Ricardo Silva y la masacre de Colombia en tiempo real

Giuseppe Caputo
Érase una vez en Colombia, la obra de Ricardo Silva Romero (lea la autoentrevista que se hizo el escritor), está integrada por dos novelas: El Espantapájaros, que narra una masacre en tiempo real, y Comedia romántica, el diálogo ininterrumpido entre un hombre –Benjamín– y una mujer –Martina– desde que tienen 30 años (y sospechan, según el propio autor, que siempre han estado enamorados) hasta bien entrada la vejez (y se preguntan por la vida que han construido como pareja).
En Comedia romántica, los personajes rechazan explícitamente cualquier pensamiento elitista, vertical, jerárquico (“Odio a la gente que trata mal a las señoras del aseo”, dice uno, por ejemplo), y se preocupan por construir un diálogo horizontal, respetuoso, en el que los dos, Benjamín y Martina, se narran juntos –siempre juntos–, ya sea como personajes principales o como personajes secundarios: ambas categorías les son indiferentes.
Colombia vista por Ricardo Silva
Está plagada de ideas para historias, de ideas para novelas y de ideas sobre ideas sobre la masacre de Colombia. Hay chistes, refranes y mensajes de superación personal, todos vueltos literatura. Hay teorías desgarradoras y personalísimas (“No podía tener sentido un mundo al que se viene a perder a los papás”), constataciones terribles e ingeniosas (“Me parece que la cuenta del agua prueba que la vida no tiene sentido”) y preguntas divertidas (“¿Por qué la gente desea salud cuando alguien estornuda pero no dice nada cuando alguien tose?”).
También preocupaciones a la vez mundanas y trascendentales (“¿Ustedes creen que los fantasmas ven tirar a la gente que cree en fantasmas?”), comentarios hilarantes (“Tiene una familia mucho más católica que la mía porque ven a la virgen por todas partes como si fueran por la ciudad jugando ¿Dónde está Wally?”).
Hay pronósticos aterradores (“El mundo entero se va a dividir en amenazados y escoltas”), consejos para los despechados (“No hay que tomarse en serio a los que no lo quieren a uno”), confesiones (“Yo nunca he sabido mucho de música clásica”) y, por supuesto, hay frases de comedia romántica (“Usted siempre ha sido mi única opción”).
El humor devastador de nuestro país
La novela también es abundante en humor –un humor ocurrente y devastador, signado por la posibilidad de la soledad y del desamparo– y en las voces, acentos y personajes que Benjamín y Martina traen a colación permanentemente. Ellos hablan de boleros, de clásicos de la literatura; responden cuestionarios de revistas y analizan sueños. En su diálogo, entonces, la alta cultura y la cultura popular son cultura, y punto.
En Comedia romántica, Ricardo Silva le da la vuelta a La Odisea e introduce la historia de un hombre que, cual Penélope esperando a Ulises, cose mientras espera a la mujer que ama. La obra, entonces, construye una nueva masculinidad al tiempo que presenta una reflexión aguda sobre la monogamia.
El autor también plantea discusiones culturales. En un punto del diálogo, la pareja considera la posibilidad de intervenir el contenido de los libros: eliminar o añadir escenas, por ejemplo, o cambiar el final de los clásicos. De esa manera, Silva le da vía libre al lector para que haga lo propio con su novela.
El encanto de esta Colombia
Comedia romántica trata los lugares comunes con naturalidad, como parte del día a día, del mundo, de la vida, y los menciona directamente: el autor así exime a su obra de todos los lugares comunes. Y a diferencia de muchas películas de ese género, en las que los personajes suelen ser activamente cómicos y a veces unidimensionales, Benjamín y Martina son activamente complejos, plurales y singulares.
Su historia pasa del encanto al desencanto al fastidio y de vuelta al encanto. Del descubrimiento del otro al olvido y al redescubrimiento. El entusiasmo a la costumbre y otra vez al entusiasmo. Del enamoramiento al amor. De la espera de la vida a la espera de la muerte. Del yo al nosotros. De la primera a la tercera edad. De lo obvio a lo misterioso. Del presente y la cotidianeidad a un futuro de ciencia ficción y, así, de un mundo conocido a un mundo nuevo. Del deseo de una conversación que dure la vida entera a la conversación que duró toda la vida. De lo prometedor, pues, a la promesa cumplida.
La Colombia que derrama sangre
La Masacre de Colombia está presente en El Espantapájaros, por parte, es la narración de un círculo de horror: sus personajes, habitantes de una vereda llamada Camposanto, son asesinos que son asesinados. Ricardo Silva describe una violencia que todo lo arrasa y todo lo afecta; que atraviesa al reino animal, vegetal y mineral, y al firmamento.
Nos encontramos, pues, con una campana agónica y con un fuego que rompe los vidrios. Con una luz violenta y una luz traicionera. Con un aguacero de relámpagos, paredes de sangre, reses extraviadas por el miedo, moscas dando tumbos y rayos explotando. Y un marrano salvaje que se pasea con el brazo de una mujer entre los dientes.
Esta novela es el relato de una violencia que responde a una violencia anterior. Como A sangre fríade Truman Capote, se preocupa por mostrar que los asesinos, los monstruos, son humanos y tienen forma humana, y como La parte de los crímenes de Roberto Bolaño, se vale de la acumulación: acumulación de imágenes violentas y de las biografías de las víctimas que alguna vez fueron verdugos.
Una novela con muchas minas quiebrapatas
En la obra, “todo está sembrado de minas quiebrapatas” y “el cielo está negro porque el cielo de ahora es solo el humo”:
La violencia interviene la naturaleza y El Espantapájaros, entonces, hace una reflexión estremecedora sobre la naturaleza y la violencia, y una reflexión sosegada sobre la naturaleza de la violencia.
En medio de personas que cierran los ojos “como si fueran dientes con ira”; de súplicas inauditas (“Déjeme vivo que estoy cumpliendo años”) y de personas que gritan: “Yo soy una persona” antes de recibir un tiro; y de niños que preguntan a quién hay que matar con el mismo tono que emplearían para consultar la hora.
En medio de hombres que se tatúan su nombre por todo el cuerpo para que alguien pueda reconocer su cadáver en caso tal de ser desmembrado. Típico de la masacre de Colombia, en medio de un ambiente de racismo, homofobia y misoginia, El Espantapájaros esta novela también habla del cuidado. Y de la reparación de los cuerpos: de lo que significa abrir a un hombre no para dañarlo sino para sanarlo y desinfectarlo, un buen final para evitar la otra masacre de Colombia.
‘Hijo por hijo’, el lema de algunos colombianos
Silva logra que un término tan sencillo como “OK” adquiera proporciones monstruosas cuando El Cigarra, el autor intelectual de la masacre. A él lo repite automáticamente después del fusilamiento de todos los viejos de Camposanto: recordamos tristemente que el término significó originalmente O Killed (“Cero muertos”) y que el atroz “ojo por ojo, diente por diente” se convirtió en Colombia en “hijo por hijo, e hijo por hijo”.
Al final constatamos, estupefactos, que los personajes de esta novela usan la palabra “asco” solamente dos veces: para referirse a un travesti y para recordar unos pelos enredados en una tina.
La calidad que ofrece Ricardo Silva
Como la primera novela de Ricardo Silva –Relato de Navidad en la Gran Vía–, tanto El Espantapájaros como Comedia romántica transcurren en diciembre. Las dos obras son abundantes en ideas e historias y las dos ocurren en tiempo real: El Espantapájaros en un día yComedia romántica en una vida. En una hay apodos y vocativos cariñosos –Ma, Pa, Marti– y en la otra hay alias: Cigarra, Costra, Polilla, Caifás, Tumor, el Negro, El Cojo. En Comedia romántica, los personajes rechazan el pensamiento vertical; están vivos, viviendo, y se descubren religiosos al tiempo que son críticos de la religión. En El Espantapájaros, los hombres insisten en las jerarquías y rezan automáticamente mientras mueren a destiempo.
El Espantapájaros es La Ilíada y Comedia romántica es La Odisea. En estas dos novelas, Ricardo Silva ha escrito y narrado a Colombia en todas las personas.
En yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos y ha creado personajes que, como él, tienen a la masacre de Colombia en las tripas y la cabeza.
La abundancia de Érase una vez en Colombia contiene, merece, una abundancia de lecturas. La obra en su conjunto grita bellamente: “Pare. Pare, que no se trata de morirse”.
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El artículo Ricardo Silva y la masacre de Colombia en tiempo real fue publicado originalmente en la web de Revista Diners en agosto de 2012