El arte de hacer una feria

Durante un año, un reducido grupo de la Cámara de Comercio de Bogotá monta una de las estructuras más complicadas y al mismo tiempo, más exitosas de América Latina: ArtBo.
 
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Enrique Patiño

El 25 de octubre de 2010, aún sin desmontar, aún con las obras colgadas en los estantes de los pabellones de la sexta Feria de Arte de Bogotá, el equipo de la Cámara de Comercio a cargo de ArtBo se reunió para programar la feria que arrancaría 361 días después, el 21 de octubre de 2011.

Ese mismo día de pagos y memorias, de informe final y cierre contable, comenzó la planeación estratégica para el montaje de la séptima edición, que iniciará el 25 de octubre de este año con 57 galerías nacionales e internacionales, casi el doble de las 29 con las que una tímida propuesta de feria nacional inició el 17 de noviembre de 2005. Tanta antelación tenía un motivo: a Andrea Walker, su directora, se le había metido en la cabeza montar una feria pensada en grande, un espacio que promocionara la ciudad y generara un intenso movimiento de las industrias culturales, y la única manera de lograr que todo eso estuviera a punto era seguir de largo, sin siquiera la tregua de un solo día de descanso.

En el edificio de la Cámara de Comercio de Bogotá, en una oficina del séptimo piso cuyos ventanales dan hacia el occidente y donde se respira una paz casi irreal, la directora de ArtBo y Flor Villavicencio, coordinadora general de la feria, diseñaron el cronograma de actividades del año siguiente. Ese mapa del tesoro, esa ruta para no extraviar el rumbo, las ha guiado desde entonces. Cuando se sienten perdidas no buscan ahí las soluciones, pero sí los pasos para continuar adelante. Las soluciones vienen de su propia capacidad. Y también de las ganas de seguir, porque creen en el proyecto como si fuera su religión y son devotas del arte aunque lo vean poco, casi de lejos, inmersas más bien en los escritorios de madera lacada del edificio que cambia cada noche de colores, y ocupadas en sacar adelante un proyecto que congregará este año a más de 25.000 visitantes.

Junto con la directora de la Cámara de Comercio, Consuelo Caldas, y el equipo de la Agenda Cultural, comunicaciones, prensa y publicidad, se organizaron para distribuir funciones. Desde entonces, cada día se les convirtió en un obstáculo menos y en un pequeño triunfo más. Iniciaron trabajando la imagen de la nueva feria, los colores, las piezas y las propuestas gráficas, realizaron el estudio de mercadeo e investigaron en qué andaban las otras ferias del mundo, los precios promedio y los avances en materia de organización para no quedarse atrás. Siempre ocupadas, atareadas, con poco tiempo para hablar y una agenda intensa, su vida comenzó desde ese instante a coger velocidad de vehículo sin frenos.

Hace un año arrancaron ajustando los reglamentos y renovando el listado de contactos de las galerías. Continuaron con el envío de las invitaciones y del portafolio de aplicación para que las participantes separaran su cupo en la agenda de 2011, e hicieron la convocatoria de promoción en la red, por correo electrónico y teléfono. Días enteros se les fueron en la labor de enamorar de nuevo a los que ya de por sí las amaban. “Siempre hay que volver a enamorarlos. Si no lo hacemos, la cercanía se puede perder”, dice Walker.

Luego de esa labor de seducción, el presente año las recibió con la actualización de los documentos y la dispendiosa tarea de recibir, clasificar y organizar las propuestas enviadas por cada galería, pero también las halló días y noches estructurando los espacios alternos de Artecámara, destinado a 21 artistas jóvenes bajo la curaduría de Santiago Rueda, y Projects Room, dirigido a los trabajos individuales, una propuesta que estará a cargo del curador español Octavio Zaya.

Les ocupó noches y días buscar patrocinios, cuadrar presupuesto, orientar en el proceso sobre las aduanas a las galerías extranjeras, y finalmente elegir durante dos días de encierro las propuestas visuales más interesantes junto con el comité de selección, un grupo de expertos conocidos por su prestigio y buen olfato, que este año contó, entre otros, con los directores de las galerías Casas Riegner, Vermelho, Elba Benítez y Sicardi. En ese momento se dieron un respiro. Ya tenían los elegidos. Ya estaba la mitad del trabajo lista.

En apariencia. Porque a medida que se acercaba la fecha, tuvieron que cuadruplicarse para cuadrar en paralelo la logística, negociar con Corferias, seleccionar los proveedores, distribuir los espacios para las galerías, conseguir a los coleccionistas, dirigir las invitaciones y seleccionar los curadores. Y además, dedicarse a solucionar la tramitología de las obras y los impuestos sobre el arte, que en el país, además del 16 por ciento de IVA, sufre un sobrecosto del 20 al 37 por ciento en aranceles, más seguros.
La intensidad del trabajo las obliga a detener la entrevista y justificarse: justo antes de abrir la feria estarán solucionando los temas de montaje, catálogo, de invitaciones para la inauguración, ubicar los tiquetes, organizar el protocolo y la seguridad, y recoger a los invitados. Pero también, firmando contratos, controlando la programación académica y social, y supervisando la estética blanca del lugar para que sea la correcta y se vea impecable.

En definitiva, un año de trabajo para el arte. De puro y dedicado trabajo por el arte. Sin pausa. Y unas cuantas horas apenas para disfrutarlo en tranquilidad durante la feria. Y un agite total para la propia directora de ArtBo, a pesar de trabajar inmersa en la atmósfera feliz de un edificio en el que se respira calma y las horas parecen fluir con suavidad. Todo, a raíz de una idea que le surgió a ella misma hace cerca de nueve años. Le rondaba por aquel entonces en la cabeza la obsesión de hacer una propuesta que apoyara el talento nacional y que fuera de sano esparcimiento. Cuando descubrió que no existía el nicho que le apostara a la promoción de artistas decidió proponer la creación de una feria de arte. Sus argumentos fueron más que filantrópicos: eso dispararía el comercio y permitiría promocionar la ciudad en el exterior.

¿Rentabilidad? No era tanto con ánimo de lucro. Pero sí una apuesta por lo alto para que buenos artistas y buenas galerías atrajeran mejores coleccionistas y compradores. Si desde el inicio se la jugaban por mantener la calidad y no crecer más de lo necesario, Bogotá viviría un flujo de turistas que visitaría museos, incentivaría compras y serviría de motor para la ciudad. Y además, por supuesto, dispararía la afición por el arte.

La idea tardó en cuajar. Y cuando se dio, siete años atrás, nadie le creía nada. Más difícil aún: la Cámara de Comercio no tenía vínculo alguno con galerías o coleccionistas. Con paciencia armó una base de datos y llamó a todo el mundo para contarles de su proyecto desconocido. Y los fue convenciendo y enamorando. Enamorar es su palabra. Y lo ha logrado: ahora toda la ciudad se une en torno a su propuesta, octubre es ya el mes del arte, y hay al menos cuatro ferias distintas y paralelas que aprovechan el flujo de ArtBo para generar un movimiento artístico. “Logramos llegar afuera. Eso es lo más importante. Logramos que nos creyeran en el exterior y que vinieran a visitarnos”, recalca Walker. Y se va, porque el arte la llama. Y porque no puede detenerse: catorce países, 57 galerías y veinticinco mil asistentes dependen de que ella no desfallezca.

         

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octubre
24 / 2011