Imágenes que sanan

Érika Diettes decidió ser fotógrafa a los 15 años y desde entonces sus obras han sido testigos de las consecuencias físicas y emocionales de la violencia. Fotógrafa y también confidente.
 
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Perfil

Las imágenes de Érika Diettes nacen de las experiencias vitales y de sus encuentros con la violencia en su núcleo familiar. Pero además, es la consecuencia de estar inmersa en el universo de las representaciones de dolor que la rodean, no sólo en medios como la televisión y la prensa, sino también en el arte, el cine y hasta en las conversaciones cotidianas. La fotógrafa –que estudió artes visuales y comunicación, y luego cursó una maestría en antropología– ha dirigido su interés a representar el ser humano, y más en particular sus encuentros con la injusticia, el dolor y la muerte. Y lo ha hecho indagando en las consecuencias que ha dejado la guerra en sus vidas tras sus procesos de duelo, resiliencia y superación.

Sin embargo, el proceso de construcción de sus obras no surge exclusivamente de la contemplación de dichas imágenes sino que, por el contrario, está ligado a trabajos de campo en los cuales comparte de cerca con la comunidad. Ha viajado a municipios de Colombia fuertemente golpeados por la violencia como Granada, Cocorná y Argelia (Antioquia), Montería o Barrancabermeja, en los que ha visitado los hogares de la gente, ha asistido a los encuentros de víctimas y ha sido testigo de algunos de los procesos de memoria que se han ido produciendo. A partir de allí, de estar en los lugares de los hechos, de compartir con las personas que han padecido de cerca la guerra, encuentra sus historias y produce las fotografías que hacen parte de su trabajo.

En el proceso de estos recorridos ha sido testigo no sólo de las consecuencias físicas sino también de las gravísimas secuelas emocionales que la guerra deja a su paso. Ha conocido familias en las que no sólo hay varios hijos desaparecidos sino también mujeres que han sido víctimas de abuso sexual, grupos familiares en que tres o cuatro familiares han sido asesinados y a los que Diettes escucha mientras sus testimonios van dejando traslucir una inmensa culpa por no haber podido hacer nada para que los hechos no ocurrieran. En la construcción de obras como Río abajo (compuesta de prendas que descienden por el agua), la verdadera labor no se limita a la fotografía sino que implica, además, un proceso de establecimiento de lazos de confianza con la comunidad para que le permitan ser la interlocutora de historias que, en algunos casos, hasta ahora se están revelando.

En últimas, ser la confidente de muchos sentimientos de duelo que han sido represados durante años, y que se han mantenido en la esfera privada y que por medio de obras como Río abajo, A punta de sangre o su más reciente serie, Sudarios (veinte fotografías impresas sobre seda de mujeres testigos de masacres, en el momento de cerrar sus ojos ante el dolor de recordar), encuentran un medio para ser puestas en la escena pública. Llevar de vuelta el resultado de su trabajo a la comunidad resulta parte fundamental de este proceso. Diettes es consciente del poder que tiene el arte para prestar un espacio de alivio y por ello ha recorrido más de dieciocho municipios colombianos con sus exposiciones, que van más allá de mostrar exclusivamente un trabajo artístico y sirven como un espacio ritual en el que las imágenes cobran carácter sagrado.

La violencia no acaba con el ser de las víctimas. Ellas deben seguir viviendo y haciendo las tareas más cotidianas que exige la vida. La diferencia es que son personas que han tenido que aprender a sobrevivir en medio de situaciones de desplazamiento, hambre, pobreza y con el dolor que produce la desaparición o la muerte injusta de un ser querido.

Cuando se es testigo o víctima directa de tantos horrores, cuando se han perdido las certezas mínimas necesarias para convivir en sociedad y cuando los procesos de duelo quedan suspendidos, es difícil recobrar el sentido de normalidad y devolverle sentido a la existencia.

Es allí donde Diettes, que decidió ser fotógrafa a los 15 años, considera que la tarea de la sociedad, desde cualquier lugar que se elija –en su caso, como artista–, es volcar la mirada, la atención y los esfuerzos a evidenciar e intentar terminar con las causas de la violencia. “Ver el dolor de las víctimas como ‘un asunto de ellos’ en un país como Colombia, donde la mayoría hemos sido tocados por la violencia es, de una u otra forma, uno de nuestros mayores actos de violencia y, al mismo tiempo, un desconocimiento de que ese fácilmente podría ser nuestro propio dolor”.

         

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octubre
20 / 2012