“Colombia no puede disfrutar de la belleza”: Joaquín Restrepo reflexiona sobre su obra Summa Omnium y sus veinte años de carrera artística

Pablo Montero Cabrera
El año pasado, un ejército de titanes de resina, hierro y bronce custodió el Palacio de la Cultura de Medellín. Hoy, esa misma labor continúa en el Museo Regional de Cholula, en México. Sus piernas, ensambladas con pequeños trozos de madera, sostienen torsos oxidados. Sin brazos, pero más abiertos. Sin rostro, pero más expresivos. Figuras silenciosas, capaces de reflejar las emociones de quien las observa.
El artista detrás de estas más de cuarenta esculturas es el colombiano Joaquín Restrepo Trujillo, cuya exhibición es una tesis visual de sus dos décadas de trayectoria. En 2022, su pieza digital Ánima fue reconocida por B-Arte, la ONG Bitcoin Argentina, la Fundación Bitcoin Iberoamérica y la LA-BITCONF. Un año antes, fue seleccionado para la residencia artística en Berlín, organizada por PROGR y el Museo de Bellas Artes Kunz Museum.
Entre sus exposiciones más destacadas se encuentran sus esculturas en bronce en el Riverside Art Museum de Pekín (2018) y Gratia Anima, presentada en el Jane’s Art Center de Florida en 2023.
En Diners, conversamos con Restrepo sobre el significado de Summa Omnium, el origen del concepto y cómo esta exposición sirve como espejo de su recorrido artístico.
¿De qué trata la exhibición de Summa Omnium?
Esta serie de exposiciones nace durante la época de la pandemia, en una exhibición virtual llamada Amor Fati. Entonces, se puede decir que primero surgió en la virtualidad y luego adquirió corporalidad en el Museo Santa Clara, en Bogotá.
La idea siempre era que las esculturas fueran altamente modulares. En cada lugar donde se han expuesto, el título ha cambiado, el texto curatorial ha cambiado, su propósito ha cambiado.
Por ejemplo, en el Palacio de la Cultura, en Medellín, la exposición llevó el nombre de Summa Omnium, otorgado por el curador mexicano Alberto Ríos de la Rosa. Yo estaba explorando el tema de la división, y él me dijo: “No. Esto no puede hablar de división, tiene que hablar de unión”.
Por otra parte, las esculturas también son como modelos de una revista. Tienen una expresión neutra, así que si tú estás feliz, las ves felices; si estás triste, las ves tristes. Influye la forma en que las acomodas. Una escultura que mira hacia abajo puede parecer introspectiva o deprimida. Si la colocas contra una columna, parece castigada.
En resumen, es una serie de encuentros y desencuentros que van mutando según el espacio en el que estén.
Esta exposición trata sobre la identidad humana y la tecnología. ¿Cuándo empieza a incorporar la tecnología en su arte?
Mi gran interés en la tecnología comenzó con las máquinas CNC, las mal llamadas “impresoras 3D”, pero que se usan para construir aviones y autos mediante fabricación sustractiva.
Sin embargo, diría que mi exploración tecnológica a nivel artístico comenzó realmente en el Museo Santa Clara. Allí se crearon unos confesionarios donde las personas podían escribir sus secretos, y estos se transformaban en poemas “redactados” por monjas clásicas de la época dorada de la literatura española. Una vez confeccionados, los poemas reverberaban por los corredores.
Algo similar ocurrió cuando la exposición (Summa Omnium) llegó al Círculo Real de las Artes de Barcelona, en una pequeña capilla gótica donde todas las paredes fueron bañadas con videomapping. Era un espacio que, dependiendo de cómo la persona se comportara, permitía o no ver los textos, sentir las imágenes, incluso el sonido se modificaba. Era curioso, porque invitaba a la pausa, pero al mismo tiempo todas esas imágenes en movimiento activaban la dopamina del cuerpo.
¿Este interés por la tecnología tiene un origen personal?

Sí. Cuando iba a hacer la primera comunión, mis papás me preguntaron si quería una fiesta o un viaje, y yo respondí: “Quiero una computadora”. Estamos hablando del año 1991, y en esa época tener un computador de escritorio no era algo común en Colombia, pero logré que me lo regalaran.
El problema fue que el técnico nunca llegó a instalarlo, así que empecé yo mismo a conectar cada cable en su lugar. Le dije a mis papás: “Prefiero que se dañe el computador a que nunca lo podamos encender”, y prendió sin problema.
Desde entonces, mi diversión después del colegio era arreglar computadores. Me encantaba resolver el misterio, saber qué estaba fallando. Todos creían que iba a estudiar ingeniería de sistemas, pero no quería que mi trabajo todos los días fuera arreglar computadoras.
En cuanto a la identidad humana, ¿qué le interesa explorar?
Todo comienza en Amor Fati, la idea del amor al destino, pero también del cómo puedo aprender a verme a través del otro, o cómo puedo ver al otro al verme mejor a mí mismo.
Esto viene directamente de mi infancia. De pequeño estaba obsesionado con la hipnosis. Con unos amigos nos dedicamos a estudiar el tema hasta dominarlo, e incluso tomamos unos cursos avanzados en Estados Unidos. Éramos niños tratando de entender el propósito de vivir.
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Esa búsqueda, sin embargo, nace porque mi mamá tenía una lucha constante con el deseo de no vivir. Yo era el encargado de que ella se mantuviera viva, y en ese contraste empecé a preguntarme: ¿Y yo para qué vivo? ¿Cuál es mi propósito?
Tener ese dilema desde tan joven me dificultó conectar con la gente de mi edad, y creo que eso mismo fue lo que, eventualmente, me llevó al arte, y de allí a la filosofía. Yo iba a la biblioteca y sacaba libros de los diálogos de Platón. Leía sin comprender del todo, pero con el tiempo esas ideas empezaron a interiorizarse.
Después de veinte años de carrera, ¿cómo ha cambiado su forma de ver y hacer arte?

Tras veinte años de carrera, uno empieza a vivir más en el mundo de las preguntas que en el de las respuestas, y eso es mucho más fascinante. La duda siempre nos permite abrir caminos, explorar, seguir buscando.
A mí, por ejemplo, siempre me ha interesado viajar, pero, sobre todo, me interesa trabajar con los lugares, porque así puedo conocerlos de forma verdadera y empezar a ver a través de la ventana de su cultura.
Los colombianos, me he dado cuenta, tenemos esa capacidad de hacer todo con las uñas, de convertir los obstáculos en fortalezas. El problema es que, a veces, nos vamos al otro extremo: buscamos los problemas solo para sentirnos motivados.
¿Cómo ha influenciado esta idiosincrasia colombiana en su forma de ver y crear el arte?
Una de las cosas más tristes que he encontrado en Colombia es la desconfianza. Realmente no puedes confiar plenamente en la persona que tienes al lado, y eso impide que podamos ayudarnos entre nosotros.
En México, por ejemplo, puedes ir a cualquier taller artesanal y te comparten sus secretos y técnicas. Hay una apertura. En cambio, en Colombia, somos más cerrados.
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También está el hecho de que el arte es, por naturaleza, un sistema transgresor. Dice cosas que la gente no siempre quiere escuchar, incluso cuando esas cosas son bellas. Porque si vives en el caos y, de pronto, te llega algo bello, lo último que quieres es aceptarlo. Prefieres quedarte con lo que te resulta familiar. Entonces, si lo familiar para ti es el abuso, vas a seguir buscando el abuso; no vas a buscar el cuidado ni el amor.
Eso, en un país como Colombia —donde todavía hay tanto trabajo pendiente en torno a la salud mental y los traumas derivados de la violencia—, hace que la belleza del arte no siempre pueda disfrutarse. A veces, ni siquiera nos damos la oportunidad de vivirla a plenitud.
Finalmente, ¿qué podemos esperar de Joaquín Restrepo en el futuro?

En este momento me estoy expandiendo mucho hacia México, Estados Unidos y Europa. La idea es seguir creciendo, porque yo no veo las exposiciones como algo que haces una vez y dejas atrás, sino como abrir una especie de franquicia en cada lugar al que viajo.
Ahora, estoy organizando una exposición para el estado de Hidalgo, y me encanta porque me obliga a estudiar mucho sobre ese nuevo lugar: lo que está ocurriendo, cómo montar la exposición, cómo la gente la recibe. Así voy conociendo ciudades, personas, culturas.
Ese mismo modelo de expansión lo he aplicado en Estados Unidos. Ya hay un trabajo hecho en Florida, pero también quiero abrir camino en Texas. Para eso hay que ir, volver y volver otra vez, para entender. Porque cada vez que llegas a una nueva cultura, terminas anexando algo a ti. Vas sumando aprendizajes de cada lugar.