Verónica Zumalacárregui: “Me sorprendió el paté de cebra en Sudáfrica”

Óscar Mena
Y cuando uno creía que los programas de cocina estaban por desaparecer con la inmediatez de las redes sociales, aparece Verónica Zumalacárregui y su programa Me voy a comer el mundo, donde insiste en ir, ver y probar las excentricidades gastronómicas del planeta. Y aquí en Diners se lo aplaudimos, porque sabemos que no todo está en Google o en un tutorial de TikTok. Zumalacárregui prefiere caminar, preguntar, sentarse a la mesa con desconocidos y comer lo que otros consideran extravagancia.
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Con esto en mente la española vuelve a la pantalla chica con una nueva temporada de su programa en elGourmet, donde explora los aromas del coco caribeño, el curry africano y el pescado frito de las costas de Cabo Verde. En esta entrega, la periodista de viajes revela los secretos gastronómicos e incluso los sueños, sus vivencias y el por qué cocinan como cocinan.
Este programa lo pasan todos los miércoles a las 18 horas en Colombia y se adentra entre familias locales de Costa Rica, Sudáfrica, España y Cabo Verde, para conocer la cocina real. A esto se le suman las mujeres cabeza de familia que heredaron esas recetas imposibles de traducir, así como también hombres que cocinan con la memoria e incluso abuelas que todavía usan el fogón de leña.
En Diners conversamos con la española para revelar cómo su pasión por viajar, narrar y comer, la convirtieron en un referente que hoy en medio de las redes sociales sigue saliendo al aire y hacernos preguntar: ¿a qué sabe un país?
¿Cuál fue el bocado que la sorprendió sin previo aviso en Me voy a comer el mundo?
El bocado que más me sorprendió fue un paté de cebra que probé en Sudáfrica, en una tienda muy curiosa, como de ultramarinos. Tenían especias, tés y todo tipo de comida sudafricana, pero lo que jamás había visto en ninguna parte del mundo era un paté de cebra. También había paté de ñu, paté de antílope… Pero bueno, para saber si me gustó o no me gustó, tendrán que ver el capítulo, claro.
¿Qué tiene que tener una comida para que usted diga “esto es lo que define a un país”?
Creo que un plato habla mucho del país en sí mismo: de su historia, de su herencia, de su cultura. Por ejemplo, siguiendo con Sudáfrica, es un país en el que se mezclan raíces africanas con la influencia de los colonos holandeses, y también con aportes de personas que llegaron desde el este, como de Malasia o India. Entonces, cuando tomas una muestra representativa de la gastronomía sudafricana, te das cuenta de que es un popurrí de muchas influencias, y eso mismo es lo que define a ese país.
¿Qué fue lo más insólito o curioso que probó en esta temporada?
El paté de cebra entra en esa categoría, sin duda. Pero también el hecho de cocinar con los indígenas bribris en plena selva costarricense. Son experiencias que no solo sorprenden al paladar, sino a todo el cuerpo.
¿Cómo es compartir mesa con una familia local que nunca ha salido en televisión?
Al principio, las familias están un poco nerviosas. Cuando estamos ya sentados en la mesa, después de cocinar, están callados, como si no quisieran hablar porque estamos grabando. Yo siempre les digo que se relajen, que sean naturales. Que sí, tengo que grabar y probar el plato poco a poco para que mis compañeros puedan captar todo, pero ellos pueden comer a su ritmo, charlar tranquilos. Con el tiempo, ya todo fluye. Terminan olvidando la cámara, y se disfruta de verdad.
¿Qué país de esta temporada le cambió alguna idea que tenía sobre su cultura gastronómica?
Probablemente Costa Rica. Ya había estado allí por ocio, hace unos años, pero no había trabajado grabando. Esta vez me adentré en la selva, cociné con los indígenas bribris, conocí platos que no sabía que existían. Descubrí raíces profundas que no había visto antes, muchas de ellas en peligro de extinción. Ojalá programas como Me voy a comer el mundo ayuden a conservarlas.
¿Con qué país tuvo una conexión más emocional que culinaria?
Con Cabo Verde. Aunque tienen mariscos y pescados que no había probado nunca, lo que más me tocó fue su música. Soy muy melómana, estoy todo el día escuchando música, haciendo deporte, trabajando, cocinando, lo que sea, y en Cabo Verde hay una cultura musical impresionante. En una secuencia improvisada, en una carretera cortada al sur del país, encontramos un festival espontáneo al pie de una cascada. La gente bailaba descalza, comía, bebía. Todo giraba en torno a la música. También estuve en un sitio muy pequeño, en la isla de Fogo, a los pies de un volcán, viendo un grupo local tocar. Ese lado me cautivó incluso más que la gastronomía.
En un mundo tan globalizado, ¿todavía existen sabores imposibles de replicar fuera de su país?
Muchísimos. Te pongo un ejemplo: la comida vietnamita. En Madrid solo hay cuatro restaurantes vietnamitas porque muchos ingredientes simplemente no llegan, son caros o imposibles de conseguir. Incluso la cocina italiana, que está en todas partes, al final solo ha exportado bien las pastas y las pizzas. Pero hay muchísimos platos tradicionales que no han salido de Italia. Pasa también con la mexicana: en España es muy difícil encontrar pozole, birria, nopales… Si te gusta comer, hay que viajar, hay que buscar esos sabores que no se exportan.
¿Cómo equilibra la comida callejera con la alta cocina en cada capítulo?
Cada capítulo es distinto, porque hay países donde casi no existe la comida callejera, como en España, y otros donde es lo más común. Aun así, siempre intento mostrar un poco de todo. Los restaurantes muy elevados no siempre me encantan para el programa, porque no suelen ser tan divertidos. Los incluyo solo si representan bien la cocina del país o aportan una visión diferente. Pero lo que más disfruto es combinar eso con lugares más baratos, más espontáneos, más callejeros. Tiene que haber equilibrio.
¿Qué lleva en su maleta para todos estos viajes? Y no vale decir “hambre”
Siempre llevo infusiones. No tanto té, sino infusiones digestivas y relajantes. Para dormir, por ejemplo, tomo boldo, que también es limpiador hepático. También llevo anís verde, jengibre con limón, y siempre tengo mi bolsita con esas hierbas. Además, ropa de deporte, zapatillas y mi colchoneta de yoga, que es finita y plegable. Me la llevo a todas partes. El yoga me reconecta. Es mi rutina, aunque viva cada mes en un país distinto.
Finalmente, ¿qué significa para usted “comerse el mundo”?
En España, “comerse el mundo” significa triunfar, tener ambición. Y Me voy a comer el mundo tiene ese doble sentido. Por un lado, me estoy comiendo literalmente los distintos países: pruebo su comida, me la llevo al alma. Pero también tiene un sentido figurado. Para mí, tener éxito es hacer aquello que me hace feliz. Y no hay nada que me haga más feliz que viajar, comer y trabajar como periodista. Así que sí, creo que me estoy comiendo el mundo por partida doble.