Leonardo da Vinci, una vida de secretos y proyectos fracasados

A propósito de los 506 años de la muerte de Da Vinci, le recomendamos la biografía del artista, hecha por Walter Isaacson, reconocido por desentrañar los secretos de Steve Jobs.
 
Leonardo da Vinci, una vida de secretos y proyectos fracasados
Foto: Thiago japyassu en Pexels
POR: 
Revista Diners

Leonardo da Vinci. La biografía.
Walter Isaacson. Debate, Bogotá, 2018. 582 páginas.

Hijo ilegítimo de un notario florentino, Leonardo nació en la pequeña localidad de Vinci, en la región de la Toscana, en 1452. Desde muy joven mostró una aguda curiosidad por el mundo que lo rodeaba, una inquietud que marcaría toda su vida. A pesar de haber sido acusado en dos ocasiones de sodomía —delito grave en su época—, vivió su homosexualidad sin esconderse demasiado, lo cual habla tanto de su carácter como del contexto social y cultural del Renacimiento italiano. Fue, además, un autodidacta empedernido que se definía a sí mismo como un “discípulo de la experiencia”, una frase que sintetiza su enfoque empírico y su pasión por observar, probar y comprender.

Leonardo no solo coincidió en su época con figuras como Nicolás Maquiavelo, con quien llegó a colaborar, sino que también compitió en talento y reconocimiento con Miguel Ángel. Entre sus mecenas se encuentran nombres ilustres de la historia europea: César Borgia, Ludovico Sforza, Juliano de Médicis y, en sus últimos años, Francisco I, rey de Francia. Sin embargo, su perfeccionismo extremo fue una espada de doble filo: si bien elevó su obra a niveles sublimes, también le dificultaba finalizar proyectos, al punto de que solo unas quince pinturas pueden atribuirse a él, de manera total o parcial. Aun así, esas pocas obras han sido objeto de exhaustivo estudio y admiración.

Sobre esta vida compleja, apasionada y singular, Walter Isaacson ofrece una biografía minuciosa y reveladora, sustentada en los propios escritos de Leonardo, que ilumina la mente de uno de los más grandes genios de la historia.

Los secretos de Leonardo Da Vinci

Los cuadernos de Leonardo da Vinci constituyen una de las joyas más fascinantes del legado intelectual de la humanidad. En ellos, escribió y dibujó sobre una asombrosa variedad de temas, desde la anatomía humana hasta el vuelo de las aves, desde complejas máquinas de guerra hasta los sutiles rizos del cabello. Cada página está repleta de observaciones precisas y de una sensibilidad única hacia los detalles del mundo natural. Lo notable es que todo esto lo plasmó con una escritura especular —es decir, invertida, como reflejada en un espejo—, lo cual ha sido motivo de muchas interpretaciones: desde una técnica para evitar la censura hasta una simple preferencia de su condición de zurdo.

Los dibujos, ejecutados con una técnica inconfundible, revelan no solo talento artístico sino también rigor científico. El sombreado fino, el trazo preciso y el uso de líneas para dar volumen y profundidad convierten cada hoja en un documento vivo. Leonardo no distinguía entre arte y ciencia: para él, observar con atención era una forma de entender y también de admirar. En sus notas se mezclan la óptica con la astronomía, la hidrología con la anatomía, como si el universo fuera una sola cosa que él se proponía desentrañar, una página a la vez.

Animales y humanos, armas y fortificaciones, el movimiento del agua o la forma de una espiral en el cabello: todo le interesaba. Todo merecía su mirada minuciosa. Sus cuadernos, más que archivos, son testamentos de un espíritu inquieto que quiso ver más allá de lo evidente.

Leonardo Da Vinci

La vida de Leonardo está jalonada de proyectos fracasados. Máquinas que no volaron y tanques que no atacaron, un monumento ecuestre cuya maqueta será destrozada por soldados napoleónicos. Pero en medio de ello, sin cesar, remolinos y torbellinos que no dejan de girar y lo impulsan una y otra vez a intentar dibujarlos, con el afán desmedido de inmovilizar ese vórtice con su arte. Por ello, quizás, sus últimos dibujos nos hablan del apocalipsis: barro y fuego, piedra y sombra.

El genio que marcó la historia

Algunas de las obras más célebres de Leonardo da Vinci lo acompañaron hasta el final de su vida, como si en ellas hubiese depositado no solo su arte, sino también una parte esencial de su alma. Cuadros como La Mona Lisa o La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana no son meras representaciones religiosas o retratos al uso: en ellos impera una atmósfera de lejanía, de silencio atemporal. Los paisajes que se extienden al fondo de estas composiciones —formaciones rocosas antiguas, casi geológicas, que sugieren un mundo previo al hombre— parecen señalar hacia otro plano de existencia, hacia un horizonte inasible donde la realidad y el misterio se tocan.

Leonardo, el científico que diseccionaba cadáveres para entender el cuerpo humano con una precisión quirúrgica, fue también un metafísico silencioso. El mismo hombre que anotaba proporciones y músculos con frialdad analítica pintaba rostros que ocultan secretos y miradas que nunca terminan de decir lo que piensan. En su obra se fusionan dos dimensiones: la física y la espiritual, la exactitud anatómica y el enigma de la existencia.

Elevó la pintura a una categoría superior al combinar su vasto conocimiento científico con una sensibilidad artística única. En cada pincelada, extendida con paciencia obsesiva y en múltiples capas, se percibe un intento por abarcarlo todo: el mundo, los seres, los astros. Y, sin embargo, nada es explícito. Hay en su pintura una poesía visual brillante, expresiva, y a la vez hermética. Un arte que no se deja atrapar del todo, como si también él, como sus paisajes, apuntara hacia un más allá imposible de nombrar.

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mayo
2 / 2025