ver con la letra original de la canción, y eso provocó tanta risa porque era natural.
¿Cómo se ha sentido este proceso? ¿Ir a los festivales y ahora estar ad portas de estrenar la película en Colombia?

Lo he sentido como una responsabilidad, pero no como una carga pesada. Además, también llega el autosabotaje, en el sentido de que estoy viviendo una experiencia única gracias a la película, gracias a que ganó el premio de Cannes. Pero a veces me pregunto: “¿Qué estoy haciendo aquí?”. Si yo no estudié para ser actor ni nunca soñé con ser actor.
Afortunadamente, hay mecanismos de defensa que llegan y te recuerdan todo el esfuerzo dado, el trabajo bien hecho, y uno justifica el estar donde está. Pero sí, a veces siento que estoy en un lugar que no merezco.
Por otra parte, también siento una alegría interna inmensa al ver que las personas se alegran con lo que me está pasando. Uno se encuentra gente en la calle que le dice —sobre todo en el Oriente Antioqueño—: “Ubeimar, me puse muy contento al verlo en la película. Me alegra mucho. Usted se lo merece”. Todavía me pregunto si uno se merece todo lo que le pasa en la vida.
¿Hubo algún momento específico en toda esta experiencia que le dejó atónito?

Al terminar la premier del Festival de Cannes. La película justamente termina con un tema musical de Janet, Corazón de Poeta, pero la gente en Francia no dejó que se oyera la canción porque inmediatamente empezaron a aplaudir.
Eso me pareció increíble. La gente aplaudiendo y yo no sabía qué hacer. Y si ya un minuto de aplausos es una eternidad, imagina varios. Ahí me acordé de las clases que doy en el Instituto Educativo Liceo José María Córdoba, en Rionegro. Yo lo que trato de hacer, cuando estoy —entre comillas— en escena, es entablar contacto visual con todos los que estén ahí.
Entonces, en medio de la sorpresa y las emociones en Cannes, no se me ocurre nada mejor que empezar a mirar al mayor número de personas que pudiera. El teatro era de tres pisos, así que yo iba mirando a todos lados y, dentro de mi cabeza, creo que eso fue lo que hizo que los aplausos duraran diez minutos.
Finalmente, ¿qué espera que se lleve la gente de la película?

Uno espera que se lleven un momento agradable, que se lleven el recuerdo de haber disfrutado y reído con la película, pero también que se lleven la imagen e idea de un hombre llamado Oscar Restrepo, a quien le pasan muchos infortunios, pero que tiene una nobleza con la cual cualquier ser humano se puede conmover.
Entonces, me gustaría que se llevaran los recuerdos de la alegría y la tristeza de la película.