Las historias de ayer: la serie web rola que abre el corazón de los espectadores

Óscar Mena
Bogotá no es la ciudad más fácil para abrir el corazón. A veces parece que el frío entumece también las emociones. Pero tres amigos, Julio Yepes, Alejandro Buitrago y Juan José Cárdenas decidieron hacerlo de frente como lo que son: tres hombres que hablan sin escudo de sus sentimientos, las rupturas de relaciones, la nostalgia del pasado y la amistad como refugio. Así nació Las historias de ayer, una serie web que cada viernes abre una grieta en el algoritmo de las redes sociales para colar un poco de esta verdad.
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Todo empezó sin nombre, sin plan, ni patrocinadores. Solo con un equipo de grabación que estaba a la espera de usarse y un deseo profundo de hacer algo que los representara. “Queríamos hacer algo sin la presión del algoritmo, sin tener que pensar en métricas. Algo que nos emocionara a nosotros”, cuenta Julio, como quien recuerda un impulso más que una estrategia.
“Comenzamos con lo que había, con ganas de grabar esas cosas que nos dolían, también lo que no entendíamos y lo que queríamos decir”, recuerda Alejandro. Así fueron naciendo los primeros capítulos: en mesas llenas de tazas con café frío, documentos de Google que se abrían en simultáneo, y horas de montaje en una pantalla que parecía siempre tener una rendija de luz al fondo. Sin buscarlo, se estaban convirtiendo en cronistas emocionales de la generación millennial que aprendió a vivir entre pantallas y despedidas.
Las historias de ayer, un proyecto que marca el corazón
Uno de los primeros episodios que marcó un quiebre en el proyecto fue One Last Ride. La historia parte de algo simple: un amigo que se va del país. Pero la carga emocional es evidente. “Para mí y para Alejo fue muy dura porque es un capítulo sobre alguien que queremos mucho y se fue. Hay muchas cosas nuestras en esa historia en la que mucha gente se sintió identificada”, dice Julio, bajando la voz y con una sonrisa de orgullo.
Después vendría Estar listo, grabado dentro del carro familiar de Julio. Una ruptura real convertida en ficción, pero sin esconder la fragilidad de quien escribe. “Ese video nos mostró que no estábamos tan locos. Que había gente allá afuera a la que también le dolía igual”, dice Alejandro. El capítulo se volvió viral, porque decía algo incómodo con una honestidad casi infantil: que a veces no sabemos si estamos listos para que nos quieran bien.
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Otro de los favoritos del público es Cuánto tiempo, una carta abierta que uno de los integrantes escribió en una noche particularmente difícil. “Es un video muy distinto, más pausado, más carta que historia. Pero también es uno de los más personales”, explican.
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Lejos de los gritos y efectos especiales
En los comentarios de sus publicaciones no hay fueguitos ni emojis repetidos con desgano. Hay confesiones. Relatos de extraños que se sienten menos solos gracias a sus videos. “Hay gente que nos escribe y nos cuenta cosas muy personales. Cosas que no se atreven a decirle a nadie más. Eso nos da una responsabilidad muy grande”, asegura Alejandro.
Por eso se cuidan. Aunque muchas historias nacen de heridas propias, eligen narrarlas desde lo colectivo, desde lo compartido. “Intentamos alejarnos de que sea solo nuestra historia. Porque esto ya no se trata de nosotros, sino de algo más grande”, explica Juan José.
Ese “algo más grande” ha tomado forma poco a poco. Ya no improvisan los rodajes. Tienen un calendario de tres meses planeado, graban dos capítulos por jornada y cada idea pasa por una mesa de trabajo rigurosa. “Nos dimos cuenta de que esto necesita estructura si queremos que siga creciendo”, dice Julio.
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Y vaya si ha crecido. En solo siete meses han pasado de ser una cuenta pequeña en Instagram a tener seguidores en Ecuador, España, Francia y México. Varias marcas les han escrito para proponer alianzas. Y aunque al principio no sabían cómo responder, hoy tienen claro que no le van a vender el alma al algoritmo.
“El sueño es que esto nos dé para pagar el arriendo, para vivir de lo que amamos. Y a largo plazo, queremos ser una productora. Como Duro Estudio, pero con nuestro estilo: historias con corazón, con verdad”, dice Alejandro con una sonrisa que se le escapa entre la seriedad de sus palabras.
El factor rolo en Las historias de ayer
En medio de todo ese crecimiento, hay algo que no cambia en este trío de amigos: su lenguaje. Son rolos y lo dicen con orgullo. “Usamos palabras como ‘marica’, ‘huevón’, ‘perro’, no para sonar graciosos sino porque así hablamos entre nosotros. Nos han dicho que eso es parte de lo que nos hace reales”, explica Alejandro.
Incluso algunos seguidores ya han rebautizado el proyecto: Las historias de los perros. “Nos parece lindo. No era la idea, pero así nos reconocen y así hablamos. Nos parece muy Bogotá, muy de nosotros”, dice Julio.
Es así como Las historias de ayer se presentan en Instagram y TikTok no con el ánimo de dar verdades absolutas sino con el ánimo de abrir puertas emocionales por donde puede colarse la empatía. A veces es un video de tres minutos sobre una amistad rota. Otras veces, una carta de amor que nunca se envió. Lo que sí es claro es que han encontrado una manera de contar lo que antes se callaba.