Entrevista a Giuseppe Caputo, autor de “Un mundo huérfano”

Gabriela Sáenz Laverde
La historia de un padre y un hijo (sin nombre) que viven a la orilla del mar en una ciudad anónima, en medio de la pobreza y de un amor muy profundo, es la trama de Un mundo huérfano, la ópera prima del escritor colombiano Giuseppe Caputo.
¿Es su primer intento de novela?
Es la segunda novela que escribo, primera que publico.
Los escritores siempre tienen más libros escritos que publicados…
Sí, yo escribí una novela durante mi beca de NYU pero la dejé ahí, quiero volver a ella, ver si me parece que todavía está bien… pero después de esa ya tenía en mente Un mundo huérfano. Entonces apliqué a una nueva beca de escritura, porque me parece que los talleres sí dan ese espacio mental y el tiempo para llevar a cabo la escritura
Es un poco el tema de la habitación propia de Virginia Woolf, que la necesitan realmente todos los escritores…
Sí, yo me demoro mucho escribiendo, para mí un día productivo pueden ser unos ¾ de página, eso viene a ser tres párrafos, máximo cuatro, entonces yo pienso mucho la novela antes de sentarme a escribir, hago una estructura, y siento que para todo eso es necesario tener un tiempo largo en el que pueda levantarme y saber que tengo todo el día para escribir.
¿Usted cree que todas las óperas primas son autobiográficas?
Yo creo que todo lo que uno hace es de alguna manera autobiográfico. Pienso que la escritura es como un diálogo con la memoria. Así la obra sea aparentemente ajena a uno, si uno se interesó en esa historia y quiere contarla es porque esa obra le está hablando y está llegando a un lugar suyo, que puede tener su origen en su propia experiencia.
Y por lo mismo es desgarrador? Es difícil enfrentarse a lados oscuros de sus vidas familiares, por ejemplo? Paolo Giordano, por ejemplo, dice que le tiene lástima a los papás de los buenos escritores porque ser un escritor significa confrontar a su propia vida y su pasado, haciéndole a veces daño a su familia.
Laura Restrepo opina que hay dos tipos de escritores: los que tienen los papás vivos y los que tienen los papás muertos. Yo no siento que haya expuesto a mi familia, lo máximo que estoy exponiendo es una situación de dificultad económica que vivimos pero para mí esa historia es más sobre la recursividad ante la dificultad, sobre lo difícil que puede ser estar en una situación de mucha precariedad económica y sin embargo es una situación de mucho amor y ternura.
Es un amor muy profundo el de sus dos personajes, efectivamente. Pero da la impresión de que el padre en la novela ¿tiene una depresión?
Yo creo que todos los personajes en la novela están tristes. El padre, el hijo, las mujeres… el hijo por ejemplo dice que a veces siente como una mano invisible sobre su cuerpo que no le permite levantarse de la cama… yo fui muy cuidadoso en no entrar a patologizar a ninguno de los personajes, ni entrar en ciertas calificaciones tipo LGBT, aunque claro que se habla de todo eso. Por el lado de la enfermedad, siempre está la pregunta de dónde termina la enfermedad y dónde empieza la identidad y viceversa, lo mismo por el lado LGBT, es una pregunta que aparece antes y después de la aparición de esa sigla. En un momento en que se ha entendido que la identidad puede pasar por la orientación sexual y en un tiempo que se ha entendido que la identidad no necesariamente pasa exclusivamente por la orientación sexual.
La pregunta de dónde termina o donde empieza la identidad es que todo el mundo tiene nombres excepto el papá, el hijo y la ciudad. La ciudad es esencialmente una ciudad, el mar es esencialmente un mar, el hijo y el padre son esencialmente un hijo y un padre.
¿Por qué la decisión de dejar sin nombre a sus dos protagonistas?
Los protagonistas no tienen nombre por dos razones. Por un lado, porque me cuesta muchísimo nombrarlos, porque siento que nombrarlos les da una especificidad, y porque en esta historia ellos son esencialmente un padre y un hijo. Por eso tampoco quise que la ciudad tuviera un nombre: podría ser en cualquier lugar y a la vez no podría ser en cualquier lugar. Ellos son padre e hijo y a la vez no lo son.
¿Y la madre dónde está?
La madre es un misterio para ellos. Por eso está la historia del planeta donde todos se pueden mezclar con todos, y al final el padre le dice al hijo “mírate en el espejo y dime tú de dónde crees que vienes”, y el hijo es quien le dice. De esa manera siento que es posible crear una ascendencia y trascender los lazos biológicos. Así como Borges decía que uno escoge sus influencias, yo pienso que uno en la vida también puede escoger su ascendencia, su familia, y crear unas narrativas de origen que no pasan por lo biológico.
Otro componente importante es la masacre de la discoteca. ¿Cómo llegó a incluir este episodio en la novela?
Al ser gay, siempre me he preguntado a partir de cosas que uno vive, sufre y experimenta, si hay o no una especificidad en la violencia que sufre el “sujeto” homosexual. Yo sí pienso que el dolor es general, como dice Doris Lessing, “cada vez que uno abre una puerta se encuentra con alguien hecho pedazos”, pero me preguntaba si hay dolores específicos.
Quería contraponer esa violencia brutal con el deseo de creación que tienen tanto el padre como el hijo y preguntarme si realmente son contrarios, la creación y la matanza. No son tan contrarios como parecería obvio, porque creo que es mucho más complejo que ponerlos como antónimos: en esa matanza hay mucha creación, los cuerpos se convierten en esculturas, por ejemplo. Esa destrucción provoca creación.
La novela estaba en impresión cuando la masacre de Orlando, y siento que esta visibilización de la lucha LGBTI ha producido también mucha visibilización de la homofobia.
Yo nací en los ochenta, estoy en una generación “ensanduchada”: muy joven para haber vivido la militancia y la epidemia del SIDA, y muy viejo para haber ido al prom con mi novio, pero sí tuve que heredar toda la violencia homofóbica. El siglo XX fue el más violentamente homofóbico de la historia (gulags, campos de concentración, deportaciones), pero también me ha tocado ver ese progreso tan rápido. Y creo entonces que la novela está entre esos dos polos: entre la celebración y la masacre.
Un personaje muy interesante de la novela es Olguita, tan religiosa y al mismo tiempo tan tolerante…
Hay una orfandad religiosa que se resalta cuando Olguita habla de Jesús, y el padre la escucha con los ojos llorosos. Ella tiene una red de apoyo que ellos no tienen porque no son creyentes. Yo creo que puede existir una fe iluminada que no es una fe ciega, y pienso que la de Olguita es una fe iluminada, en el sentido de que es muy crítica de su propia creencia. Ella misma dice que “Jesús no va a cumplir lo que promete, y a mi no me importa porque yo tampoco cumplo mis promesas”. Así como ella cree que Jesús es todo, la luna, el sol, las estrellas, también a veces ve la oscuridad. No es una fe ciega, es una fe iluminada y por eso quizá es más valiosa.