Lo sublime y lo bello: Schubert, Beethoven y Mozart en el Cartagena Festival de Música

Se llevará a cabo del 4 al 12 de enero. El evento contará con la presencia de 255 músicos y ofrecerá 36 conciertos en nueve escenarios.
 
Lo sublime y lo bello: Schubert, Beethoven y Mozart en el Cartagena Festival de Música
Foto: Cortesía Cartagena Festival de Música
POR: 
Laura Galindo M

El día en que murió Beethoven cayó una tormenta eléctrica en Viena. Entre las 4 y las 5 de la tarde, el cielo se cubrió de nubes grises y parpadearon los primeros rayos. El genio de Bonn tenía 57 años y estaba completamente sordo. Ardiendo en fiebre y con el estómago desecho, levantó los brazos, apretó los puños y dijo: “Aplaudid, amigos, la comedia ha terminado”. Tras un respiro agónico, cerró los ojos para siempre.

Fue el 26 de marzo de 1827, tres días después de haber firmado un testamento en el que le dejaba todo a su sobrino Karl. Sobre las causas, abundan las hipótesis: una falla hepática, una intoxicación con plomo por culpa del agua, el envenenamiento con un ungüento recetado por su médico. El parte oficial de la autopsia fue cirrosis crónica: “La cavidad abdominal está llena de cuatro cuartos de un líquido rojizo, nuboso. El tamaño del hígado se ha reducido a la mitad. Es compacto y tiene una consistencia apergaminada, de un color azul-verde, y su superficie está cubierta de nódulos del tamaño de un frijol”.

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Cartagena Festival de Música

La orquesta Supernova romántica

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El funeral se hizo dos días más tarde. Se cerraron las escuelas, las tiendas y los mercados en señal de luto. Una procesión de casi veinte mil personas, la décima parte de la Viena de ese entonces, partió de la casa del músico, se detuvo en la iglesia de la Trinidad para asistir al servicio religioso y llegó al Cementerio Judío de Währing. Uno de sus amigos cercanos, el actor Heinrich Anschütz, leyó un sentido discurso escrito por el poeta Franz Grillparzer la noche anterior. “Ningún hombre entra vivo en los salones de la inmortalidad –decía–. Aquel por quien os estáis lamentando, se encuentra ahora entre los hombres más grandes de todos los tiempos”.
Ocho maestros de capilla cargaron el féretro sobre sus hombros, entre ellos, Franz Schubert.

El 3 de abril del mismo año, en una de las iglesias más importantes de Viena, un coro cantó el Réquiem en re menor K 626 de Wolfgang Amadeus Mozart para despedir al sordo de Bonn. Mozart, Beethoven y Schubert se cruzaron sin haber pisado el mismo espacio, se cruzaron sin tan siquiera estar vivos al mismo tiempo.

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Dos siglos más tarde, la historia se repite y los tres músicos vuelven a encontrarse. El próximo año, entre el 4 y el 12 de enero, los tres serán protagonistas de uno de los acontecimientos musicales más importantes de América Latina: el Cartagena Festival de Música. Un evento que para esta edición, la número 14, revive la transición del lenguaje clásico al romántico temprano en la ciudad de Viena, contrastando y superponiendo dos objetos sensibles: lo bello y lo sublime.

Trio di parma

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Trio di Parma, conformado por Ivan Rabaglia, Enrico Bronzi y Alberto Miodini.

“Lo bello inspira sensaciones agradables y placenteras. Nace de la perfección de las formas, de su armonía y de su equilibrio. Lo sublime, por su parte, es ese sentimiento entre la consternación y el asombro. Está determinado por lo infinito e inconmensurable, por las fuerzas oscuras de la naturaleza que despiertan en el hombre el sentido de su fragilidad, finitud e impotencia”, dice Antonio Miscenà, director general del festival.

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Una montaña cuya cima parece rozar las nubes, el mar enfurecido bramando en una noche de tormenta, el crepitar del fuego que se alza por encima de las copas de los árboles y amenaza con reducirlo todo a cenizas, son visiones sublimes. Una escultura de simetrías perfectas, una iglesia imponente, un guerrero griego de ojos profundos, pecho erguido y músculos tallados, son contemplaciones bellas.

“Lo sublime conmueve, lo bello encanta”, dice el filósofo Immanuel Kant en uno de sus ensayos sobre la estética. Lo sublime es divino, lo bello es humano. Y sin embargo, ninguno es más poderoso que el otro. No existen jerarquías ni subordinaciones. Tampoco etiquetas de bueno y malo, solo sensaciones producidas por una emoción sensible. “Lo sublime ha de ser siempre grande; lo bello puede ser también pequeño. Lo sublime ha de ser sencillo; lo bello puede estar engalanado”.

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La Sinfonía n.º 41 en do mayor K 551, de Wolfgang Amadeus Mozart, es algo bello. Apodada ‘Júpiter’ por el sonido imponente de sus trompetas durante el primer movimiento, es una pieza de proporciones justas y de emociones controladas. Compuesta por un músico clásico, virtuoso y superdotado, que desde niño brilló sin esfuerzo. La Introducción y polonesa brillante en do mayor para violonchelo y piano Op 3 de Frédéric Chopin es, entonces, algo sublime. Una obra sin mesura, un río de emociones superlativas vueltas sonidos por un pianista romántico, frágil y, en cierto modo, perdedor. Agobiado por enfermedades del cuerpo y el espíritu, sin mucho éxito en el amor y con la certeza inminente de su propia muerte.

Camereta

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La Camerata de Salzburgo.

“El clasicismo es lo bello y el romanticismo lo sublime”, afirma Antonio Miscenà. Pero los límites no siempre están bien definidos. Beethoven, por ejemplo, se para con destreza entre ambos. Sus primeras composiciones hablan de simetría, proporción y mesura, mientras que las últimas aterran y maravillan por su fuerza incontrolable. Quizá sea alguna compensación macabra por haberse quedado sordo. La pérdida de un sentido a cambio de despertar cinco en quien lo escucha.

Lo mismo ocurre con Schubert, que mantiene su música dentro de formas y estructuras clásicas, pero transforma por completo su carácter. Die schöne Müllerin, por ejemplo, es una confesión y una súplica. Un ciclo de canciones para voz solista y piano que narra el dolor de un imposible. Un joven se enamora de la hija de un molinero y al no ser correspondido se ahoga en el mismo arroyo que le ha servido de confidente.

Franz Schubert murió un año después de Beethoven, más joven y mucho menos celebrado. Tenía casi 32 años y varios meses agonizando entre la sífilis, la fiebre tifoidea, la anemia y la intoxicación por mercurio. Su funeral fue discreto, con escasos asistentes y poco ruido. En realidad, la fama siempre le fue esquiva mientras estuvo vivo. Tenía, además, pocos amigos, la enfermedad lo había vuelto irascible y huraño. Sin saberlo aún, y como un acto de fe, su amigo Grillparzer, el mismo poeta del discurso leído por Anschütz en el funeral de Beethoven, escribió en su lápida: “La música enterró aquí un tesoro y sus esperanzas más bellas”.

Santiago Cañón

El violonchelista colombiano Santiago Cañón.

Conciertos recomendados

Estos son los cinco conciertos imperdibles en la edición XIV del Cartagena Festival de Música.

1. No solo Schubert III.
Sábado 11 de enero. 10:00 p. m.
Intérpretes: Andrea Lucchesini (piano), Santiago Cañón (violonchelo), Trio di Parma y Orquesta Sinfónica de Cartagena.
Repertorio: Introducción y polonesa brillante en do mayor para violonchelo, de Frédéric Chopin. Y obras de Mozart, Beethoven y Haydn.

2. Clásicos de dos mundos.
Jueves 9 de enero. 7:00 p. m.
Intérpretes: Filarmónica Joven de Colombia y Enrico Bronzi (solista).
Repertorio: Sinfonía n.º 41 en do mayor K 551 ‘Júpiter’, de Wolfgang Amadeus Mozart. Y obras de Haydn y Luis Antonio Escobar.

3. El viaje de Schubert y los poemas de Müller.
Jueves 9 de enero. 7:00 p. m.
Intérpretes: Ian Bostridge
(tenor) y Saskia Giorgini (piano).
Repertorio: Die schöne Müllerin (La bella molinera) de
Franz Schubert.

4. La sinfonía de lo bello y lo sublime.
Domingo 12 de enero. 5:00 p. m.
Intérpretes: Supernova romántica.
Repertorio: Sinfonía n.º 7 en la mayor Op 92, de Ludwig van Beethoven.

5. La Viena de Salieri y Schubert.
Viernes 10 de enero. 7:00 p. m.
Serie de Oro Davivienda.
Intérpretes: Camerata de Salzburg, Martina Fender (soprano), Klemens Sander (barítono).
Repertorio: obras de Antonio Salieri, Gioacchino Rossini, Wolfgang Amadeus Mozart y Franz Schubert.

         

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enero
3 / 2020